The Empire. Nathan Burckhard
entre el cuerpo de uno de los invitados, estaba sonriendo de manera seductora, podía ver su espalda desnuda, esas curvas que era casi imposible no fantasear con ellas, en como echaba la cabeza hacia atrás cuando reía ante las bromas quizás no tan chistosas de su acompañante, pero podía ver en ella algo, algo que le encantó hasta lo profundo de su ser congelando, dando un calor a su alma.
—Su marido se fue a Creta a concluir algunos negocios —afirmó Creed, curvó su boca en una sensual sonrisa al ver cómo su amigo lograba comérsela con la mirada, no era pecado mirar, además no podía negar que la mujer de Cesare Gennaro era hermosa —Lastima que este casada —repitió una vez más, advirtiéndole y dándole un mayor énfasis a sus palabras para que entendiera de alguna manera —¡Casada!
Salvatore rodó los ojos ante los lloriqueos de Creed, odiaba cuando se ponía en ese plan paternal, de filosofo moral y gurú del amor —Sabes que ése es un vano impedimento para que una mujer como ella busque la satisfacción que necesita afuera y más cuando es descuidada de alguna forma por el marido, el buen sexo dará vida a su cuerpo marchito —dio un paso al frente dispuesto a acercarse a la mujer, pero la mano de Creed lo detuvo, asió su brazo con fuerza impidiéndole continuar.
—¿Qué crees que haces? —le preguntó con el ceño fruncido, no tenía pensado dejarlo ir por más que esa mirada ceñuda y esos ojos grises se tornaran oscuros ante la furia, la broma había ido lejos, tanto que Salvatore estaba dispuesto a sacarla a bailar, flirtear un poco y después acostarse con ella para tener una mujer más a su larga colección de amantes —Es casada —afirmó enojado ante las intenciones claras de Salvatore —Acaso ese término no te dice nada.
Bajó la mirada ante la mano que lo sostenía con fuerza, advirtiéndole de mala manera que necesitaba guardar su distancia y más en ocasiones como esa —Vamos Creed, no seas aguafiestas, si tú no quieres divertirte esta noche a ya tú, pero déjame a mí gozar de lo que queda de vida.
—Vida que no gozarás si pones una mano encima a la esposa de Cesare Gennaro. Salvatore, si metes la pata el imperio Montecchi se ira por un caño, Gennaro es poderoso y se encargará de hundirte antes de que tu cabeza salga a flote, recién has empezado con tus negocios más prósperos, sería estúpido que votes quince años de arduo trabajo por la borda por una mujer que calentará tu cama unas horas, una mujer que ni conoces…
—La conoceré y todo cambiará —dicho eso, Salvatore se libró del agarre de su amigo y caminó en dirección de aquella belleza que podía ser Afrodita hecha carne.
La orquesta invitada a esa gran reunión comenzó a abrir la pista de baile, la dulce melodía de un tango, Osvaldo Pugliese - La Bordona daba como un guante a la ocasión, Salvatore sonrió de manera cínica, era la pieza perfecta para poder seducir a una mujer sola, pero al dar solo unos cuantos pasos, se paralizó por completo, jamás pensó tener la vida y la fortuna para verla, en ese instante todo cambió.
CAPÍTULO 4
TANGO INTENSO
Salvatore tocó con delicadeza el hombro desnudo de aquella mujer, no supo en que momento las cosas habían dado un giro tan inesperado, pero cuando la bella dama se volvió y esos electrizantes ojos negros chocaron con los de él, Salvatore creyó desfallecer.
Sus fosas nasales se ensancharon dando lugar a una respiración entrecortada, era un espejismo, para él era un bello espejismo, intentando buscar aire para sus pulmones, éstos se apretaron ante la sensación que podía ser conocida como pánico, pero no era eso, era la emoción, la satisfacción de poder verla una vez más.
Una vez más después de quince largos y dolorosos años .
Pensó estar en un aturdimiento más que mental, estar en coma, recordar y viajar a su futuro, pero era tan real como él en esa noche —¿Cómo era posible? —preguntó para sus adentros confirmando que esa mujer era idéntica a su bella Paula, sentía la sangre latirle en las sienes de manera estrepitosa, se restregó incluso los ojos tratando de quitar esa mala visión que tenía adelante, pero era real y estaba más hermosa que antes y no había alguna de duda que era ella.
