Cartas de Gabriel. Rosa María Soriano Reus
no ser que el destino te lo arrebate y te quedes sola muy joven —dijo Dª María con sentimiento de tristeza—La vida te pone pruebas que a veces son muy duras de superar y hay que ser muy fuerte y luchar a contracorriente. También me gustaría hablarte de mi hermano Miguel, mi otro gran amor. Lo admiraba tanto que siempre lo estaba imitando. Cuando éramos pequeños yo le seguía a escondidas cuando se iba con sus amigos, era muy travieso. Nuestra madre se enfadaba mucho con nosotros, siempre llagábamos con algún rasguño y con la ropa arañada. »Era mi ídolo y yo quería ser como él, tan valiente y decidido, siempre luchando por sus ideales sin importarle nada más. Trabajó en el ferrocarril mucho tiempo y fue sindicalista para luchar por los intereses de los trabajadores, sin embargo, cuando la guerra comenzó lo encarcelaron en el castillo de Bellver y eso fue su muerte. Mi madre sufrió mucho, pensando que su hijo moriría entre aquellas paredes solo y sin el cariño de sus seres queridos. Según contaba, cada noche acudían a por un preso para matarlo y eso era terrible e insoportable a pesar de su gran fortaleza. Como ves, la vida me arrebató a mis dos grandes amores y por el mismo tiempo, los dos eran muy jóvenes y llenos de vida. Para mí fue un trago muy amargo que tuve que beber y digerir.
—Nunca me habías contado lo de tu hermano, la verdad es que el destino no te lo puso nada fácil —dijo Teresa frunciendo el ceño con un gesto de sorpresa.
—Mi vida ha sido muy intensa, repleta de acontecimientos que se han sucedido sin apenas poderlos asimilar.
La merienda
—Por cierto, te quiero comentar que esta tarde nos ha invitado el Coronel a su casa para celebrar su aniversario, cumple 85 años. Me parece que no podemos rechazar la invitación, dada la situación —dijo Dª María a su nieta.
—No me apetece nada ir, y menos ahora que seremos la comidilla de Inca por la venta de la Masía.
—Sí, es verdad, pero no queda otra opción, el Coronel se ha portado muy bien conmigo siempre y no podemos negarnos —dijo con gesto de resignación —. Te informo que irá la élite de Inca y de Palma, el Coronel tiene amistades muy ilustres y de todos los signos políticos. Las hermanas Emilia y Esperanza son hijas del Coronel Rotger, fascista y muy estricto en sus ideas y moral. La menor de las hijas, Emilia, fue jefa de la falange y adoctrinó a muchas chicas en la moral cristiana y en la doctrina de la falange. La mayor, Esperanza, era muy sobria y callada, se dedicaba a coser, bordar y cocinar para su padre. Las dos permanecieron solteras como ejemplo de honestidad y buena moral cristiana. Cuando el Coronel falleció, ellas siguieron codeándose con la élite de Palma y sobre todo con las familias de los militares.
—Nos vamos a divertir en una reunión de militares y altos mandos de los dos bandos, los vencedores y los vencidos. Puede ser algo explosivo y a la vez inquietante e interesante —respondió Teresa en tono sarcástico.
—Supongo que será la última vez que lo visitemos antes de irnos definitivamente de La Masía, ya que la semana próxima todo habrá finalizado. Será el último esfuerzo que tendremos que realizar en Inca. Al final será una experiencia más en nuestras vidas y pasará al olvido. No te lo tomes así y disfruta del momento, quizás se te presente la oportunidad de conocer a personas interesantes y que te puedan dar más información de Gabriel.
Teresa no se podía creer que su abuela se encontrase tan receptiva, cuando estaba a punto de perder lo que más quería, todos sus recuerdos se hallaban en aquella casa. Al mismo tiempo se mostraba colaboradora y comprensiva con ella en la búsqueda de más información sobre la vida de su abuelo.
La tarde plomiza y gris auguraba mal tiempo como si presagiara que el ambiente iba a ser tormentoso.
Era la tercera vez que iba a visitar el castillo del Coronel, como así lo llamaba. No sabía qué vestido ponerse y qué actitud mostrar, tendría que utilizar una máscara de buena educación y hacer teatro para comportarse correctamente y no salirse del guion. Esto no iba a resultar fácil en un ambiente tan constreñido y al mismo tiempo reencontrarse de nuevo con Ramón después de algunos días sin verlo por decisión propia.
