Cartas de Gabriel. Rosa María Soriano Reus

Cartas de Gabriel - Rosa María Soriano Reus


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imagen quedó grabada en su memoria hasta bien entrada la tarde e incluso sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, como si ella se encontrase en el lugar de su abuela y de repente le apareció la cara de Ramón, que tenía gran parecido físico con su abuelo, según una foto que encontró junto con las cartas y que lo avalaba. Tenía tanto miedo de enamorarse de una forma tan apasionada y, por otra parte, lo deseaba tanto que prefería recluirse en sus pensamientos y así no pensar en él y en sus tiernas palabras, caricias y besos.

      Su abuela parecía otra y no quería hablar del tema, se había resignado a la situación de perder La Masía y vivir siempre en Palma sin que esto la pudiese afligir. Era una mujer muy fuerte y práctica que nunca miraba hacia atrás. Sin embargo, Teresa, ahora conocía su otra faceta y sabía que en su interior esto la carcomía por dentro. La espera se hacía interminable, máxime cuando el final estaba tan cerca y la agonía cada día era mayor. El Coronel intentaba animarla y le decía que podía acudir allí siempre que lo deseara y que incluso podía permanecer un mes con su nieta. Su abuela era muy suya y no quería depender de nadie ni de nada, para ella era muy importante mantener su dignidad y su amor propio. No iba a vivir de la caridad de nadie y menos del Coronel y de su sobrino.

      —Me gustaría que mañana me acompañases al abogado para firmar el contrato y toda la documentación referente a La Masía —pidió Dª María con un gesto resuelto.

      —Me alegra que cuentes conmigo ya que ahora debemos estar más unidas que nunca y ser una piña —con una gran sonrisa.

      —El Coronel y su nieto estarán también presentes y puede ser un poco violento ya que nos une la amistad —dijo con el ceño fruncido.

      —No te preocupes por mí, yo soy fuerte como tú y juntas lo superaremos.

      —Me sabe muy mal todo esto y con la ilusión que tú tenías este verano por permanecer tranquila en La Masía, de verdad, lo siento.

      —Las cosas suceden sin buscarlas y por eso no nos podemos hacer planes en la vida y hay que aceptar lo que nos venga de la mejor manera posible y ser positivas.

      —Te doy las gracias por ser tan comprensiva y me resulta admirable tu madurez y paciencia, ya que solo tienes veinte años.

      La brisa de la tarde golpeaba en las mejillas de Teresa y su rostro sonrojado mostraba serenidad y bienestar, sin embargo, su ánimo se vio perturbado por la presencia de un visitante inoportuno en aquel paseo por el frondoso bosque donde le gustaba perderse casi todas las tardes a la caída del sol. La abeja la rondaba todo el rato como si la vigilara muy de cerca y aprovechara el momento más oportuno para atacar. Teresa pensó que era mejor no hacer nada y aceptar la presencia de su compañera de camino hasta que se cansase y buscase otra ocupación. Ensimismada y absorta en el paisaje, no se percató de la presencia de Ramón, que se encontraba subido a un árbol observando todo bicho viviente y, al ver a Teresa, quiso pasar desapercibido para poder admirar su gran belleza y sus movimientos sin que la joven se comportase de manera diferente. En ese instante pudo comprobar que sentía gran interés por conocerla en profundidad y que le unía algo muy especial a ella. Era consciente de que todo lo que estaba pasando los estaba distanciando y que ella se debatía entre el amor y el orgullo herido. Su deseo de estar con ella era tan fuerte que no pudo resistir más y de un salto se abalanzó a su lado. Teresa dio un grito desgarrador y empezó a chillar hasta que vio el rostro de Ramón y sintió su mano en su boca.

      —¿Qué haces aquí?

      —¿Me estás siguiendo?

      —No, por supuesto que no —dijo en un tono molesto —. Estoy trabajando, te recuerdo que mi profesión consiste en observar animales.

      —Parece que me persigues.

      —Son imaginaciones tuyas, ya que pienso que me culpas de todo lo que está pasando y por eso te incomoda mi presencia.

      —La verdad es que no me siento muy bien y es verdad que tú, sin querer, eres parte implicada en lo que me está ocurriendo —dijo Teresa.

