Cartas de Gabriel. Rosa María Soriano Reus
cesaba de hablar y agasajar a sus invitadas y Ramón observaba a Teresa sin mediar palabra. Sus ojos hablaban por si solos y le decían que estaba muy contento al poder disfrutar de su compañía y velar sus sueños por una noche respirando bajo el mismo techo. Ella, desconcertada, retiraba su mirada y se centraba en la comida y en la actitud de su abuela que parecía triste y desolada por la decisión que había tenido que adoptar de vender La Masía.
Al pasar al salón, su abuela comentó que prefería retirarse a descansar al tener costumbre de acostarse muy pronto. El Coronel no insistió, a pesar de su afán por gozar un poco más de su compañía, por lo que decidió ausentarse pronto a su habitación.
Teresa y Ramón se encontraron solos en aquel salón grande y sombrío. La noche cerrada y tormentosa rugía con alaridos y el resplandor de los relámpagos iluminaba sus rostros que exhalaban pasión y, poco a poco, sus labios se juntaron y se besaron. Ramón la abrazó con fuerza y le susurró al oído que no se podía huir de un sentimiento tan fuerte y profundo, que no se resistiera y se dejara llevar. Era su noche. Teresa al final sucumbió a sus brazos y sus cuerpos se fundieron en uno, tumbados los dos en la alfombra al lado de la chimenea.
Ramón, entrada la noche, la acompañó a la habitación de invitados y desapareció sellando un beso en sus labios.
La mañana amaneció nublada y húmeda. El paisaje otoñal evocaba el preludio del invierno, sin embargo, se trataba del final de agosto, y, por tanto, las tormentas en ese periodo duraban poco. La habitación, grande y austera, había pertenecido a una hermana del Coronel, una mujer recia y solitaria dada a la contemplación y a la vida mística. Nunca se casó y vivió en aquella casa hasta su muerte. Le gustaba leer libros de vidas de santos y poesía de los grandes escritores místicos como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Refugiada casi siempre en aquella habitación, como una monja de clausura, rezaba por la paz en el mundo y por su hermano durante la contienda bélica de la guerra civil. En ella había dejado su impronta y su legado a modo de cartas, retablos, rosarios, cruces. Santificada y bendecida con una estampa del Papa Juan XXIII en la cabecera de la cama.
Una vez preparada, Teresa bajó al salón para ver si su abuela estaba despierta. Por la escalera se tropezó con el Coronel que le preguntó si había dormido bien y le comentó que su abuela se encontraba en el salón mucho más recuperada. Teresa asintió con una sonrisa y aligeró el paso para encontrarse con su abuela. Al verla con buen tono de cara y sonriendo con Ramón, se encontró esperanzada y con fuerzas para afrontar lo que el destino les deparara. Se unió a ellos para participar de su buen humor y descubrió que Ramón estaba radiante de felicidad y le brillaban los ojos de una manera especial al igual que a ella. Su abuela se percató de que entre los dos había algo más que una mera amistad y se alegró mucho por su nieta a la que quería con locura a pesar de haberse distanciado últimamente de ella y dar una impresión equivocada. Todo era tan absurdo y la vida la había puesto en la cuerda floja en el final de su camino cuando más necesitaba revivir sus recuerdos y aferrarse al pasado. Su fortaleza y su energía se debilitaban poco a poco y su nieta era partícipe de todo esto. Sus días en La Masía llegaban a su fin y ella no podía hacer nada para evitarlo. Su nieta era testigo de su declive y era la que más sufría su pérdida.
Aquella sensación de derrota en una mujer tan valiente y luchadora la carcomía por dentro y suponía un malestar que se reflejaba en su rostro alicaído y en su hablar pausado. Teresa era el único motivo de esperanza y por ella se esforzaba en aparentar estar serena y alegre.
Al abandonar la casa del Coronel, una parte de Teresa sintió tristeza y desaliento. Ramón la había cautivado con sus besos y abrazos y aquella mirada tan tierna la derretía por dentro y por fuera sin poder hacer nada para evitarlo.
Su abuela la observaba en silencio y comprendía que el amor había llamado a su puerta de forma inesperada y que el destino los había unido para siempre. Ya no podría separarse de él ni de su recuerdo y máxime siendo el heredero de La Masía, la casa que había cautivado a Teresa desde bien pequeña y que actualmente había centrado sus aspiraciones y proyectos.
