Gilles Deleuze y la ciencia. Esther Díaz

Gilles Deleuze y la ciencia - Esther Díaz


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en los estrechos límites de una tela?, ¿cómo aislar un sector de la velocidad molecular que nos rodea y habita para emitir leyes científicas que lo regulen?

      Estas inquietudes exigen métodos modulables, flexibles, intercambiables, múltiples, de modo que la investigación le siga el ritmo a la realidad estudiada extrayéndola al mismo tiempo del caos. Algo similar a lo que ocurre en la práctica de planeo. El planeador modula su trayectoria en función de lo imprevisible del viento, adaptando y resistiendo modulaciones y variables. En este punto otra vez la investigación y el arte se interceptan. Ambas necesitan técnicas sistemáticas pero, en la misma medida, requieren ductilidad y creatividad.

      Una técnica rigurosa y sólida es condición de posibilidad para ejecutar la creatividad. Pero si bien la técnica es necesaria, no resulta suficiente. Hay que lograr líneas de fuga, decodificación, aceptación del azar. Además de la técnica –que se obtiene de manera racional y pragmática–, hace falta libertad creativa, que se logra desde la sensibilidad y la entrega a las pulsiones del cuerpo. Los recursos académicos y metodológicos son indispensables para acceder a la destreza investigativa. Pero los resultados que realmente logran el estadio científico, humanístico o artístico son los que, habiendo incorporado el entrenamiento metódico brindado por la educación sistemática, consiguen transgredir los códigos impuestos.

      Uno de los escollos que debe afrontar el investigador es el escrito académico. Este obstáculo es casi administrativo pero indispensable para desplegar la investigación a nivel institucional independientemente de la disciplina trabajada. Me refiero al aspecto práctico del armado de documentos que acrediten las indagaciones. Los investigadores para validarse como expertos deben seguir normativas vigentes en la presentación de escritos académicos; presentar monografías, tesinas y/o tesis, artículos, reseñas e informes de investigación. Esto representa una realidad que –al menos en esta oportunidad– no pondré en tela de juicio, pues si se juega en un campo determinado conviene manejarse con los códigos formales establecidos. Tampoco objetaré que la destreza para lograr ese objetivo sea impartida desde la metodología y/o la semiología tradicionales. Ahora bien, que esas disciplinas pretendan imponer un método a priori o único, no ya para escribir papers, sino para el proceso investigativo es por lo menos discutible. De modo que una de las premisas que atraviesa esta breve consideración es tripartita: a) rigor técnico en el manejo de los instrumentos (simbólicos o materiales); b) normatividad para los escritos académicos, y c) metodología y libertad en la investigación propiamente dicha o proceso creativo; no obviamente porque la investigación no requiera métodos sólidos para su realización, sino porque la creatividad no surge de fórmulas rígidas preestablecidas, ni de un método único, ni de recetas universales. La investigación innovadora –no la repetidora– necesita procedimientos que presenten resquicios por los que logre “fugarse” la libertad. Las inmersiones en la creación ametodológica (o metodológicamente flexible) dan cuenta de que, una vez lograda la obra, recién entonces se puede explicitar el método, porque subyace en los materiales, en la técnica y fundamentalmente en los laberintos oscuros de los que surge la creación.

      Cuando se aborda un objeto de investigación, por simple que parezca, está embarazado de caos. En ese proceso ocurre como en la vida cotidiana cuando nos agobia el temor o la incertidumbre y nos refugiamos en ritornelos. Alguien avanza en la oscuridad por un lugar siniestro y, casi sin darse cuenta, comienza a tararear. La función del sonsonete es trazar un plano de inmanencia, una percepción ordenada, una delimitación de territorio que produzca tranquilidad ante la inmensidad indefinida de lo desconocido, lo acechante, el caos.

      ¿Cuáles serían los ritornelos de la investigación? El dar vueltas y vueltas a una misma cuestión, el detenerse en ciertas obsesiones, el replicar fórmulas automáticas que no nos conducen a nuevos senderos pero “tranquilizan” nuestra conciencia académica y la de quienes supervisan nuestros proyectos de investigación, son algunos de ellos.

      Además, ¿cómo se manejarían los burócratas de la gestión investigativa si los investigadores no colocáramos en cada “casillero” de los formularios los términos que la fuerte formación imperialista y positivista del saber ha estandarizado contra viento y marea? O, ¿cómo conseguir que los colegas evaluadores acepten abordajes no convencionales? Es dilemático.

