Cartas de Gabriel. Rosa María Soriano Reus
me gusta que salgas hasta la madrugada, la gente bebe demasiado.
—Sí, ya sé que no te gusta, pero tengo veinte años y no le puedo decir a mi única amiga aquí que no voy a salir un sábado por la noche.
—Está bien, no quiero enfadarme, pero ten mucho cuidado.
—A la vuelta, su hermano me traerá en coche hasta la puerta de casa para que te quedes tranquila.
—No pienses que eso me tranquiliza, quizás me pone aún más nerviosa sabiendo que es un cabeza loca.
—No hablamos del mismo chico, ¿verdad?
—Que yo sepa solo tiene un hermano aquí, ya que el otro está en Barcelona.
—Jaume ha vuelto a Inca y se va a quedar un tiempo.
—No lo sabía, pensé que nunca volvería a Inca al encontrar un buen trabajo fuera.
—Al parecer tenía muchas ganas de ver a la familia y ha decidido volver a Palma.
—Sí que es una buena noticia, siempre me ha gustado ese chico para ti, es tan formal y tan apuesto.
—La verdad es que aún no he tenido la oportunidad de conocerlo, quizás esta noche en la verbena.
—Me alegro de su vuelta y a ver si te gusta su compañía —dijo con una enorme sonrisa maliciosa.
—No fantasees que te conozco y no estoy de humor para nada.
Le parecía curioso que su abuela ejerciese de celestina y mostrase tanto interés por un chico tan desconocido para ella.
Al alejarse de su vista, Teresa pensó en Ramón, en el encuentro en el bosque y, sin querer, en su rostro se vislumbró una sonrisa. «¡Qué chico tan curioso! ¡Qué ojos tan profundos de color miel! ¡Qué cabello tan ondulado y rebelde!», pensó.
Se percató de sus pensamientos y se ruborizó, no podía ilusionarse de un modo tan infantil, lo más probable es que estuviese comprometido y un amor de verano fugaz solo podía crear problemas.
Cuando pensaba en él se estremecía como una colegiala y el corazón le latía con tanta fuerza que no podía apenas respirar. ¿Qué le estaba pasando? Se encontraba como poseída por una fuerza muy poderosa que le quitaba el sueño por las noches y le robaba los pensamientos por el día, para visualizar a toda hora la cara de aquel muchacho intrépido y desvergonzado que le plantaba cara y la retaba de una forma tan decidida y firme.
Se le ocurrió que podía ser buena idea llevar un vestido rojo muy ceñido a la cintura para resaltar su esbelta figura, sin embargo, lo descartó por si era demasiado atrevido para la ocasión y se decantó por una blusa azul cielo y una falda de tubo color crema que también le marcaba el talle sin ser tan llamativo.
Le podía pedir opinión a su amiga Juana para afianzar su decisión, aunque pensó que no tenía tanta importancia el atuendo, más bien su actitud para divertirse y conocer gente interesante de la zona.
Después de mucho dudar, acabó con un vestido verde mar de raso con escote en pico y cinturilla estrecha que le daba un aire distinguido y elegante. Los zapatos de color crema de tacón alto y el collar y pendientes de esmeraldas daban el broche final a una auténtica musa de un cuento de hadas.
El cielo oscurecía y su abuela no regresaba del paseo, nerviosa se refugió en su habitación y comprobó su aspecto radiante con aquel traje de fiesta, se sentía algo rara sin sus vaqueros y su blusa ancha y apenas se reconocía, se parecía físicamente a su madre con la melena ondulada de color castaño oscuro y los ojos negros y grandes, con la boca pequeña y sensual, con la frente pequeña, con las cejas anchas y espesas, con esa blancura y dulzura que la hacía inconfundible a los ojos de los demás.
Se acercaba la hora de su marcha, Juana había quedado en pasar a recogerla a las diez de la noche, después de cenar y su preocupación se hacía más patente. ¿Dónde se encontraba su abuela? ¿Qué le ocultaba? Ella nunca llegaba tarde, le gustaba cenar pronto. De repente sonó el timbre y al otro lado de la puerta se encontró con los ojos profundos Ramón.
—Hola, he pensado si te apetecía acudir a la verbena conmigo esta noche.
—No puedo porque voy a acudir con una amiga y su hermano. Estoy esperando que pasen a por mí, pero mi abuela aún no ha regresado de su paseo y estoy preocupada.
—Acabo de ver a tu abuela hablando con mi abuelo en casa —dijo Ramón en un tono desenfadado.
—No puede ser, si me ha comentado que iba a pasear con Catalina y regresaría pronto.
—Te prometo que no estoy ciego y que los he dejado hablando de sus cosas —comentó con una sonrisa envolvente.
—No me malinterpretes, es que no entiendo qué le pasa, últimamente se comporta de forma poco habitual.
—Pienso que no deberías darle tanta importancia, tu abuela sabe muy bien lo que hace, es una persona muy fuerte e independiente —dijo con seguridad.
—Y tú, ¿cómo conoces tanto a mi abuela? —preguntó Teresa refunfuñando.
—Solo sé lo que se rumorea y lo que me cuenta mi abuelo.
—Mejor que no te dediques a husmear en la vida de los demás.
—Pero, ¿por qué te enfadas conmigo? Deberías agradecerme la información que te he dado.
—Perdona, tienes razón, estoy muy alterada. Mi abuela me oculta algo.
—Si me entero por mi abuelo, te lo contaré, a ver que están tramando estos dos.
—No es ninguna broma, mi abuela está muy rara.
—Bueno, entonces nos vemos luego en la verbena y a ver si puedes bailar conmigo un baile por lo menos.
—Está bien.
—Por cierto, estás muy guapa con ese vestido y esa trenza, la verdad es que pareces otra, la princesa de un cuento o una mujer de la alta sociedad.
—No te burles de mí, ya sabes que no me gustan las ironías.
—Lo digo en serio, estás muy atractiva.
—Tengo prisa —dijo Teresa con cierto rubor.
—Está bien, me voy ya. Nos vemos en el baile.
Tras la marcha de Ramón, se quedó muy inquieta y preocupada por su abuela. No lograba entender su comportamiento ni la visita furtiva al Coronel. Por primera vez pensó que debía tratarse de algo grave y muy importante que tenía a su abuela en vilo.
Al momento sonó el timbre de la puerta y al abrir se encontró a su abuela desencajada y titubeante.
—Menos mal que aún estas en casa, se me han olvidado las llaves y temía no poder entrar —dijo Dª María, con un tono de preocupación—. He estado dando vueltas por la calle y para hacer tiempo he ido a casa del Coronel.
—No te preocupes, estoy esperando a Juana que, por cierto, se está retrasando —dijo Teresa con tono de enfado—. ¿Qué está pasando? Sé que me ocultas algo y no entiendo por qué —dijo gesticulando las manos.
—No insistas y disfruta del baile. Todo se solucionará.
—No puedo estar tranquila cuando me ocultas lo que te pasa. Te conozco, abuela y sé que no me lo vas a decir y que me tendré que enterar de otro modo. Me duele que no confíes en mí, aunque supongo tendrás tus motivos.
—De verdad te digo que no es para tanto y que me encuentro bien —respondió Dª María con tono de resignación.
Se escuchó la bocina de un coche, y, ante su insistencia, Teresa tras la ventana pudo observar a Jaume y a su hermana Juana.
—Ya están aquí, me tengo que ir y no te preocupes, voy bien acompañada —se giró para besar a su abuela.
—¡Que te diviertas mucho!
—Lo intentaré