Cartas de Gabriel. Rosa María Soriano Reus

Cartas de Gabriel - Rosa María Soriano Reus


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de amor. Jaume le preguntó si se encontraba mejor y si le apetecía ir de excursión al día siguiente. Teresa, ensimismada, sonrió. Mañana sería otro día.

      Al llegar a casa tan pronto, su abuela aún se encontraba levantada y al escuchar la puerta se inclinó bruscamente del sillón para dirigir la mirada en esa dirección.

      —Soy yo, abuela —masculló Teresa.

      —¿Qué ha pasado? —preguntó en un tono de extrañeza.

      —Me encontraba cansada y he decidido regresar pronto a casa —respondió con semblante pálido.

      —¿Ha pasado algo que desees contarme? Sabes que puedes confiar en mí —le preguntó con tono preocupado.

      —Tú también puedes confiar en mí, sé que me ocultas algo que no me quieres contar —respondió Teresa con una mueca de reproche.

      —No te das por vencida con facilidad y eres muy cabezota —dijo su abuela gesticulando las manos y moviendo la cabeza—. Me voy a la cama y espero que mañana te despiertes mejor. Por cierto, mañana he de ir a visitar al Coronel y puede que me retrase un poco, ya sabes cómo le gusta explayarse.

      —Muy bien abuela, buenas noches.

      Al día siguiente, Teresa se levantó tarde y no vio a su abuela en casa. Supuso que se encontraba con el Coronel como le había mencionado la noche anterior. Teresa no sabía si creer a su abuela ya que últimamente se comportaba de una forma extraña y prefería esperar que los acontecimientos le marcasen lo que estaba pasando. No quería pensar que su abuela le ocultaba algo, pero al mismo tiempo tenía una sensación de zozobra y su mente se hacía muchas preguntas que no podía contestar.

      Aquella mañana, Teresa intentó refugiarse en el desván aprovechando la ausencia de su abuela y su estado de ánimo melancólico. Al entrar, tuvo que sortear una tupida tela de araña que le indicaba que el lugar seguía sin ser frecuentado y que era la única persona en mucho tiempo que lo visitaba. Todo seguía igual, era como si el tiempo permaneciese inmóvil en aquel espacio y todos los objetos quedasen inmortalizados.

      ¿Qué estaba buscando? ¿Qué quería encontrar en aquel cementerio de fósiles?

      Remover el pasado y resucitar los fantasmas escondidos en La Masía durante su época gloriosa no era tarea fácil y suponía enfrentarse a su abuela y hurgar en la herida de su vida.

      Se encontraba allí, dubitativa, dando rienda suelta a sus ideas, cuando de repente sonó de forma insistente el teléfono. Bajó las escaleras lo más pronto posible y al descolgar el teléfono, escuchó una voz grave que arguyó: «Señora María, el Coronel ya está de acuerdo, solo falta que usted se decida. El precio es el convenido y ha de tener en cuenta que la casa es vieja y no está reformada».

      —Yo soy su nieta, en este momento no se encuentra en casa.

      —Perdón, si puede le da el recado.

      —¿Quiere decir que mi abuela va a vender La Masía?

      —Así es, y puede estar contenta ya que el Coronel le va a pagar al contado. Bueno, dígale que he llamado y que se decida pronto. Me llamo Juan, de la inmobiliaria Forteza.

      —Descuide, ya se lo comunico —dijo Teresa, apenas sin poder articular las palabras.

      Al colgar el teléfono, se sentó en la butaca de su abuela y con la cara desencajada intentó encontrar sentido a la información que había recibido. No podía entender nada y entonces recordó el día en que su abuela salió de forma precipitada de La Masía para acudir a una cita en el paseo del Borne, allí empezó todo, o quizás antes.

      ¿Por qué su abuela quería vender aquella casa tan querida y con tantos recuerdos?

      ¿Tenía problemas económicos y se veía obligada a ello?

      ¿Los recuerdos la abrumaban y quería desprenderse de la huella de su pasado?

      ¿Cuál era el verdadero motivo?

