The Empire. Nathan Burckhard

The Empire - Nathan Burckhard


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con la sábana, desconcertado ante ese cambio brusco, se incorporó de la cama observando como una enojada Paula recogía sus prendas sin decir nada —¿Qué estás haciendo? —preguntó —¿Qué sucede?

      —Creo que es obvio, el encanto a muerto y la noche terminó, debo regresar a casa —mencionó cortante.

      El mordaz comentario hizo que Salvatore se levantara de un salto y sin importarle su desnudes caminó por la habitación mostrando su cuerpo entero y la celestial forma de sus glúteos de acero —No… No lo harás —dijo con asco de tan solo pensar que luego de hacerle el amor ella regresaba a esa casa con su marido —No puedes….

      —¡Salvatore! —buscó los palabras adecuadas —Soy casada, mi obligación y mi deber es estar en mi hogar —le explicó haciendo una mueca de disgusto, disgusto de tener que regresar.

      —¿¡Casada!? No lo recordaste cuando viniste a mí, cuando dejaste que te penetrara —murmuró una violenta imprecación mientras cruzó la habitación a grandes zancadas, la brusquedad de sus palabras solo lograría alejarla más de él ahora que la había recuperado.

      —Siempre fuiste un idiota… Siempre —dijo con una intensa frustración al dejarse seducir por ese Salvatore nuevo, parpadeó resulta a ahuyentar las lágrimas dirigiéndole una mirada centellante, ignorando el gesto de cólera en los labios de Salvatore.

      —Paula, no eres feliz con Gennaro, podemos arreglarlo, podemos seguir viéndonos hasta hallar la manera de estar juntos —mencionó apaciguando su ira.

      Incapaz de moverse, sus hombros se sacudieron ante el llanto no pudo con esa terrible decisión, pero los brazos de Salvatore la consolaron, estrechándola contra su pecho, le dio la seguridad que necesitaba en esos momentos y no el reproche de una noche de pasión —A Cesare le prometí amar, honrar y obedecer, pero no he llegado a ninguno de esos votos, por la sencilla razón que no lo amo, lo respeto, he llegado a considerarlo un buen hombre, pero hasta el momento no ha despertado en mí ese amor marital, incluso me rehúso a tener hijos con él, el solo hecho de tener que compartir su cama me da repugnancia por ser una mujer vendida y traer un hijo con él haría la vida de esa inocente criatura un infierno al no darle el amor que necesita —explicó, apretando los dientes ante los amargos recuerdos, ante la pena de tener que separarse del hombre al que si amaba, del hombre del que deseaba tener una familia y un legado.

      —No eres una mujer vendida, solo fuiste una joven con una responsabilidad muy grande al tener que lidiar con deudas ajenas, con la responsabilidad de obedecer a tu padre, solo eres una mujer que por el egoísmo de otras tomo un camino distinto al que tú deseabas —en su expresión se adivinaba cierto sentimiento de culpabilidad, pero no deseaba que Paula se sintiera usada —Mi padrino una vez me dijo, y cito “El mundo nos da caminos distintos, no da oportunidades distintas pero nosotros tenemos la gracia de poder decidir y no rendirnos, continuar y seguir buscando nuestro propio camino, nuestro propio destino” —aquella frase la dio con tanto anhelo al recordar cada palabra enseñada por él, que decirla a Paula era un motivo más para no dejar pasar la oportunidad de tenerla para siempre en su vida.

      Paula elevó el rostro y miró a Salvatore, en su mirada se notaba la pena devastadora de tener que decidir e irse de aquel departamento, cerró los ojos al sentir el roce de los ásperos dedos de su amante, tomando su mano entre la suya dio énfasis a esa caricia, apretándola contra su rostro —No quiero nada de él, nada en absoluto —dijo con firmeza.

      —Lo sé, nadie ha dicho que buscas algo de él.

      —Es solo que he visto como mujeres vuelven los rostros y cuchichean a mis espaldas, dándome el título de caza fortunas por haberme casado con un hombre diecisiete años mayor que yo. Un hombre que incluso podría ser mi padre.

      —Para ello él te habría tenido a los diecisiete años, cariño —esbozó una sonrisa ante la lógica de aquella confesión.

