Gilles Deleuze y la ciencia. Esther Díaz

Gilles Deleuze y la ciencia - Esther Díaz


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la crítica del concepto de “sujeto” sino que, además, sirve de base a la elaboración de tres grandes nociones que resultan de la mayor importancia para el desarrollo de la investigación en el ámbito de las ciencias sociales y humanas: en primer término, el ya mencionado functor cuerpo que oficia en tanto que campo de individuación capaz de determinar y dar cuenta de la novedad ontológica que puede serle asignada a un cierto tipo de actor o agente social; en segundo lugar, la noción de tipo psicosocial[39] que, atendiendo a la consideración de los procesos de reflexión del movimiento, plegado de la fuerza y autoafección, permite abordar en términos de invención singular los procesos sociales, económicos y políticos de constitución de subjetividad; por último, el concepto de observador parcial, que abre la posibilidad de dar cuenta de la manera en que la introducción de la perspectiva o el punto de vista en el proceso de la cognición científica conduce, no tanto a la afirmación del carácter epistémicamente relativo de sus elaboraciones como a la posibilidad de llevar adelante, en el ámbito del pensamiento, una determinación completa de sus contenidos tanto enunciativos como observacionales.

      Resulta aun más importante que la consideración conjunta de ambas tensiones permite poner en evidencia la aproximación deleuzeana a las ciencias sociales y humanas. Esta supone no sólo un acercamiento posfenomenológico a la cuestión del sujeto –que se encuentra mediado por la problemática de la individuación ontológica de lo nuevo, la singularidad económica, política o social de lo inventado y la determinación completa de aquello que es epistemológicamente creado–, sino también una propuesta que apuesta por la redefinición de la propia noción de lo social en términos de superficie y ya no bajo la forma de un conjunto o una articulación, es decir, como un “campo trascendental” o un “plano de inmanencia”, sobre el cual la invención y la novedad de la invención en materia de subjetivación aún puede resultar posible. Para decirlo en los términos de El anti-Edipo, es como un cuerpo lleno de conexiones que soporta las maquinaciones más diversas y resulta recorrido por una pluralidad de flujos.[40] O bien, para hacerlo en los términos de Mil mesetas, como una máquina abstracta que efectúa la totalidad de los encuentros, se dinamiza en función de una serie variable de agenciamientos y no cesa de liberar los más heterogéneos devenires.[41]

      Entendida de esta manera, la apuesta que viene a dirimirse en torno a la doble redefinición conceptual del sujeto y de la sociedad desplegada por Deleuze pareciera comportar la mayor importancia, no sólo en tanto supone un intento orientado a explorar una comprensión de la relación entre lo social y lo subjetivo, que ya no supone ni el compromiso cínico con la creencia en que el proceso de individuación que anida en la base de la emergencia de la subjetividad sólo resulta posible en tanto la sociedad logra ejercer sobre él su potencial represivo, ni la actitud naif que pretende hacernos creer que una sociedad entendida en términos de pura inmanencia supone una suerte de paraíso terrenal donde todas las fantasías, las demandas y las aspiraciones pueden verse realizadas, sino, ante todo, la clave para entender un segundo gran problema positivo que la epistemología deleuzeana pareciera permitirse plantear a las ciencias sociales y humanas, una cuestión que conduce a interpelar el producto de su conocimiento ya no en tanto producto posiblemente adecuado sino en tanto idea efectivamente creada. Desde esta última perspectiva, el problema “práctico” que el pensamiento deleuzeano pareciera formular a las ciencias sociales y humanas no reside ni en la denuncia de su supuesta tendencia hacia la concepción de lo social en términos de totalidad cerrada (totalitarismo), ni en su presunta disposición cognitiva a reducir el sujeto a una suerte de cosa u objeto (cosificación), ya que la primera cuestión se resuelve en la comprensión de lo social en términos de plano de inmanencia y la segunda, con el desarrollo de las nociones de cuerpo, tipo psicosocial y observador parcial. El problema “práctico” de las ciencias sociales y humanas reside en otra parte: en la pregunta por el tipo de relación –ya de control, ya de liberación– que las creaciones functoriales que su pensamiento, así como también el conocimiento de la sociedad y la subjetividad que esas creaciones tienden a hacer posibles, vienen a establecer con la capacidad de invención y la potencia de novedad que habitan en lo social y lo humano.