El sueño
Al día siguiente, Teresa se despertó con mucha energía. Dª María, sin embargo, se encontraba triste y desolada por la situación que estaba viviendo y máxime cuando sabía que tenía que dar las explicaciones pertinentes a su nieta y que no podía rehuir más la verdad.
En muchas ocasiones había utilizado la mentira como parte de su proceder para dar largas y evadir los problemas, pero ahora había sido descubierta y no podía seguir por ese camino.
Sentada en el salón y dispuesta a enfrentarse a sus propios fantasmas, con una pose solemne y una mirada firme, llamó a Teresa para pedirle que se sentase, ya que tenía que comentarle algo. Teresa acudió presta a la llamada de su abuela con los ojos bien abiertos y un nudo en la garganta. Necesitaba escuchar la verdad y que su abuela se sincerase con ella.
—Es una historia larga —dijo con un tono severo y sin apenas inmutarse —. A veces las cosas no son fáciles y tenemos que tomar decisiones que no queremos pero que son necesarias, como vender La Masía. Todo empezó hace cinco años cuando tuve que desembolsar una gran cifra de dinero para que no me embargaran el piso de Palma, entonces descubrí que el propietario del piso era mi cuñado Rafael y que se lo había cedido a Gabriel al destinarlo fuera. Al fallecer los dos, a consecuencia de la guerra, yo seguí viviendo en el piso pensando que era de mi marido hasta que recibí una notificación que me comunicaba que, al no ser propietaria, si deseaba permanecer en la vivienda me daban la opción de comprarla a plazos y así regularizar la situación. »Desde ese momento, mi economía se ha ido resintiendo cada vez más, hasta que me vi obligada a consumir todos mis ahorros, todas las ganancias de la Granja March, todo el dinero a plazo fijo. En ese momento no se me ocurrió nada más que esperar, hasta que la situación empeoró tanto que me vi obligada a tomar la decisión de vender La Masía. Al final todo se ha precipitado y el banco me ha reclamado adelantar mucho más dinero dada mi edad, para acabar de pagar el piso este verano y el resto de la historia ya la conoces.
—¿Lo has mantenido en silencio todos estos años para no preocuparnos? —preguntó Teresa con un ademán de asombro.
—Estoy acostumbrada a pasar por situaciones difíciles y siempre he salido airosa de todo, aunque reconozco que ahora en la vejez esto me está resultando muy duro. Sé que has pensado que no he confiado en ti pero no es cierto, he pensado que era mejor retrasarte este sufrimiento y más este verano cuando habías depositado tantas ilusiones y esperanzas al cumplir veinte primaveras. Lo siento.
—No sé qué decir, no me podía imaginar que la situación fuese tan grave a nivel económico y que las cosas pudiesen cambiar tanto.
—La vida te puede cambiar de un día para otro y a veces no podemos hacer nada para evitarlo —dijo Dª María con un tono de resignación —. Tengo que aceptar cuanto antes esta nueva situación y tú también, ya que necesito que me ayudes en esta nueva etapa.
—Primero tendré que asimilar todo lo que me has contado y para ello necesito hacerte más preguntas sobre Gabriel y sus cartas.
—Pienso que quizás ha llegado el momento de que conozcas la historia de tu abuelo y, en la medida de lo posible, yo te la voy a facilitar —dijo con una media sonrisa en los labios—. Esas cartas son el único legado escrito de Gabriel que poseo ya que, como sabes, la guerra me lo arrebató muy joven y nuestras vidas quedaron truncadas para siempre. »Era un hombre justo, honrado, emprendedor, sensible, con ideas muy avanzadas para su tiempo. No se conformaba con la vida que sus padres le ofrecían y emprendió pronto el vuelo rumbo a Barcelona para descubrir la fórmula secreta del yogur y poder crear un gran negocio propio, una granja con helados, yogures, batidos, todo elaborado de manera artesanal, a la manera tradicional pero con la innovación de los nuevos productos que se utilizaban en la Ciudad Condal.
—He leído las cartas varias veces al encontrarlas en el desván de casualidad y me he emocionado mucho. He podido descubrir muchas cosas del carácter de Gabriel y profundizar en el horror de la guerra —dijo Teresa con ademán de fruncir las cejas.
—La guerra, qué palabra tan horrible. Bueno, es mejor que te