Gilles Deleuze y la ciencia. Esther Díaz

Gilles Deleuze y la ciencia - Esther Díaz


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y del tiempo transcurrido entre su exposición pública, su replanteo privado y su posterior entrega. Los escritos, así enriquecidos, retornaron al equipo de trabajo de la Universidad Nacional de Lanús que gestionó su edición. La mayoría de los expositores del congreso son autores de este libro, pero no todos los autores fueron expositores. Se han solicitado y elaborado artículos específicos para una mejor armonización y articulación entre los temas tratados.

      Tanto en el evento participativo como en esta consumación editorial nos ha movilizado la idea de presentar diferentes miradas epistemológicas e incluso, de colocar en la categoría “epistemología” discursos que tradicionalmente no son considerados como tales. El motivo principal es que entendemos que la ciencia es mucho más que mero conocimiento y que está implicada ineludiblemente en las catástrofes y las excelencias contemporáneas.

      El papel predominante de la tecnociencia requiere un pensamiento que la considere en conexión con lo político social y sin prescindencia de lo ético, el deseo y el mercado. Se trata fundamentalmente de tomar distancia de reduccionismos lógicos y metodológicos sin declinar un ápice el rigor del análisis. Por ello apostamos a una epistemología ampliada en la que no puede faltar la consideración de la conflictiva relación de la tecnología con la vida y su contradictoria relación con la muerte. Esto, sin lugar a dudas, también es del orden de la ciencia.

      Hasta aquí llegó nuestro intento. Ahora es el lector quien administra la lectura y quien tiene la palabra.

      E.D., verano 2014

      Epistemologías en fuga

      La investigación habitada por devenires

      Esther Díaz[3]

      Él no se movía; pero daba saltos armoniosos igual, sin moverse. Hay muchas maneras de saltar.

      Marosa di Giorgio, La flor de lis

      Así pues dice Zaratustra: “No vayas a los hombres y quédate en el bosque. Es preferible incluso que vayas a los animales ¿Por qué no quieres ser tú –como yo– un oso entre los osos, un pájaro entre los pájaros?”.[4] Nietzsche no dice que vayamos “con” los animales sino “a” los animales. Es como iniciar un camino para buscarlos, querer algo de ellos o, expresándose con palabras de Deleuze, devenir ellos. Devenir animal y, en una nueva torsión de resistencia a los códigos valorativos, devenir niño.

      Este flujo conceptual deleuzeano es tributario de Nietzsche y sus tres transformaciones del espíritu: camello, león, niño. Zaratustra manifiesta que hay muchas cosas pesadas que están a la espera del espíritu obediente y paciente en el que habite la veneración. Ese espíritu débil demanda cosas pesadas, muy pesadas y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que se le cargue bien. Nietzsche se pregunta por qué esa sumisión, esa manera de humillarse, de dañarse, esa automutilación. Es un modo de darle brillo a los mentecatos, a los obedientes de imperativos hostiles a la vida. Quien se doblega se asimila al camello que porta sus fardos y se echa a correr, desgarbado, con su absurda carga. Culpa, desprecio de sí mismo, rechazo del deseo, desvalorización del cuerpo.

      Luego, en lo más solitario del desierto se produce una segunda transformación. El espíritu se convierte en león. A diferencia del camello, el león quiere conquistar su libertad como se conquista una presa y ser señor en su propio desierto. Autonomía, emancipación y autosuficiencia son sus dianas. No obstante se pregunta Nietzsche si habrá algún objetivo que el león –a despecho de su soberbia– no haya logrado alcanzar. Efectivamente, este animal, si bien ya no soporta lastres como el camello, tampoco ha logrado la ligereza de quien no está atado a mandato alguno. El filósofo concluye entonces que el espíritu ha de pasar a otro estadio despojándose tanto de sumisiones como de fuegos fatuos. Es por ello que el león debe transformarse en niño. Inocencia y olvido. Porque en el niño “hay un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí”.[5]

