The Empire. Nathan Burckhard
golpeando el hombro de Salvatore, no tenía pensado permanecer un minuto más frente al amante de su esposa.
—Dame aunque sea un mes para tener todo en regla… —mencionó él, abatido antes de que ese oponente saliera de su despacho y por ende de su vida por treinta días. Aceptar el trato era lo mejor, debía guardar silencio y acatar las órdenes de Cesare eran más que necesarias si deseaba conservar algo de dinero y sus inversiones.
—Hecho —dijo, abriendo la puerta y cerrándola al salir.
Regresar a su asiento le tomó más tiempo de lo debido, sus piernas estuvieron a punto de flaquear, de caer rendido, pero logró llegar al bar y servirse una copa de Whisky más que generosa, girándose sobre sus talones Salvatore cerró los ojos dejándose caer sobre su otomana llevándose a los labios el vaso y por más que intentó paladear el amargo líquido, su boca no pudo sentir el sabor almizclado y el ardor que comúnmente sentía al tomar whisky, nada comparado con lo que sentía en esos instantes, quiso tranquilizarse, mantener el control de sus emociones, esas emociones dolorosas y efímeras.
Tragó saliva con dolor, de solo recordar su pasado, de tan solo recordar cada momento vivido, los recuerdos eran más que dolorosos, eran como un hierro caliente sobre su pecho quemando su piel de manera lenta, pero más el tener que recordar el momento exacto en que Nicolay Kapot apareció en su vida, dándole la mano, dándole esperanza, dándole un motivo muy fuerte para seguir, la venganza de todo aquel que intentó hundirlo.
Se había acostumbrado a romper las reglas, las leyes para poder sobrevivir, pero luego se dio cuenta de que su promesa no llegaría lejos si seguía así, si no hubiese encontrado la ayuda de aquel hombre ruso que vio mucho potencial en él, quería dejarle su imperio, pero Salvatore se negó años después, no quería llegar a ser repudiado y temido por cometer delitos que a su vista eran peores para poder sobrevivir, cómo olvidar a Nicolay Kapot, le debía mucho, le debía todo lo que tenía, desde sus estudios en negocios, idiomas y lo más importante ver la vida desde otra perspectiva, enseñándole que la venganza era parte de la acción, era parte de la diversión, te abría puertas, enseñándole a los demás que era un hombre con valía y decisión.
Se llevó ambas manos hacia la nuca, peinando sus cabellos hacia atrás, despeinándolos y desalineándolo más, ¿Cómo olvidarlo? ¿Cómo dejar atrás ese pasado? Cuando Nicolay fue quien le ayudo a ser lo que era, un hombre con poder y fortuna, un hombre sin miedo al mundo, pero la situación en la que estaba en esos momentos era desastrosa, ponía su vida y su imperio al borde de un hilo, ese imperio que tanto le costó construir, Cesare Gennaro tenía pendiente de sus dedos su destino, había sido demasiado estúpido para no verlo, abrió el sobre y sacó su contenido, solo para quedar en shock por unas fotos, fotos lo decían todo sobre su pasado ligado al apellido Kapot, estaba allí con Creed y Nicolay abrazados, disfrutando de su verano en Grecia, era uno de sus recuerdos memorables, cuando intentaba ver en ellos la familia que tuvo, vio en ellos la vigas que sujetaban sus paredes. Vio la segunda foto y no pudo con ello, dejándolas caer sobre su escritorio, intentó no mostrar desdén, rozo sus dedos ante la despampánate morena desnuda que yacía excitada entre sus brazos, debía recuperar esas fotos, esas pruebas antes de que todo caiga por su propio peso, pero las cartas y el sobre lo decía todo, tenía el poder para destruirlo por completo ¿Se habría vuelto idiota?
—¡Maldición! —juró por lo alto y en un arranque de furia, arraso con sus brazos con todo lo que había encima de su escritorio, arrojándolo al suelo sin importarle el desastre que ocasionaría.
