The Empire. Nathan Burckhard

The Empire - Nathan Burckhard


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ante la nubes y las primeras estrellas era más que catártico, era excitante y romántico, por un instante no le agrado la idea del duro suelo de mármol, pero en cuanto la pasión se desbordo y el clímax llegó, el único lugar donde deseaba estar era en los brazos de su amante, sin importar el lugar y la hora.

      —Nunca pensé en volver a encontrarte —dijo Paula envuelta en sus brazos, la brisa hacía la demás magia ante sus cuerpos sudosos y olorosos a sexo.

      Salvatore por un momento pensó que aquella confesión solo se debía al calor del momento, pero cuando bajó el rostro para poder ver a Paula, vio en su mirada reflejado el dolor de aquella fatídica separación, alargó su mano y tomó el rostro de su bella amante, obligándola a volver a la realidad —Cariño mío ese dolor, aquella vida pasada esta donde debe pertenecer, en el pasado, ahora somos libres para poder vivir.

      —Jamás entendí en cómo pudiste llegar hasta mí, si no hubiese sido por tu padrino… —mencionó ella, algo que a Salvatore no le hizo mucha gracia, no le gustaba que ella tocase ese tema tan delicado, no le gustaba que el nombre de su padrino saliera a colación en temas y menos temas privados, quería que ese nombre permaneciera en el recuerdo y en paz, un poco molesto, se levantó de la cama haciendo a un lado las caricias de Paula.

      —Hubiese llegado a ti con o sin su ayuda, pero lo que sabes bien es que me gusta que su nombre quede en paz —mencionó, sin tener vergüenza por su desnudes caminó hacia el baño.

      —Lo siento Salvatore —dijo, pero era tarde, él ya se había encerrado en el baño y el correr del agua se podía escuchar claramente. Quizás los arrebatos de Salvatore la exasperaban, pero quería estar con él, rendida volvió a recostarse, estaba cansada de mantener su relación cómo un sucio secreto, cansada de no poder poner fin a su relación con Cesare.

      Su pequeña discusión había hecho mella del bello momento que pasaban, pero no era motivo para terminar el día sin hablar o peor aún en una separación que jamás se daría, Salvatore la tenía y eso era lo único que deseaba y esperaba en mucho tiempo hasta que Paula pudiera poner fin al matrimonio mantendría su relación en secreto, pero no había hecho un buen trabajo al intentarlo ya que en varias ocasiones los habían fotografiado juntos en cenas y restaurantes exclusivos, coincidiendo en fiestas y ceremonias, festivales y reuniones, negó con la cabeza, volviendo a repetirse la canción de fondo, sabía a la perfección la letra de Pavarotti- Nessun Dorma y era una de sus favoritas, era la canción que le hacía recordar sus noches de pasión y hace solo unas cuantas horas atrás que había despertado en sus brazos, entre besos y caricias para hundirse profundamente en la pasión desbordante de sus cuerpos ansiosos, era su himno cada vez que lograba estar con ella y ese día no era la excepción, era la melodía que le daba la paz a su conciencia que estaba oscureciéndose ante el pecado que cometía sin arrepentimiento alguno, mordió su labio ante los dulces recuerdos mientras que admiraba el pequeño anillo ónice, quitándoselo jugó con él entre sus dedos y en su torpeza lo hizo caer de improvisto bajo sus pies, Salvatore maldijo su ineptitud y se agachó a recogerlo, de un momento a otro sintió el rechinar de la puerta al abrir y cerrarse, y el conocido clip de la cerradura.

      —No deseo visitas —espetó en un intento de alcanzar el anillo pero de la nada la música cesó abruptamente, irguiéndose y dejando el anillo en el suelo maldijo al que osaba a tener ese atrevimiento —¿Qué demonios…? —no logró concluir su frase, ya que de solo verlo delante suyo, una exasperación despertó en su interior y más al ver de quien se trataba y tenía la osadía de apagar su equipo de sonido dejando la habitación en un silencio más que sepulcral.