      —Es una pena que no podamos ser amigos y comportarnos de forma natural ya que tenemos mucha afinidad —dijo con una sonrisa envolvente.

      —Tienes razón, sin embargo, somos muy distintos y pienso que entre nosotros no solo existe amistad.

      —Eres una chica excepcional y nunca me había sentido así antes, solo pienso en ti y si no te tengo cerca nada me interesa.

      —Todo eso es muy bonito pero no es real, ya que venimos de mundos distintos y es muy difícil que funcione.

      —No estoy de acuerdo contigo, lo que pasa es que no confías en mí y crees que mis sentimientos no son sinceros.

      —En este momento no puedo dejarme llevar por lo que siento. Además, soy demasiado joven para sufrir por amor.

      En ese instante, Teresa dio un tropiezo y casi se cayó, pero la mano rauda de Ramón la sujetó y pronto mantuvo el equilibrio.

      Teresa insistió en que lo mejor era que cada uno siguiera su camino y que no se volviesen a encontrar, aunque le deseaba mucha suerte y al despedirse le dio un beso en la mejilla. Ramón, en un arrebato, la cogió por la cintura con sus majestuosas manos y la atrajo fuertemente hacía él, le dio un beso en la boca para sellar su amor.

      En aquel instante Teresa se dio cuenta de que el amor que sentía por él era muy grande y que el destino los había unido, existiendo cierta similitud con la historia de su abuela. Ahora podía entender mejor ese amor loco y apasionado de sus abuelos, el éxtasis en grado sumo como un bebedizo de placer y felicidad que solo se alcanza al lado de la persona amada. Sentía una debilidad en todo el cuerpo, producto de ese amor inconmensurable que se estaba manifestando como una enfermedad que no se puede curar si no se está cerca del amado. El fuego la quemaba por dentro y por fuera y se derretía como la mantequilla cuando Ramón ponía sus manos en su cuerpo, era tal la sensación de placer que se olvidaba de todo para sumergirse en sus caricias, abrazos, besos...

      El verano se agotaba y ella quería aprovechar hasta el último momento para estar con él, había decidido dejarse llevar por ese elixir nuevo y desconocido para ella. Ramón era una buena persona, educado, de buena familia y además el heredero de una gran fortuna. Para Teresa lo que menos le importaba era el dinero, sin embargo, a nadie le amargaba un dulce y máxime cuando te viene dado y de forma honrada y legal.

      Sus encuentros furtivos empezaron a preocupar a Dª María que veía que su nieta siempre estaba fuera por cualquier motivo. Teresa pensaba que de momento era mejor no decirle la verdad, por lo sensible que estaba con la venta de la casa, el Coronel y su nieto.

      La comunicación entre abuela y nieta era más fluida y los momentos que podían hablar, su abuela le contaba muchas cosas sobre su vida y vicisitudes. Teresa, poco a poco, iba conociendo más la vida de su abuela y de Gabriel.

      —Cuando regresó Gabriel de Barcelona, después de visitar muchas granjas y lugares destinados a meriendas y aprender técnicas nuevas, fórmulas y recetas, decidió abrir en Palma una granja a la que puso de nombre Reus, era un sitio increíble en pleno centro y muy bien situado. Había de todo para merendar: helados de todos los sabores artesanales, nata, mantequilla, yogur... Era un lugar para recrear el paladar más exquisito y así saborear el placer de los sentidos y el éxtasis. Tu abuelo era una persona muy emprendedora y no se conformaba con lo primero que veía, era muy exigente, perfeccionista y le gustaba innovar.

      —Me comentaste hace tiempo que se fue solo a Barcelona sin conocer a nadie —añadió Teresa para enfatizar la valentía de su abuelo.

      —Sí, era muy valiente, y no tenía miedo a su padre, por eso se vio obligado a sustraerle dinero para poder viajar y realizar su proyecto. Decía que no le quedó más remedio que demostrarle que no quería seguir sus pasos y que tenía ideas propias. Todo lo que se proponía lo conseguía, con esa sonrisa envolvente y cautivadora que persuadía a cualquiera.

      —¿Lo querías mucho, verdad?

      —Ni te lo imaginas, eres demasiado


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