Dio vueltas y vueltas por su despacho, yendo y viniendo de un lado a otro con las manos en los bolsillos, tomó su anillo del suelo colocándolo en el lugar donde correspondía, su dedo meñique, agotado ante la sola desastrosa idea, estaba perdido y nadie podría ayudarlo. Había vivido treinta y tres años, era un hombre decidido, firme, era un magante hotelero, un arquitecto reconocido, dueño de navíos, una aerolínea, cuantas cosas más tenía en su vida, pero no era feliz, había ocupado su tiempo y sus años en obtener riquezas y poder. Era uno de los millonarios más perseguidos de Italia, lo nombraban el soltero inalcanzable de oro, le daba gracia esos artículos de revistas sensacionalistas, pero le daban la seguridad que necesitaba al momento de ligar mujeres que estaban dispuestas a obsequiarle unos días a cambio de salir en las portadas, a cambio de lujosos regalos, para luego ser abandonadas, no le importaba los sentimientos, él se los advertía desde el comienzo que solo era sexo, pero en ese momento había perdido la poca cordura de tan solo verla hace un año atrás, ver a Paula a su alcance había nublado su juicio y más aún cuando Cesare había admitido haberle hecho daño, tanto que había olvidado que siempre hablaban por esas horas, desesperado tomó su móvil y marcó el número de su joven amante, pero no hubo respuesta más que buzón de voz, cayendo en la única conclusión, era cierto, Paula lo había traicionado.
Volvió a sentarse y llevó una de sus cansadas manos hacia su frente, peinando hacia atrás sus cabellos negros, sacó un cigarrillo y lo encendió, le dio una larga calada para luego apagarlo, su nerviosismo lo traicionaba, no le permitía poder pensar con claridad, por un lado quería ir con su padrino, verlo por última vez y otra no deseaba enfrentarse a ese pasado. Quince años intensos de trabajo sin descanso, aprendiendo, planeando, explorando, y dando pasos firmes y tentativos, para ahora enfrentarse a la catástrofe que Gennaro ponía sobre sus hombros, tenía que hacer algo antes que todo acabara y su imperio cayera. Entonces una idea surgió, debía llamar a su amigo, un buen amigo que lo ayudaría a poder sacarse de encima a Gennaro y con ello poder sacar a Paula de su mente, lo había traicionado una vez más, pero aquella traición no quedaría en el pasado, jamás olvidaría la ofensa y ella pagaría muy caro.
Con dedos temblorosos tomó su celular y buscó en su lista de contactos, marcando el número del único hombre que podía mantenerlo a salvo y podría sacarlo de aquel atolladero sin salida alguna.
Creed Rise.
Creed, su amigo Creed, había quedado devastado ante la pérdida, dolido por aquel rechazo y sobre todo aislado de su antigua vida, había logrado salir de las drogas gracias a Nicolay quien le encontró un propósito a su vida, velar por la seguridad de Naval, su única hija, pero ante su muerte Creed había quedado desolado, sumergiéndose en el dolor y la soledad, guardando luto por la única mujer que amo. Seguía recordando sus momentos más devastadores, hasta que la voz de su amigo lo despertó de su ensimismo.
—Rise…. — respondió la voz detrás del auricular, podía notar la tristeza de su voz, la particular mota de dolor y las muy lentas palabras, que de seguro estaba durmiendo.
Titubeo en contestar un saludo, temiendo que la noticia de su desastre sea una escena violenta, Creed podía ser duro y cruel en sus palabras, pero la verdad siempre dolía, así que debía hablar y escuchar con atención. Se maldijo por su cobardía y pudo articular un saludo inusual —¡Topolino! Cómo estás amigo mío. Disculpa que te moleste —presionó su frente ante la tontería más grande que había hecho en su vida… Había olvidado que ese apodo no era de su agrado, decirle ratón a su amigo era algo desagradable.
—¡Salvatore!…
—El mismo… ¿Cómo estás hermano?
—Durmiendo —Creed se levantó de su cama, cubriendo su desnudes con sus sábanas de seda negra, dejando al descubierto su poderoso cuerpo —Y tratando de seguir, ya sabes las cosas siempre se pueden tornar duras en algún momento, pero todo se puede solucionar —aquellas palabras le dieron un golpe a Salvatore, todo se podía resolver, pero sabía a ciencia cierta que el atolladero donde se había metido no había oportunidad de ganar, más solo perder —Por tu silencio puedo deducir que esta llamada no es cortesía. —Soltando un suspiro decidió ir al grano —Dime que sucede, aunque por ese Topolino la cosa es grave —la voz llena de alegría de su viejo amigo lo animó un poco.
Creed sabía que esa llamada no era de cortesía ni social y por su tono sería para pedirle ayuda, aunque no estaba molesto por ello, necesitaba aunque sea lidiar con algunos problemas fuera de su rubro para poder olvidar el dolor de su pecho, las pesadillas de las noches y sus gritos pidiendo su regreso, así que decidió tener la paciencia.
—Sé que dirás que te llamo solo