Cartas de Gabriel. Rosa María Soriano Reus

Cartas de Gabriel - Rosa María Soriano Reus


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con extrañeza.

      —La que tienes en mente sobre tu familia.

      —Yo no te he dicho nada —espetó Teresa con un tono de sorpresa.

      —Lo he deducido de tus comentarios, te he estado observando.

      Juana no entendía nada y se encontraba en medio de aquel diálogo que más bien parecía una pelea de enamorados.

      Se levantaron y en la calle siguieron discutiendo, sin percatarse de Juana, que intentaba comunicar a Teresa que se tiene que ir.

      —Lo siento Juana, pero no te he presentado a Ramón, nieto del Coronel Solivellas que conoce a mi abuela.

      —Encantada.

      —Creo que tiene prisa —con ironía comentó Teresa.

      —Pues no, ya que he perdido la tarde por una persona que no tiene palabra, ahora tendrá que resarcirme de algún modo. Pienso que ha sido una pena perderse algo tan interesante por un simple enfado infantil.

      —Bueno, yo me tengo que ir —arguyó Juana—. Hasta pronto y tanto gusto.

      —Eres odioso y un maleducado —dijo enfadada y malhumorada.

      —¿Me vas a decir por qué me has dado plantón?

      —No me apetecía verte y punto.

      —No me convence tu respuesta.

      —No te puedo dar otra. Lo siento, pero tengo prisa.

      —Muy bien, pero al final tendrás que recurrir a mí.

      —Muy seguro estás de lo que dices —dijo con desconfianza.

      —Estoy seguro —respondió Ramón con resolución.

      Teresa no quería continuar la conversación e hizo ademán de irse, cuando de repente Ramón la estrechó entre sus brazos y le susurró la canción de la verbena. Ella permaneció un rato inmóvil sin aducir palabra hasta que el sonido de las campanas de la iglesia retumbó en sus oídos para hacerla volver a la realidad y despertar de aquel instante dulce y fugaz, una quimera que no se podía permitir.

      Al alejarse de Ramón, sus facciones seguían vivas en su recuerdo, congelado en aquel breve momento de felicidad y sus pasos lentos traicionaban su razón. Cada encuentro con Ramón era una gran lucha interior y el destino inevitablemente la avocaba al reencuentro.

      Al llegar a La Masía y no ver a su abuela, pudo deducir que se había enterado de la llamada por la nota que encontró en el recibidor y que estaba en casa del Coronel. Era evidente que su abuela se veía en la necesidad de vender La Masía lo antes posible y por eso tanta urgencia y misterio.

      En aquel momento se sintió sola y apesadumbrada pensando que nadie era capaz de confiar en ella y que aún la consideraban una niña que no tenía capacidad de entender los problemas de los adultos. Esto le producía cierta tristeza y no entendía el comportamiento de su abuela ni del Coronel. Se sentía traicionada por todos y solo deseaba hablar con su abuela y que se sincerase sobre los verdaderos motivos de la venta de la emblemática Masía.

      La noche cubría con su negro manto el hermoso paisaje de frondosa vegetación y las estrellas iluminaban como luciérnagas el camino angosto y salvaje. La tardanza de Dª María inquietaba a Teresa, que no sabía qué pensar y se distraía ordenando su habitación y escuchando música.

      Al sonar el teléfono Teresa se estremeció y, rauda, acudió a la mesita donde se encontraba situado justo a la entrada de la casa. Se trataba del Coronel Solivellas que quería informarle que a su abuela le había dado un mareo y de momento se tenía que quedar un rato más en su casa. Teresa, sin mediar palabra, colgó el teléfono y se preparó para salir hacia la morada del Coronel. El camino abrupto y solitario le daba cierto reparo entrada la noche, sin embargo, resuelta, siguió hacia adelante hasta que se encontró con una bifurcación y la invadió la duda, tan solo había estado una vez en casa del Coronel y acompañada de su abuela a plena luz del día. Se encontraba perdida en medio del monte y no sabía por dónde tirar. A lo lejos, le pareció escuchar un susurro pegadizo, y, cansada, se sentó en una piedra para reponer fuerzas. En ese instante vislumbró una sombra y, asustada, comenzó a gritar, sin embargo, una voz suave y dulce le tapó la boca. Era Ramón, que acudía en su auxilio al escuchar a su abuelo hablar por teléfono con Teresa e imaginarse que ella acudiría a casa del Coronel. En un arrebato la cogió en brazos y como un peso ligero la llevó hasta un sitio seguro donde el camino resultaba más transitable y menos peligroso. Teresa, apabullada y desconcertada, no opuso resistencia, arropada por los brazos fuertes y enérgicos de Ramón que la condujeron sin peligro al lugar donde se encontraba su abuela.