Paula Mattarella.
Estaba inmersa en ese bello tango, la orquesta que amenizaba la fiesta le hacía justicia a la melodiosa armonía de la composición de Osvaldo Pugliese - La Bordona, incluso la plática aburrida que tenía con aquel invitado quedó en segundo plano, bajó la vista hacia sus manos y la copa que sostenía, entonces sintió la calidez de un mano sobre su hombro llamando su atención, pero cuando se volvió, notó la mano extendida frente a ella, sabía lo que significaba, una pieza, una bella melodía para bailar, pero estaba a punto de declinar la oferta cuando su rostro palideció al ver a un fantasma de su pasado cuando su ojos negros admiraron a aquel hombre que no dejó sus sueños y fantasías ni por un solo momento en esos quince largos años.
Paula intentó no hacer muy obvia su sorpresa, pero sus delicadas manos la delataron ante el leve temblor que adquirió, era una clara señal de afectación, ver de nuevo a Salvatore hizo que cada fibra de su ser temblara de anticipación o pánico, pero ambas solo daban el inicio de una nueva historia.
Levantó la mirada y unos ojos grises como la plata estaban clavados en ella, buscando, hondeando, notando el calor en su mirada, el destello de seguridad en sí mismo, pasó saliva, pero ese vano intentó no bajo el nudo de su garganta, más solo sentir un áspero dolor.
—Me permite esta pieza Bella Signora —su voz era ronca, seductora, olvidar el tono de su voz, la melodía al decir las palabras era tan imposible de olvidar que escucharla de vuelta era estar en otro mundo ajeno al propio, esa voz acariciadora, tan seductora como aquellas noches de pasión y éxtasis.
Aturdida, dudó en tomar esa mano, pero ante el ceño fruncido de su acompañante no pudo evitar tomar la mano que la invitaba a bailar la dulce pieza, escoltándola a la pista de baile sujetó con fuerza su diminuta cintura pudiendo distinguir aflicción en ese rostro que seguía igual de angelical.
Sosteniendo su delicada mano, la acercó a su cuerpo, entrelazando sus dedos, tirando más de ella, quería estar cerca, sentir su calor, quería que lo viera a los ojos, puesto que al evitar su mirada hacía cierta su conclusión, ella lo había reconocido y estaba nerviosa ante ese encuentro no esperado.
Pero quizás soñado .
La música se desvaneció y no creyó lo que veían sus ojos.
¡Salvatore!
El shock y sorpresa eran dos emociones tan distintas e iguales para ella, sacudiendo todo aquel pensamiento libidinoso ante su encuentro, intentó mantener el control de sus emociones, ya que si solo llegaba a ruborizarse le daría la razón a él, que seguía deseándolo, amándolo entre la oscuridad de sus recuerdos y la oscuridad de la habitación, en la soledad de su vida y de su matrimonio.
Sintió la intensidad y el magnetismo que rondaba su mente, la excitación que jamás dejó de existir, de tan solo pensar en él…. Su cuerpo reaccionaba de una manera casi incomprensible, pero esta vez era distinto, ella está casada, siendo ese pensamiento el que la empujo a la cruda realidad, debía alejarse de él antes que cometiera la peor locura, dejar que Salvatore la tomara entre sus brazos y reclamara lo que por derecho era suyo y le fue arrebatado por la ambición, por su propia ambición que solo lograría dejarla y empujarla a la desoladora vida de la pobreza.
Pudiendo sentir la dureza de sus músculos bajo sus manos, ese aroma embriagador a madera, a loción de limón, por un momento creyó desfallecer, pero ese agarre de cintura le impedía hacer dos cosas, caer y huir.
La melodía era dulce, lenta, quizás incluso romántica ante la acústica de la canción era idónea para una ocasión como aquella, el reencuentro de viejos amantes, el bello recordatorio de un amor de verano olvidado para ser reencontrado en un futuro que para ella de cierta manera