Camino al ejercicio profesional. Graciela Queirolo
el vínculo entre la madre y el niño. Marcela Nari señaló que ese proceso se aceleró entre 1920 y 1940 y que puso en el centro el interés del Estado y de diversos sectores de la sociedad al binomio madre-niño (Nari, 2005, p. 19). Una parte importante de ese interés se tradujo en un dispositivo ampliado para la atención de los partos y en un desplazamiento de los nacimientos de los hogares a las instituciones1. Victoria Mazzeo y Raquel Pollero afirman que, durante la década del 30, el porcentaje de partos domiciliarios se redujo drásticamente de modo tal que en 1940 solo el 2 % de los nacimientos se produjo en el hogar (Mazzeo y Pollero, 2005, p. 12).
Si bien los hospitales y la ciudad tenían un sistema de cobertura para la primera infancia desde hacía varios años –al menos desde el centenario–, en los años de la década de 1930 confluyeron algunas fórmulas que se proponían atacar la mortalidad infantil y elevar (o mantener) en niveles aceptables la natalidad, apoyados en un discurso con rasgos eugénicos (Miranda y Bargas, 2011) (Eraso, 2017) (Biernat, 2005) (Vallejo y Miranda, 2004). De ese modo, se cristalizaron y destacaron de manera más evidente, que en los años previos, los diferentes dispositivos urbanos tendientes a cubrir con mayor eficiencia los problemas de higiene y de salud en lo que se depositaban las expectativas de crecimiento poblacional. Las políticas pro maternales en ese contexto, según Carolina Biernat y Karina Ramacciotti (2013), no solo se circunscribían a la protección de las madres –sobre todo de las obreras, para evitar los efectos del trabajo femenino en la reproducción de la prole–; también se extendieron a un arco de actores y problemas entre los cuales la asistencia de los embarazos, nacimientos y puerperios tenían lugar como elemento de importancia fundamental dentro del sistema de atención de la salud.
Sin embargo, conviene hacer algunas aclaraciones sobre los datos que consignan los nacimientos. La información sistematizada por la ciudad de Buenos Aires en los años analizados aquí, permite acceder a dos tipos de registro: por un lado, el relativo al movimiento hospitalario y del sistema de asistencia maternal, que facilita individualizar la atención de hospitales municipales y otros hospitales o maternidades de gestión privada. Por otro lado, el servicio de estadísticas municipales da cuenta de los datos colectados por el Registro Civil. En este caso, el criterio obedece a otras preocupaciones, relativas a la cantidad de nacimientos y ocurridos en la ciudad. Son fuentes de datos menos precisas, pues toman en cuenta los nacimientos con domicilio real en la capital o inscritos en ella, y pueden suponer alguna sobrerrepresentación de los nacimientos reales en la ciudad, aunque los registros distingan esa condición. A partir de 1933, la información proveniente del Registro Civil y sistematizada por el municipio distingue entre la cantidad de nacimientos que se produjo en casas de familia de los ocurridos en hospitales y en sanatorios ubicados en Buenos Aires.
Resulta interesante analizar el seguimiento de los nacimientos en la ciudad según el Registro Civil, pues agrega matices a la información que suministran los datos del movimiento hospitalario y de la asistencia maternal. Si se tiene en cuenta esta información, se puede afirmar que el aumento de los partos ocurridos en los hospitales fue rápido y estuvo acompañado por el descenso de los partos celebrados en casas de familia. Sin embargo, durante los años que transcurren entre mediados de la década de 1920 y fines de la década de 1940, cuando la expansión del dispositivo sanitario era evidente, la cantidad de partos en casas de familia descendió de manera constante, pero se mantuvo en niveles relativamente altos: de más de 21.000 partos en casas de familia en 1933 sobre casi 40.000 nacimientos totales a más de 13.000 en 1947, es decir, de más del 53 % en 1933 al 23 % en 1947 (Municipalidad de Buenos Aires, 1947).