      Experiencia y empirismo trascendental

      Miguel Ruiz Stull[42]

      No deberíamos entender el proyecto ontológico desplegado por la obra de Gilles Deleuze si no como un constante desplazamiento del empirismo. Si, en el contexto de lo que mal se han llamado “filosofías posestructuralistas” o “posmodernas”, sólo Emmanuel Lévinas y Gilles Deleuze proponen un proyecto de rehabilitación de la metafísica en clave de una nueva ontología, sería entonces razonable exigir la definición del principio por medio de tal línea de investigación, la tarea filosófica deviene consistente. Cuáles serían sus categorías dominantes, cuáles los campos por explorar, cuáles los procedimientos que contribuirían a tal despliegue metafísico. Todas estas preguntas recubren, por la evidencia de su aspecto, los viejos síntomas de petición de principio que la metafísica tradicional. En este contexto habría que considerar un desfondamiento de los marcos habituales de toda experiencia posible como el replanteamiento de los problemas que atañen justamente a cualquier proyecto que se despliega en clave filosófica. Para el caso de Deleuze, esto es un signo propio de su estilo filosófico, que no podría ser entendido bajo otra rúbrica que no fuera el denominado “empirismo trascendental”.

      Este doble vínculo entre experiencia y empirismo podría ser considerado rasgo distintivo del decurso de la filosofía deleuzeana y la constante remisión a sus propios textos; por ejemplo, el concepto de experiencia que, modulado de diversas maneras, va dando forma a la variación real y efectiva de las condiciones que fundan en cuanto posibilidad misma de la experiencia. Estas condiciones reales de la experiencia, que se superponen a las trascendentales, será lo que en definitiva habríamos de entender como las notas esenciales del empirismo trascendental.

      Dicho de otra manera, el empirismo trascendental no sería de ningún modo una superación del concepto, sino la aventura más venturosa del concepto mismo, el cual en cada contexto de experiencia ha de ver modificadas sus notas descriptivas en virtud del encuentro diverso con la materialidad, una multiplicidad de aquí y ahora que siempre ha de diferir de sí. Deleuze señala:

      Sólo el empirista puede decir: los conceptos son las cosas mismas, pero las cosas en estado libre y salvaje, más allá de los “predicados antropológicos”. Hago, rehago y deshago mis conceptos a partir de un horizonte móvil, de un centro siempre descentrado, de una periferia siempre desplazada que los repite y diferencia.[43]

      Si la tarea planteada por el empirismo trascendental ha de superar las condiciones de la experiencia posible, es para recomponer una nueva forma de entender lo trascendental, a partir no ya de la mera constitución posible de objetos de la experiencia, sino de la exigencia siempre pensante de las condiciones efectivas de la experiencia real. Por ello resulta clave volver a revisar la noción de experiencia en la obra de Deleuze. La experiencia, lejos de limitar la operación misma de los conceptos, da lugar a nuevas formas de crearlos, tarea que sin lugar a dudas rige la fisonomía de esta forma de discurso filosófico. Querría dar cuenta en lo que sigue de las instancias de esta experiencia por medio de una doble clave de articulación: la primera atañe a la intervención de Hume en Kant en torno al rol de la génesis de los conceptos (y cómo éstos se ven modificados en cada momento por aquella diversidad sensible que llena la totalidad de la experiencia); la segunda concierne a la intervención de Bergson en Husserl, donde esa mentada noción de horizonte móvil (que rige el despliegue de una conciencia) asiste a la alteración de sus estructuras en pos de dar consistencia a la apertura a un campo trascendental.

      No obstante, en uno y otro caso, tanto para lo que compromete a la creación de conceptos como al descentramiento constante del horizonte de la representación, lo que reclamaría el pensamiento de Deleuze al fin y al cabo habría de ser contemplado bajo la cifra de una ciencia de lo sensible, que haga devenir la experiencia un cuidadoso arte de la experimentación. En otras palabras, si el empirismo y la estética se hallan comprometidos en el movimiento de lo sensible, si el empirismo deviene trascendental y si la estética deviene apodíctica, es en virtud de una operación compleja de aprehensión inmediata que el pensamiento de Bergson sostenía en su concepción del tiempo como duración.

      Kant-Hume y el devenir de la crítica

      Deleuze,


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