      Ritornelo y desaceleración

      Retomando la relación entre investigación y música, se puede decir con Deleuze que no todo ritornelo deviene música, pero toda música implica ritornelos.[20] Un investigador tiene necesidad de un primer tipo de ritornelo. Se trata del ritornelo territorial, de una multiplicidad de elementos heterogéneos que establecen alianzas, contagios, estados de cosas, estados de cuerpos, enunciados, variables de una función que incesantemente intercambia valores, fragmentos, sonoridades; esas alianzas brindan las unidades de análisis, son el grado cero de la investigación. Pero el investigador creador debe transformar el ritornelo territorial y producir otro de segundo tipo: un ritornelo-mundo, despojado de códigos preestablecidos y cuya meta final es un producto innovador. En él sigue fluyendo el ritornelo primitivo, si bien desterritorializado. En su lugar queda la obra que, si es lograda, alcanza una fuerza cósmica que se encontraba sin elaborar en el material originario, “el gran ritornelo de los pequeños ritornelos, la gran maniobra de las pequeñas maniobras”.[21] Expresándonos desde la epistemología deleuzeana, se produce un agenciamiento.

      Un agenciamiento es una multiplicidad de heterogéneos que genera aleaciones, contagios, intercambio de códigos. No se imitan ni se copian entre ellos, hacen máquinas entre enunciados, cuerpos o fragmentos corporales. La subjetividades se diluyen formando agentes colectivos. Se producen como variables de una función. Hay intercambio de valores y deseos. Agenciamiento hombre-animal-artefacto (jinete, caballo, estribo) o mujer-bebé-alimento (pezón, boca, leche) o investigador-problema-infinito (variabilidad, bloques espacio-temporales, functores). En un agenciamiento los diferentes elementos que lo componen producen una máquina deseante; siempre y cuando no se fosilicen en el intento, siempre y cuando se modulen, se acoplen y desacoplen. Fluyan.

      La música deviene intensa cuando el ritornelo conforma un plano de consistencia sonoro que restituye el caos, pues de lo que se trata es de trazar un plano sobre el caos. La ciencia, repitámoslo, establece un plano de coordenadas que definen estado de cosas y funciones (o proposiciones) referenciales avaladas por observadores presuntamente imparciales (Deleuze los denomina “parciales”). Por su parte, la filosofía traza un plano de inmanencia sobre el caos conduciendo lo infinito a los acontecimientos, mediante la invención de conceptos. Finalmente el arte se propone crear un finito –obra– que restituya el infinito mundo, “traza un plano de composición, que a su vez es portador de sensaciones compuestas, por efecto de figuras estéticas”.[22]

      Las crisis que alteran un desarrollo investigativo o una creación estética a veces se convierten en obstáculos que nos impide concretarla. Existen investigaciones o composiciones que llegan a un punto muerto, a un callejón sin salida. Hay que volver a cero, como Antonio López y sus membrillos. También es posible que desde el caos se ilumine un principio de orden,[23] como el de la bailarina que deviene cisne sin dejar de aplicar su técnica inexorable (o quizá justamente por ello).

      Devenir es entrar en esa zona oscura donde lo sublime no apela a ningún concepto preestablecido, a ningún método prefijado, a ninguna relación semiológica entre las palabras y las cosas, o los sonidos y la fuente que los inspiró, o los conceptos y el acontecimiento concebido allí donde se formula un problema.

      Los grandes creadores –tanto en ciencias como en humanidades como en arte– son los que trabajaron a contrapelo de los métodos hegemónicos. Su quehacer es mucho más complejo que la aplicación de procedimientos instalados en la episteme. Siempre es más fácil repetir lo establecido que crear algo innovador y fecundo. Las estructuras disipativas de Ilya Prigogine, los conceptos ritornelo y rizoma de Deleuze y Guattari o la idea de deconstrucción de Jacques Derrida son algunas categorías de análisis para la investigación en general y la artística en particular.[24]

      El investigador, en una primera etapa de su formación, se rige por la metodología vigente para contribuir a su propia solidez, para acceder a su condición de experto. Pero cuando siente en sus hombros cosquilleo de plumones, cuando las alas quieren crecer,


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