      Teresa se encontraba confusa y decepcionada, sus ilusiones se disipaban como pompas de jabón. Si la compra se efectuaba pronto, quizás tuviese que regresar a Palma antes de lo previsto. Aquel verano se presentaba lleno de incógnitas que tenía que resolver a medida que se sucedían los acontecimientos. El tiempo jugaba en su contra, como si de un maleficio se tratase para obstaculizar sus propósitos y no poder conseguir desliar la madeja para llegar al principio. Necesitaba saber más de su familia y La Masía era la clave, la madeja para poder tirar del hilo y hallar respuestas a todas sus preguntas.

      Sumida en sus pensamientos, de pronto escuchó una voz tarareando una canción, era la voz de Ramón que canturreaba una melodía de la verbena. Se emocionó y se levantó súbitamente para acercarse al espejo de la puerta, su rostro pálido y su melena despeinada la horrorizaban, en ese momento no se encontraba con ánimo para hablar con él, se sentía engañada, traicionada por su abuela, por el Coronel y por su nieto. A pesar de su insistencia, la puerta permaneció cerrada, sin embargo, Ramón, no se rindió con facilidad y lo intentó por la ventana. El golpeo de los cantos sonaba incesante y retumbaba en la casa como un eco. Teresa sabía que al final tendría que ceder. Al abrir la puerta, Ramón se coló por ella como una lagartija buscando la tan ansiada morada y, con una sonrisa maliciosa al conseguir su objetivo, resopló de satisfacción.

      —¿Qué tal estás? No sé nada de ti desde el baile y estaba preocupado.

      —Déjame que lo dude, ya que tu abuelo y tú estáis muy ocupados en otros menesteres.

      —No sé a qué viene ese comentario, parece que hablas en clave —respondió Ramón con el torso bien erguido.

      —Claro que lo sabes y muy bien, me refiero a la compra de esta casa —dijo Teresa con un tono muy enfadado.

      —¡Ah! Me he enterado esta mañana y no me lo podía creer. Al parecer tu abuela vende La Masía y mi abuelo está interesado en comprarla.

      —La verdad es que no sé si creerte, ya que todo el mundo me oculta información.

      —¿Quieres decir que tu abuela no te había dicho nada del tema? —preguntó con cierto asombro.

      —Así es. He recibido una llamada de la inmobiliaria hace media hora y ha sido muy desagradable enterarme de esta forma.

      —Lo siento mucho, pero yo no tengo nada que ver en esto.

      —Puede ser, pero no estoy de humor para hablar con nadie.

      —Muy bien, pues me voy, pero me tienes que prometer que mañana acudirás a la entrada del bosque, te tengo que enseñar algo importante. Por favor, acude a la caída del sol y descubrirás algo inédito y sorprendente. Te espero y no me falles, querida Teresa.

      Al despedirse lanzó un beso al aire y luego susurró la canción de la verbena.

      Teresa no sabía qué pensar de Ramón. Siempre aparecía en los momentos más inesperados y su presencia en parte la reconfortaba.

      ¡El amor era un misterio!

      ¿Qué le pasaba cuando escuchaba su voz?

      Sin embargo, al mismo tiempo la alteraba y prefería no verlo para no hacerse ilusiones y que nada la pudiese distraer de su objetivo. Ahora, abuelo y nieto, serían dueños de una morada que había pertenecido a su familia y esto no le gustaba, por lo tanto prefería distanciarse de Ramón y que cada uno siguiese su camino.

      Al día siguiente, el aire cálido del atardecer le pedía salir a la calle y refugiarse en la frondosa vegetación de aquel idílico paraje. El viento susurraba la canción de la verbena en la cabeza de Teresa, sin embargo, ella no deseaba acudir al encuentro y decidió quedar con Juana en el pueblo para tomar un refresco. Se encontraba algo intranquila y no podía olvidar aquella llamada de teléfono, absorta en sus pensamientos escuchó la voz dulce de Ramón.

      —Teníamos una cita a la caída del sol —dijo con cierto tono molesto.

      —No


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