Gilles Deleuze y la ciencia. Esther Díaz

Gilles Deleuze y la ciencia - Esther Díaz


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aún, la contraposición entre la explicación y la forma de lo verdadero y la comprensión y las figuras del sentido, sino la tensión entre verdades significativas, importantes e interesantes y verdades indiferentes, supuestas e impuestas y, bajo esa misma condición, tender a desplazar el criterio último que viene a tornar posible la clasificación de las ciencias desde el ámbito de la determinación de la diferencia ya en la naturaleza de sus objetos, ya en el procedimiento de sus métodos hacia la consideración del estatuto y la diversidad de los problemas que éstas permiten plantear en el orden del conocimiento. De esta manera, la propia clasificación encuentra su enemigo –y, por tanto, aquello que intenta excluir y dejar por fuera de aquella ciencia que clasifica– no ya en la especulación metafísica y tampoco en el mecanicismo positivista sino en las proyecciones del librepensamiento y remite, antes que a la diferenciación entre ciencias formales y fácticas o entre ciencias de la naturaleza y el espíritu, la cultura o el hombre, a la contraposición entre dos modalidades de ejercicio del conocimiento: una simbólica, estructural y conceptual que implica un cierto uso “inteligente” del pensamiento y otra imaginaria, ideológica y, en el límite, personal o subjetiva que tiende a confundir saberes con necesidades, aspiraciones y expectativas.

      Atender a esta quíntuple caracterización general que parecieran signar el abordaje filosófico de la ciencia desarrollado de la epistemología francesa permite evitar más de un malentendido a la hora de intentar precisar el estatuto de la propuesta deleuzeana. Por sobre todo, de cara a la cuestión que orienta este escrito y principalmente en función de la última de las cinco características que hemos esbozado, permite entender el motivo en función del cual, cuando Deleuze se apresta a elaborar una propuesta epistemológica propia, no supone necesario ofrecer ningún tipo de consideración especial a las ciencias sociales y humanas: no porque suponga que su objeto carece de lo necesario para acceder a un cierto estatuto de cientificidad (malentendido anglosajón), tampoco porque entienda que su método es el mismo que el de las ciencias de la naturaleza (malentendido alemán), sino porque considera que la cuestión de la clasificación de las ciencias es, ante todo, una cuestión de problemas y no de objetos o métodos.

      Sea como fuere, a fin de precisar la posición que la propuesta deleuzeana tiende a adoptar frente a las ciencias sociales y humanas, resulta necesario considerar además un sexto rasgo idiosincrático de la epistemología francesa, una característica que la temprana y duradera admiración que Deleuze experimenta por Jean-Paul Sartre[32] le impide asumir completamente en el marco de la elaboración de su programa epistemológico. Nos referimos a la particular manera en que, a diferencia tanto de la filosofía de la ciencia anglosajona como de la teoría de la ciencia alemana, la tradición francesa ha tendido a plantear el problema de la relación de la subjetividad con la ciencia: no tanto como un suplemento, esto es, a la vez, como un obstáculo y un medio del conocimiento científico, tampoco en términos de otredad y, por tanto, simultáneamente como el límite último y como la condición originaria de cualquier cognición científica, sino como la instanciación de una cierta disolución, a medias combustible que sirve al desarrollo de la actividad, a medias efecto estructural que la investigación científica permite despejar. De forma similar a lo que ocurre en el caso de Michel Foucault, sobre todo a lo largo del último período de su obra, tampoco Deleuze se conforma ni con abordar la cuestión de las relaciones entre ciencia y subjetividad limitándose a inclinar, en último término, la balanza del lado de lo científico, ni con formular la cuestión de la subjetividad en términos aquello que necesariamente y, por principio, se sustrae a las posibilidades de la cognición científica. Se elabora una epistemología, eso es cierto. Pero, en lo que respecta a la cuestión de las ciencias sociales y humanas, la propuesta avanza a medio camino entre el estructuralismo y la fenomenología francesa.