      Cesare tomó asiento en la otomana frente a Salvatore, cruzó la pierna y entrelazó sus dedos poniéndolos sobre su regazo despreocupadamente, la expresión de su rostro era adusta, las marcas de la vejez hacían énfasis en sus facciones mediterráneas, dándole un atractivo particular pese a sus años, sus cabellos castaños y teñidos por las canas le daba una apariencia dura y singular, pero lo que más le llamó la atención a Salvatore era el color de sus ojos, eran un azul grisáceo, tan extenso que parecía un gris adornando un mar oscuro, la nariz aristocrática y respingada, labios pequeños pero gruesos, su piel entre blanca y olivácea digna de las raíces italianas pese a tener también raíces londinenses.

      —Veo que la cordialidad no es exactamente uno de tus fuertes —mencionó sin borrar esa sonrisa despectiva de su rostro, además de no pasar tan desapercibido con el costoso traje que usaba, el saco estaba abierto dejando al descubierto la americana color negro que hacia juego con la corbata plateada, su traje de diseño lo hacía ver más poderoso, incluso intocable.

      —Bueno, en este momento mi cordialidad se ha ido por el caño ya que las visitas inesperadas no son de mi agrado —formó puños sobre sus costados rehusándose a sentarse como una clara señal de que no era bienvenido en su oficina —Y claro tu presencia solo arruina mi buen humor.

      Cesare se rehusó a tomar esa señal, siguiendo con su cometido —Siéntate, de pie no podrás conversar a gusto con un viejo hombre de negocios.

      —Ya que no has entendido la indirecta, te pido que te retires de mi oficina, no deseo conversar absolutamente nada contigo, inteso (entendido)

      —Tenemos mucho que hablar —mencionó en tono irónico, su voz había perdido el leve acento italiano, hablando un perfecto inglés al igual que Salvatore.

      —Solo lárgate de mi oficina antes que llame a seguridad —le amenazó tomando el teléfono de su escritorio para llamar a seguridad pero la brusca respuesta de Cesare supo que su visita no era solo de cordialidad, algo oscuro traía entre manos.

      —Cuelga el teléfono. Ahora ¡SIÉNTATE, MALDITA SEA! —gritó, dejándole saber a Salvatore que no era una visita social la de esa noche, levantándose en un impulso violento, golpeó con ambos puños el costoso escritorio.

      No era de genios deducir aquella visita, Paula había decidido abandonarlo dejando de lado los comentarios de la gente, el repudio de su propia familia, y así que Cesare como un mal perdedor fue a quizás amenazarlo, quizás a negociar la libertad de Paula, en un intento de no reír ante la desesperación de ese hombre, se sentó en su otomana, disfrutaría del espectáculo o eso creyó en su momento.

      —Tienes un minuto —respondió dejando el teléfono y sentándose con una gracia exquisita de un hombre de negocios.

      —Crees que no sé qué estabas revolcándote con ella —le reprochó Cesare Gennaro, de pie frente a ese costoso escritorio en uno de los mejores hoteles de Roma —Un año es bastante tiempo, y más para ti… por un momento pensé que te cansarías de ella en dos o tres revolcones, incluso que las joyas y las salidas fueran momentáneas, pero luego sus salidas se convertían en días, en viajes y luego no tenían la mínima vergüenza de ser fotografiados juntos.

      —Por favor, evitemos la vergüenza y dejemos la plática para otro momento —espetó mordaz, Salvatore no estaba precisamente de humor, llevándose una cansada mano apretando el puente de su nariz con el pulgar y el índice —Ahórratelo por favor y dime qué quieres, porque a hablar sobre tu mujer en mi cama no es el tema precisamente, no te importó en un mes y menos en un año.

      Cesare dejó escapar una carcajada, que incluso Salvatore se sorprendió por su cambio repentino esa conversación, no era por Paula, entonces un miedo invadió su cuerpo, aquella risa suponía un mal presagio a su paz mental.

      —Me crees estúpido —rascó su mejilla y pasó la lengua a sus labios.

      —Lo suficiente, cómo para dejar a tu mujer siempre en mis manos y a mi merced. Debes entender que tenerla a la fuerza no servirá para nada.

      —¿Crees tú que me olvidaré de esta burla tan fácilmente? Qué equivocado estás, de solo volver el rostro los veo a ambos regocijándose de placer y burla, han mancillado mi apellido, mi honor…—escupió ante la repulsión que le ocasionaba su recuerdo.

      Salvatore intentó controlar su furia y que no notase que tragaba saliva ante la mala sensación que subía por su garganta —Si buscas hacerme enojar, si buscas de mi parte que la relación termine, estas equivocado, ella fue mía antes


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