The Empire. Nathan Burckhard
podía ver aún en él rasgos infantiles, deduciendo que no pasaba de los diecisiete a dieciocho años, era un crío igual que él.
—¿Te conozco? —preguntó, intentado verlo mejor pero estaba deslumbrado por la luz brillante y natural del sol.
—¡No! —dijo cortante sin rasgo de emoción alguna —Deberías atender esa mano puede infectarse y luego te la cortaran —mencionó dando un salto y entrando al bote sin miedo alguno de ser lanzado a patadas de esa propiedad privada. Era lo malo de él no tenía sentido de privacidad y propiedad, había crecido de esa manera y le encantaba su vida pero no le agradaba para nada la idea de hablar con ese joven pescador, quizás en un impulso pudo deducir que estaba celoso que su padrino viera en él potencial.
Salvatore sin poder creer el atrevimiento de ese extranjero, frunció el ceño y lo vio moverse con discreción por el lugar inspeccionando de manera disimulada su pequeño medio de trasporte, trabajo y hogar.
—¿Buscas algo en particular?… Por qué créeme si tú no lo encuentras menos yo —formuló de manera sarcástica.
—Vaya sentido del humor —rezongó el rubio, sus cejas se enarcaron soltando un soplido ante el incesante calor —¿Cuánto ganas? —se volvió hacia Salvatore, enfrentándole.
—¿Disculpa? —preguntó Sal sin nada de humor para responder algo así.
—Te dije que cuánto ganas…
—Ya te oí la primera vez amigo… Y no crees que esa pregunta es bastante atrevida ¿No crees? Ni siquiera tuvimos una primera cita —bramó con ironía.
El joven extranjero rodó lo ojos, no entendía cómo es que su padrino pudo ver en él un atisbo de intrepidez y valentía, pero él estaba seguro que su padrino lo confundió con idiotez y presuntuosidad, con estupidez y despecho.
Pero quien no tiene odio y despecho en su corazón, sed de venganza y ganas de destrucción, de amasar poder y fortuna, él fue uno de ellos que a su corta edad pudo salir de un mundo oscuro y construirse una vida, una vida junto a su beneficiario y mentor.
Salvatore al no tener respuesta inmediata, se atrevió a bloquearle el paso para que su estúpida inspección terminará, no le gustaba que otros metieran sus narices donde no debía y más cuando estaba con pocos ánimos para enfrentar a gente y comentarios mal intencionados —¡Hey! —dijo con brusquedad —¿Qué buscas en realidad?
Por un instante no quiso decir nada, dando un paso atrás como única opción, él era temperamental y ese chico no le agrada en lo absoluto, incluso cuando le dijo a su padrino que no tenía material para ser uno de ellos, hizo un rictus con la boca mostrando su desacuerdo aun teniendo presente a ese joven que para él no era un simple extraño, un nuevo intruso —En serio, deberías revisar esa mano —formuló buscando su pregunta para la iniciación de ese nuevo miembro a su mundo —¿Alguna vez pensaste que tú vida terminaría de esta manera? —le preguntó, sin responderle a él primero.
—¿Sabes? No sé qué quieres aquí, pero te echaré de aquí con una patada en el trasero y no me amilanare a romper tu rostro patético de niño rico —le advirtió, dando un paso adelante amenazadoramente — Y al carajo mi mano.
El joven rubio levantó las manos en señal de rendición, de no desear pelear, mientras que sus labios se curvaron en una sensual sonrisa, ya entendía por qué su padrino quería al chico, tenía una boca grande y no tenía miedo a decir lo que pensaba ni miedo a actuar, era algo que en su mundo valía demasiado, actuar antes de pensar —Yo solo digo.
—Reformularé… ¿Qué carajo quieres? —espetó mordaz.
—A un chico como tú —respondió sin vacilar, enarcó las cejas, dándole una mirada de suficiencia señalando una vez más con el índice la mano herida.
Sin más remedio a sus estúpidas sugerencia puso los ojos en blanco —Bueno, créeme que es poco lo que gano, si es que te interesa ser cómo yo —se volvió hacia el pequeño camarote buscando alguna gaza para poder vendar su mano, a lo que el desconocido extranjero lo siguió y continuó con su inspección, observando todo a su alrededor, desde el pequeño colchón, las sábanas revueltas, algunos trastos sucios y una muda de ropa tirada en el suelo.