      El problema de la cognición científica y la concepción deleuzeana del producto de la ciencia

      Que la aproximación epistemológica que Deleuze realiza a las ciencias sociales y humanas se despliegue a medio camino entre el estructuralismo y la fenomenología quiere decir que su propuesta encuentra la instancia de su constitución en el planteo de un problema que la coloca en una posición de fuga respecto de ambas escuelas. En efecto, si bien una primera aproximación puede conducirnos a suponer que el motivo de este doble distanciamiento reside en las reticencias que Deleuze experimenta respecto de las nociones de estructura y sujeto –reticencias que, si bien no pretenden desconocer o negar la validez empírica de dichas nociones, sí implican un completo rechazo respecto de cualquier intento de asignar una cierta preeminencia categorial a fenómenos del orden de la estructuración, la organización, la sujeción o la atribución–, a nivel lógico-ontológico y, bajo esa misma condición, también gnoseológico, la causa de su alejamiento respecto del estructuralismo y la fenomenología franceses remite a una razón diferente: la profunda fidelidad que el movimiento del pensamiento deleuzeano experimenta respecto de la problematización nietzscheana del nihilismo.[33] Tal y no otro es, en efecto, el motivo que –al interior del dominio epistemológico– conduce al pensamiento deleuzeano a formular un cuestionamiento radical de la ciencia: una ciencia que resulta incapaz de concebirse a sí misma por fuera de la identidad, la representación y, más profundamente, de la negación; que sólo puede encontrar la verdad en la identidad, la representación y la negación; que supone que basta con conocer la identidad, la representación y la negación para pensar, resulta incapaz de asignar al cambio, al devenir, a la diferencia y a la variación el valor que se merecen y, por tanto, de considerarlos en tanto que ser de lo real; una ciencia que resulta incapaz de atender a la manera en que el cambio, el devenir, la diferencia y la variación pueden tomar parte en la determinación del ser de lo real resulta incapaz de conocerlos en su verdad; una ciencia que resulta incapaz de conocer el cambio, el devenir, la diferencia y la variación en su verdad carece completamente de valor.

      Entendido de esta manera, el desafío que el programa epistemológico deleuzeano formula a la ciencia es claro e incluye a las ciencias sociales y humanas como un todo: o la ciencia logra pensar en otros términos las ideas y los procesos de pensamiento que tienden a hacer posible su conocimiento de lo real, esto es, a distancia de la identidad, la representación y la negación, o, de cara al cambio, al devenir, a la diferencia y a la variación, elementos todos ellos definitorios de la definición de algo tal como una sociabilidad y una subjetivación propiamente modernas, el producto de su cognición no vale nada. En este escenario, no menos contundente resulta la apuesta desplegada a lo largo del capítulo quinto de ¿Qué es la filosofía?: determinar la naturaleza de aquel tipo de idea científica que puede permitirle a la ciencia conocer al cambio sin necesidad de recurrir a otra cosa distinta que el propio pensamiento del cambio que resulta dado a la sensibilidad, una idea que habilite al pensamiento científico para desarrollar su proceso de cognición a la altura de la variabilidad y, bajo esa misma condición, a las ciencias sociales y humanas constituirse a la altura de una sociabilidad propiamente moderna que se distancia, por principio, respecto de cualquier tipo de fundamento teológico, una idea científica que recibe el nombre de “functor” y tiende a desagregarse en siete grandes elementos –i.e., el límite, la variable, el sistema de coordenadas, el potencial, el estado de cosas, la cosa y el cuerpo– que constituyen las diversas instancia de resolución de aquel obstáculo que, en el orden del pensamiento de la ciencia, induce a considerar imposible el establecimiento de una vinculación inmediata entre el conocimiento científico y lo mutable. Concebido de esta forma, en primer lugar el functor límite plantea la cuestión de dónde se conoce científicamente; denuncia la creencia en que una afirmación infinita del cambio suponga un cambio sin fin o, lo que es lo mismo, un cambio monótono, un cambio que no cambia; caracteriza la operación científica de cognición en términos de desaceleración; y viene a determinar como lugar para el emplazamiento del conocimiento de la ciencia aquel punto a partir del cual un cambio deja de ser el cambio que es. En segundo lugar, la variable pregunta por el cuándo de la cognición científica; cuestiona la idea de que el cambio resulte en sí mismo capaz de distinguirse, que resulte indiferente a sí mismo; determina la operación del conocer simultáneamente en tanto que alineación de grados y como ordenación de formas de cambio, y establece como momento del conocimiento de la ciencia la detección de la independencia entre dos o más maneras de cambiar. En tercer lugar, el sistema de coordenadas afronta el problema del cómo del conocimiento científico; suspende la creencia en que, dados dos cambios independientes, resulte imposible establecer relación


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