      —Muchas gracias —dijo esta avergonzada por su comportamiento anterior —. He de reconocer que siempre apareces cuando necesito ayuda.

      — Soy afortunado de poderte ayudar —comentó él con una gran sonrisa en los labios.

      —¿Qué ha pasado? —preguntó con tono preocupado.

      —Parece que tu abuela se ha fatigado bastante y se encuentra muy alterada por el tema de la venta de la casa —explicó con las manos en los bolsillos y un tono desenfadado.

      —Yo tampoco se lo pongo fácil —dijo mirándole a los ojos y con voz dulce.

      —Es normal, tú necesitas respuestas que de momento tu abuela no te da —dijo con ademán de seguridad.

      —Es curioso que sepas tanto de la psicología humana y, sin embargo, no me conozcas nada.

      —Eso es lo que piensas, que no te conozco, pues estas equivocada ya que puedo adivinar tus pensamientos y deseos más fervientes.

      —Mejor vamos a dejar el tema que estamos llegando.

      —Muy bien, pero necesito saber por qué me rehúyes cuando sé a ciencia cierta que te agrada mi compañía.

      —Es mejor que no nos veamos más —dijo Teresa con nostalgia.

      —No estoy de acuerdo y pienso insistir.

      Al llegar a la morada del Coronel, la noche cerrada, agazapada en las sombras de los árboles, imponía su ley, su silencio era sagrado y tan solo el murmullo del viento al rugir soliviantaba su sueño. Aquella casa parecía un castillo fortificado y amurallado al que solo podían acceder algunos privilegiados. Su abuela era una invitada especial y su presencia allí no era fortuita, el Coronel sentía algo especial por ella desde hacía mucho tiempo y ella lo sabía. El Coronel era hombre de honor y no quería insistir más en avivar la llama de atracción por aquella mujer al notar que solo podía aspirar a una mera amistad. Dª María seguía enamorada de su marido y único amor, nadie podía sustituir a Gabriel por muy sola que se sintiese a veces, y por muchas dificultades que le sobrevinieran. Su amor y fidelidad estaban por encima de todo y su recuerdo la hacían fuerte.

      Teresa se encontraba desfallecida y exhausta, por lo que no tenía ganas de hablar mucho, se quería limitar a ver a su abuela y reconfortarla. Sin embargo, el Coronel insistió en que Teresa cenase con ellos y que con un tiempo tan adverso lo mejor era que pernoctaran esa noche allí. Al escuchar las palabras del Coronel, Teresa empezó a encontrarse mucho peor y sus mejillas palidecieron aún más. Se encontraba en un callejón sin salida y lo peor era que solo podía resignarse, dada la situación. Su abuela, tumbada en el sofá del salón, apenas tenía fuerzas para levantarse. El destino burlón la había colocado en una situación violenta a la que se resistía cada vez más y a la que se encontraba avocada.

      Su abuela poco a poco se iba reanimando y, entonces, una sirvienta entró en el salón para indicarles que la cena estaba lista.

      El comedor, inmenso y majestuoso, parecía un museo con todo tipo de cuadros, retablos y esculturas que acompañaban a los comensales y agradaban su vista.

      Todo resultaba enigmático y al mismo tiempo irreal, de otra época, como si de repente Teresa, por un hechizo, se hubiese transportado a los años 50.

      ¿Era realidad o ficción? ¿Realmente se encontraba allí o estaba soñando?


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