—Sí que no tiene nada de orden y limpieza —pensó el joven rubio e ignorando claramente la pulla, siguió con su enervante inspección, hasta que se fijó en la ropa interior de una mujer, tomándola entre su dedo índice y pulgar, inclinó la cabeza y felicitando el buen gusto de aquella dama al elegir encaje.
Salvatore al volverse vio cómo ese intruso tenía las pantaletas de Paula entre sus dedos, en un movimiento brusco y violento le arrancó la ropa de un tirón de las manos —Te importaría no estar fisgoneando mis cosas, es incómodo ver a un extraño observar todo —guardó las pantaletas en su bolsillo del pantalón, soltando un suspiro lleno de derrota se volvió hacia el extraño ya que no aguantaba su desagradable escrutinio —Sabes es de muy mal gusto que fisgonees en mi casa y hurgues en mis cosas.
Su visitante se encogió de hombros —Y yo creo que es de un gusto muy malo guardar las pantaletas en tu bolsillo y sobre todo hay que incluir el buen gusto de la dama en cuestión.
Salvatore se cansó de aquel juego absurdo y le hizo saber su opinión —De verdad si te mando Mattarella a espiarme y terminar el trabajo, hazlo de una buena vez, en serio no tengo ni el humor ni las ganas de continuar con esta mierda de mirar y seguirme.
—¿Mattarella? ¿Quién jodidos diantres es Mattarella? —preguntó, apoyándose en el panel de madera que cubría la habitación e intentó con una mano calmar los inesperados palpitares de sus sienes ante la frustración que le daba de solo ver a ese muchacho destrozado y sus patéticas frases de dolor y angustia.
—¿Él no te mando? —preguntó.
—Nop… Más bien mi padrino me envió y créeme, tú tienes algo que me interesa y yo algo que a ti te interesa. Yo tengo el dinero y tú la motivación, yo tengo contactos y tú obtendrás tu venganza…—mencionó en tono pausado y sin miedo a alguna represalia por parte de Salvatore —¿Qué dices?
—¿Quién eres? —le preguntó dudando de la valides de esa información, sin comprender absolutamente nada de lo que sucedía en esos instantes, incluso culpo al intenso sol por causarle quizás alucinaciones con respecto a una oportunidad única en la vida.
—Lo siento, mis modales jamás fueron muy buenos y menos con las presentaciones, por momentos creo que siempre fui hostil y jamás cambiaré —sus labios se curvaron en una sensual sonrisa, mostrando sus sexys hoyuelos —Mi nombre es Creed Rise y tú Salvatore ¿verdad? Serás de gran ayuda para mi padrino, créeme… Con él obtendrás todo, tu venganza, tu dinero y tu mujer… —Señaló los bolsillos de Salvatore con ambas manos.
—¿Qué? Eres algún tipo de bromista o algo así, porque créeme no tiene nada de gracioso.
—Bien, número uno —señaló con el dedo índice su rostro —Mira mi rostro, crees que tengo sentido del humor o la ironía —negó con la cabeza —No y me permitiré reformular mi… —pensó en un momento cómo decirle en las palabras adecuadas —Proposta.
Salvatore sin poder creerle, abrió la boca, pero por alguna extraña razón no podía articular palabra alguna, quizás el shock por aquella revelación más que desquiciada, quizás por una oportunidad que creía perdida, quizás porque el mismo infierno había mandado a un demonio a entregarle la victoria a cambio de su alma.
—Cómo sé que me dices la verdad —inquirió desdeñoso el joven Salvatore.
—Date vuelta y mira —respondió sin vacilar.
Salvatore se volvió hacia la dirección que Creed le señaló, tragó saliva, entonces volvió a tragar más saliva haciendo visible el movimiento de su manzana de Adán y con ello revelando su pulso martilleando en su cuello, jamás pensó ver a tantos autos resguardando a un hombre, tantos hombres dando su vida por un solo sujeto que parecía sencillamente un cuadro