El descenso más notable se puede verificar, en cambio, en la atención de los partos en domicilio por la asistencia de la ciudad. A partir de 1924, la ciudad de Buenos Aires comenzó a registrar los partos según el lugar en que se produjeran: en casas de familia o en hospitales de la ciudad. La atención en casas de familia que las estadísticas municipales tomaban en cuenta era la de los partos atendidos por el personal de los hospitales y puestos sanitarios, pero fuera de las instituciones. Es decir, se trataba de eventos prestados por los servicios sociales y de asistencia maternal de los hospitales. Esa forma de parir tuvo un movimiento particular que puede dividirse en dos momentos definidos. En los primeros años se elevó sostenidamente. En números absolutos, esto significó que en 1924, cuando la ciudad comenzó a registrar este tipo de partos, se atendieron 1.424 y, en 1929, cuando comenzó a descender la atención fuera del hospital, se consignaron 6.921 partos. Desde ese momento, el descenso fue sostenido y rápido; en 1947 se atendieron solo 120 partos fuera de los hospitales de gestión municipal (Municipalidad de Buenos Aires, 1947).
La tendencia a parir en el hospital tenía que ver con la facilidad que la ciudad ofrecía a través de sus servicios de atención maternal; a las nociones sobre el hospital o sanatorio como lugares menos peligrosos que antes, donde no se iba indefectiblemente a morir, y al efectivo discurso sobre la maternidad y el cuidado de la primera infancia que se desarrollaba en la ciudad a través de sus diferentes dispositivos. Algunos estudios realizados para Europa y Estados Unidos señalan que las mujeres recibían bien el nuevo escenario que se les ofrecía –parir en el hospital– y que no siempre resistían el cambio; por el contrario, lo elegían (Hilary, 1993) (Marland y Rafferty, 1997). Esa tendencia se habría asentado en las décadas siguientes, durante la segunda mitad del siglo XX, cuando el dolor comenzó a ser una cuestión de interés médico sobre la cual se podía actuar y las mujeres estuvieron más dispuestas a parir en el hospital (Felitti, 2011).
Sin embargo, no fue una cuestión automática y parir en el domicilio se mantuvo para las urgencias y para los casos de mujeres que los consideraron una opción que podía conservar todos los beneficios del parto seguro. Ese lugar fue el campo por excelencia que las parteras intentaron monopolizar, incluso limitando el ejercicio de otras y otros colegas.
Las parteras entre el hogar y el hospital
Lo que a inicios de la década de 1930 parecía definitivo, la institucionalización de los partos era una tendencia que las parteras adscritas a la Asociación Obstétrica Nacional (AON) en la década anterior ya habían logrado advertir2. A lo largo de los años siguientes visualizaron algunos de los problemas que la profesión auguraba. Los obstetras eran un actor –a veces una competencia– que podía recortar su mercado, se sumaban las instituciones y su capacidad de atender elevados números de partos exigiendo muy pocas parteras para realizarlos y con recursos técnicos complejos. Por otro lado, la disposición de un público receptivo a esas formas de parir hacía peligrar la tarea libre e independiente de las parteras. Finalmente, el sistema de atención maternal había incentivado otra serie de roles vinculados al cuidado de los niños y sus madres: visitadoras, puericultoras, enfermeras; en todas ellas, las parteras veían potenciales competidoras.
Con el objetivo de llegar a la mayor cantidad posible de parturientas, en especial a las madres pobres y trabajadoras, las maternidades del servicio de asistencia maternal se proponían utilizar diversos medios que incluyeron servicios de urgencia y traslado. Un ejemplo es el de la maternidad del Hospital Fernández, que desarrolló un servicio de urgencias y traslados en 1913 y, diez años después, agregó la atención en domicilio (Llames Massini, 1930, p. 22).
En efecto, en 1924, el sistema de atención domiciliaria de partos se extendió a toda la ciudad. Para acceder a esta posibilidad, se pretendía que la mujer embarazada concurriera previamente a consultorios externos para evaluar su condición y asegurar que la evolución del embarazo fuera normal y pudiera incorporarse a la asistencia ambulatoria, para luego parir en su hogar. Es decir, el sistema combinaba un servicio de profilaxis del embarazo con otro de atención de partos. Los casos de este tipo eran asistidos de manera domiciliaria mientras se mantuvieran sin complicaciones. Ese parto era atendido por una partera a la que la Asistencia Pública reconocía, a la que le pagaba per cápita y con tarifa diferenciada según se tratara de una primípara o de una multípara y del tipo de parto, distócico o no (Pérez, 1928, p. 6). Es decir, el cálculo para abonar honorarios de las profesionales se efectuaba según el tiempo y la complejidad del caso. En caso de distocia, la partera debía acelerar el traslado al hospital o procurar la rápida presencia del médico obstetra de turno en la sección.
Inicialmente, las parteras agremiadas en la Asociación Obstétrica Argentina fueron activas promotoras del servicio de asistencia a domicilio centralizado por la municipalidad. Los obstetras