Llegado el momento, Teresa decidió optar por una falda y blusa sencillas, para no llamar la atención y pasar desapercibida, pero, al mismo tiempo, eligió colores vivos que bien combinados le daban un toque de elegancia y sofisticación. Su abuela eligió un vestido con mucho estilo y se engalanó bien con todas sus joyas, le gustaba mucho llevar pulseras, collares y anillos para realzar sus encantos. Había que reconocer que era una mujer de presencia y poderío que saltaba a la vista, y a ella le gustaba llamar la atención y ser el centro del acontecimiento.
Al llegar, el Coronel les abrió la puerta personalmente, dado que era aún muy temprano y se encontraba en el comedor casualmente, por estar el servicio muy ajetreado con todos los preparativos de la merienda. Les agasajó con su galantería y les indicó que se acomodaran donde quisieran. Les comentó que se alegraba mucho de verlas y que le gustaría que la adquisición de La Masía no empañase su amistad, con un tono sincero y al mismo tiempo alegre.
—Hoy es un día muy especial para mí y por ello he reunido a antiguos colegas de profesión para revivir momentos gloriosos de nuestro país, y quiero que se sientan a gusto en mi casa que siempre será la suya.
Su discurso no extrañó a las invitadas que conocían de sobra la labia del Coronel y sabían que le gustaba quedar bien con todo el mundo.
Teresa se mostró cordial y simpática para no levantar ningún tipo de interés en el Coronel y observar tranquila aquella reunión enmascarada de militares que aprovechaban cualquier acontecimiento para rememorar sus glorias. Era de sobra conocida la afición del Coronel por aquellas tertulias hasta altas horas de la noche, donde se recreaban escenas vividas, acompañadas de alcohol y filmaciones de la guerra civil y de la batalla del Ebro.
Poco a poco, los invitados fueron llegando con rostros muy variopintos y semblantes alegres. El servicio, muy preparado para estas ocasiones, iba colocando a cada invitado en un lado de la mesa del comedor, dejando el centro para los más allegados. Teresa y su abuela se quedaron en el centro de la mesa por ser personas muy apreciadas para el Coronel y, cuando faltaba poco tiempo para comenzar la merienda, se presentó su nieto Ramón con un aire desenfadado e informal.
—Buenas tardes a todos los invitados y disculpen la tardanza, pero estaba en el bosque realizando un estudio sobre los pájaros utilizando ajonje y me he perdido por un camino agreste.
El Coronel intentó disculpar a su nieto con un comentario sobre los jóvenes y su ensimismamiento propio de la edad que la mayoría entendieron perfectamente.
Teresa estaba inquieta y sin saber cómo comportarse en un ambiente tan encorsetado y anacrónico. Se encontraba expectante como un centinela de guardia para observar cada gesto y movimiento de aquellos ilustres invitados.
La mesa la presidía el Coronel y su íntimo amigo el teniente Juan Cerdá, republicano que sirvió en su regimiento durante la guerra civil. De aspecto robusto y prominente andorga, calvo y con una frondosa barba, era el prototipo de un sirviente de labranza, campechano y afable. Resultaba curioso que, tal personaje, hubiese sido un teniente reconocido y que hubiese empuñado un arma, cuando daba la impresión de ser una persona incapaz de matar a nadie.
A su lado, un par de militares de semblante pálido y enjutos, se reían de manera estrepitosa acerca del famoso anuncio de la coca cola, donde se divisaba una playa desierta y de pronto por arte de magia aparecía una botella de esa bebida mágica para dar energía y así poder encontrar la solución mejor para regresar a la civilización. Era una escena más bien sacada de un film de Buñuel con elementos cómicos e histriónicos. Los personajes se movían muy deprisa pasando de una secuencia a otra sin apenas dar por concluido ningún tema. Sus risas llegaban a ser tan estridentes que acaparaban las miradas de los asistentes con cierta admiración y júbilo.
El Coronel estaba pletórico y se sentía orgulloso de haber reunido a un grupo tan selecto bajo su techo. Aquel día sería memorable y pasaría a la posteridad. Hacía mucho tiempo que no se reencontraba con muchos de los allí presentes y para él, era un honor que hubiesen acudido después de tantos años.
La