      —Hay hombres y mujeres que han tenido hijos incluso más jóvenes, y él es uno de ellos, tuvo una esposa pero esta falleció con su único hijo. Sé y él mismo ha comentado de sus breves romances, incluso de un romance de verano.

      —Entonces Cesare comprende cómo es ese amor, el calor de la pasión, las noches llenas de paseos a la luz de la luna en busca de helados y refrescos fríos para bajar las altas temperaturas del día y mantener a raya nuestro libido, sumergirse en lagos y ríos con tal de pasar un verano de fábula.

      Paula no pudo evitar sonreír, recordando a detalle todos esos momentos que paso a lado de Salvatore en su juventud, tomando una decisión y dándola a saber de inmediato —Le pediré el divorcio —dijo sin preámbulos.

      —Y yo no te abandonaré —dijo con el rostro pálido de tan solo pensar en dejar a Paula una vez más, dejándola sola y que enfrentara todo sin la compañía y una mano firme a su lado.

      —De todos los momentos, sé que este será el inicio de una nueva vida y el final de un martirio, el final de una historia amarga y el comienzo de una vida dulce junto al hombre al que amo. La esperanza de poder surgir y no volver a mirar atrás —levantó los brazos rodeándole el cuello, los ojos azul grisáceos de Salvatore se estrecharon, levantó una ceja, aceptando cada palabra de Paula, Paula en su pasado, presente y futuro.

      Salvatore no podía negar que tenía una reacción atávica ante esa mujer y eso no lo exasperaba más bien le daba la fuerza necesaria para continuar con esa relación, bajó la cabeza y besó aquellos labios rojos, tendría a Paula pese a quien le pese y nadie le arrebataría la dicha de poder decir con orgullo que ella era su mujer, sin poder soportar más la tentación, la tomó entre sus brazos, regresando a la cama, regresando a ese lugar del cual jamás se cansaría, el cuerpo de su amada.

      CAPÍTULO 6

      PARALELO

      LONDRES, INGLATERRA.

      Era un buen momento para poder conversar, aprovechar el tiempo y por un instante, la mujer de cabellos castaños sonrió, jamás en toda su vida pensó tener tanta dicha, no tenía mucho dinero pero la tenía a ella, a su pequeña, estaban juntas, siempre juntas.

      —Tres y dos —dijo Bianca Rog apretando el volante mientras volvió el rostro hacia su joven hija, la sonrisa decía todo, Carter era lo mejor que pudo haberle pasado en la vida, así que continuó con la melodía —Tres y dos —miró por la ventanilla fijándose en tres autos azules y dos rojos —Es lo más cerca —le dijo a su hija

      —Tramposa, ni siquiera estuvieron muy juntos —señaló con el dedo índice hacia atrás —Ese sería tres y dos —repitió riendo ante las trampas de su madre, volvió el rostro y la admiró, su cabello corto y castaño, su piel blanca con la aparición de las tenues arrugas de la edad, sus ojos verdes estaban no tan fijos en la autopista de camino a la ciudad, pero era un grato viaje, podían verse los abetos verdes cubiertos por un ligero rocío, no era muy frecuente la congestión vehicular, pero ese día era la excepción.

      —¿Cómo ha pasado el tiempo? Ya aun año de poder terminar tu carrera en Historia.

      —Sí, pero este año será incluso más costoso que el anterior, mamá —dijo intentando no sentirse culpable —No crees que es momento ya de ponerme a trabajar.

      —Eres joven y un título siempre es necesario, cariño. Los buenos empleos siempre buscan a personas profesionales.

      —Es que no estoy segura de querer continuar —dijo entonces Carter de repente —Quiero ayudarte con los gastos, no sé si esa carrera sea lo mío, incluso la Universidad no creo que sea lo mío.

      Bianca volvió el rostro hacia su hija, frunció el ceño sin creer lo que decía perdiéndose en un instante en aquellos ojos pardos tan parecidos a su padre —¡NO! No te dejaré, porque si es por el dinero podemos ver la forma, ya estas a terminar cariño. Carter no hagas esto, solo lo dices porque no hay dinero.

      —¡Mamá! Ya tomé la decisión de dejar la universidad, además de todas formas no deseaba esa carrera.

      —Carter esta ha sido tu segunda


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