      Esta sugestiva innovación filosófica afectó la pasión de Gilles Deleuze e inspiró uno de sus más fecundos conceptos: “devenir animal”. Mejor dicho, inspiró “devenires”, no sólo animal o niño, también intenso, molecular, música, mujer, trozos de carne y otras minorías.[6] Al afirmar que siempre se deviene minoritario Deleuze concibe un proceso inverso al señalado por idealismos y racionalismos. El espíritu no se ensalza desde una supuesta superioridad de la racionalidad (a lo león) considerada el súmmum de la dignidad. Se libera más bien perdiéndose en lo colectivo y la multiplicidad, en la ausencia y el silencio. A ellos se entrega Zaratustra cuando el peso de la comunidad se le torna insoportable, cuando se retira del mundo, se vuelve sobre sí y confundido con la naturaleza –paradójicamente– deviene mundo. “El mundo gira de modo inaudible”, es decir, imperceptible.[7]

      Deleuze se sumerge en esta idea nietzscheana y resurge enriquecido, incluso cuando hace filosofía de la ciencia, cuando “deviene epistemólogo”. Pues al establecer que la singularidad de la ciencia proviene de su construcción de funciones le otorga al pensamiento científico la capacidad de embarcarse en devenires. Si lo propio de la ciencia es establecer funciones, su especificidad no es la contundencia de objetos terminados y completos, sino la inmanencia de algo deviniendo de manera ineludible. Una función no se percibe, se piensa.

      Pero ¿qué es una función? Una relación que implica movimiento, velocidades, cambios. Es lo contrario de una sustancia inmutable. La función es móvil, lo que emerge de una conexión. Es el accionar en una relación, lo inasible, el entre, lo que ocurre en el medio de los términos, el chispazo del encuentro. El destello que surge del choque de dos espadas.

      La función es del orden de lo formal, como el concepto de autor en Michel Foucault, donde la función-autor se produce en la escisión entre los términos que relaciona. Esos términos desaparecen en la relación. El sostén empírico de los términos se esfuma o se pone entre paréntesis. Al mismo tiempo se deconstruye el carácter absoluto del sujeto (también el de la ciencia). El sujeto, como el autor, en tanto función, permanece en suspenso. Se trata de hilar fino para aprehender los puntos de inserción y los modos de funcionamiento, sin descuidar las dependencias con los términos que relacionan y sin los cuales las funciones no podrían acontecer.[8]

      Para Deleuze la tarea científica se despliega entre funciones y consiste en “formalizar” la realidad creando functores. Ahora bien, que el objeto de estudio de Deleuze –en este caso la ciencia– establezca funciones no quiere decir que su filosofía opere de la misma manera. La ciencia y la filosofía avanzan por caminos opuestos. La filosofía tiene como consistencia la creación de conceptos, mientras la ciencia se consolida en la determinación de funciones. La epistemología “formalista” de Deleuze es equiparable a su lógica, tal como la entiende cuando se refiere a lógica del sentido o de la sensación.

      Una de las perspectivas que se analiza desde la lógica del sentido es el peculiar desarrollo del relato en Alicia en el país de las maravillas, mientras que en la lógica de la sensibilidad se conceptualiza la lógica implícita en la pintura de Francis Bacon.[9] En ambas Deleuze –con implacable rigor– transgrede los imperativos de las lógicas heredadas de racionalismos, positivismos y empirismos lógicos.

      La lógica deleuzeana subyace en los rizomas, las máquinas, los agenciamientos, los cuerpos con y sin órganos, las sensaciones, la vida.[10] No porque la vida esté tematizada en el aspecto funcional del análisis de la ciencia de este autor sino porque lo está en su ontología que, obviamente, interactúa con el resto de su pensamiento. La investigación científica, mediante la construcción de functores, instaura un plano de referencia para “amortiguar” el caos de lo real. Se puede decir que mientras la ciencia establece relaciones entre el gato y su sonrisa, la filosofía se ocupa de pensar la sonrisa sin gato. Y al bordear con este ejemplo el territorio estético nos chocamos con el tercer eje conceptual de la intersección entre planos que atraviesan el caos. Me refiero al arte.

      Filosofía, ciencia y arte son, para Deleuze, las tres grandes formas que definen al pensamiento y sus diferentes maneras de enfrentarse al caos. La filosofía pretende salvar lo infinito dándole consistencia, trazando un plano de inmanencia sostenido por conceptos. Por su parte, la ciencia renuncia a lo infinito estableciendo coordenadas que definen estados de cosas, funciones y


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