Gilles Deleuze y la ciencia. Esther Díaz

Gilles Deleuze y la ciencia - Esther Díaz


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las variables. En cuarto lugar, el potencial formula la pregunta por el porqué del conocimiento científico; discute la idea de que la relación entre dos cambios conduce necesariamente hacia la anulación de la diferencia que los constituye en tanto que tales; constituye a la cognición de la ciencia en tanto que operación de actualización, y postula como razón del conocimiento de la ciencia la emergencia o visibilización de una cierta materia que se distribuye desigualmente en el sistema. En quinto término, el estado de cosas aborda la cuestión del qué del conocimiento de la ciencia; critica la creencia en que los efectos actualizados por un cierto cambio se efectúan, pueden fijarse y durar más allá del cambio que los genera; hace del conocimiento científico una operación de derivación, y presenta como objeto de la cognición científica una cierta repartición del efecto de cambio en un sistema. En sexto lugar, la cosa indaga el cuál de la cognición científica; interdicta la suposición de que, en tanto es pura variabilidad, el cambio sólo puede ser concebido como una modificación que se instancia sin motivo o condición, libre y espontáneamente; asimila el conocer a una cierta operación de interacción, y establece como cantidad del objeto del conocimiento a una cierta desigualdad en la distribución de los efectos materiales en el sistema. Por último, el functor cuerpo introduce de derecho la pregunta por el quién en el orden del conocimiento científico; cuestiona la idea de que la razón del cambio resulte siempre externa; concibe la operación de cognición en términos de integración, y presenta como cualidad inherente al objeto completamente individuado del conocimiento científico la capacidad de un cambio de afectarse a sí mismo y, más aún, de comunicar a otros su manera de cambiar.

      Más allá del interés que pueda suscitar esta singular caracterización del producto científico, llegados a este punto, el compromiso deleuzeano con la elaboración de una concepción de la cognición científica capaz de salvar la prueba que supone la problematización nietzscheana del nihilismo pareciera, cuanto menos en el ámbito de la epistemología de las ciencias sociales y humanas, conducirnos a una suerte de victoria pírrica en tanto tiende a ofrecernos una imagen de la ciencia que resulta completamente extraña respecto de aquello que nos hemos acostumbrado a esperar de una investigación científica que toma a lo social y lo humano como objetos. En cierta forma, la elección misma de la noción de “functor”, una noción que Deleuze y Guattari toman en préstamo de la teoría de categorías[34] y que, desde su misma enunciación, resulta sospechosa del delito de pretender reducir y hacer depender la “cientificidad” de las ciencias sociales y humanas respecto de las formales, ya prefiguraba el tamaño de esta desilusión. De cualquier manera, que la imagen que el pensamiento deleuzeano puede ofrecernos de las ciencias sociales y humanas no coincida con aquello que esperábamos ver no implica necesariamente la inexistencia de ejemplos concretos de investigación que resulten, en un parte no menor, afines a su singular concepción del producto de lo científico. Más aún, tal vez la dificultad para dar con dichos ejemplos no resida en otro lugar que en nosotros mismos, esto es, en una cierta obstinación que nos caracteriza, aquella que nos conduce, una y otra vez, no sólo a dejar de lado la consideración de la apuesta supuesta por el concepto deleuzeano-guattariano de functor, sino también a desestimar la consideración de uno de los más patentes ejemplos de pertinencia y afinidad que la concepción deleuzeana del producto de lo científico puede encontrar en el ámbito de las investigaciones científicas sobre lo social y lo humano, un ejemplo que tal vez no esté muy lejano, que seguramente ocupe un lugar en nuestras bibliotecas o en la montaña de papeles que atesoramos todos aquellos que algunas vez hemos atravesado una carrera universitaria vinculada a las humanidades o las ciencias sociales. Nos referimos a Pierre Bourdieu: no al metodólogo de Una invitación a la sociología reflexiva, tampoco al epistemólogo de El oficio de sociólogo. Presupuestos epistemológicos, sino al científico creador que ha dado a luz la teoría de los campos sociales. En efecto, ¿no puede acaso la noción de illusio ser entendida en términos de functor límite, esto es, como el grado cero del pensamiento de lo social a partir del cual resulta posible determinar la existencia y el funcionamiento de algo tal como un campo? Más aún, si bien es probable que la consideración de los capitales en términos de variable tienda a implicar una suerte de obviedad, ¿no implica acaso la noción de espacio social,[35] esto es, la idea que permite expresar la estructura de las distribuciones y el sistema de las posiciones posibles al interior de un campo, una suerte de sistema de coordenadas? Por otra parte, entendida en tanto que razón que permite dar cuenta de algo tal como una existencia en el dominio general delimitado por el espacio social ¿no expresa la distinción[36] bourdieuana una suerte de potencial? Y la propia noción de campo social que resume el principal efecto derivado de la lógica de diferenciación del mundo social, ¿no implica acaso un cierto estado de cosas? Más aún, ¿resulta tan ajena a la idea del functor cosa la noción de disposición,[37] esto es, aquella categoría que intenta dar cuenta de la tendencia –inherente a la totalidad de los agentes– a actuar regularmente, de una cierta manera, en una circunstancia dada? En último término, ¿no expresa el habitus[38] una noción científica próxima al functor cuerpo deleuzeano? Más allá del hecho de que la fundamentación de la propuesta de correlación entre categorías bourdieuanas y functores deleuzeanos hasta aquí esbozada requeriría de un estudio exhaustivo y profundo de ambos pensadores, la constatación de la existencia de una cierta afinidad entre sus posiciones permite poner en evidencia que resulta altamente probable que el conjunto de categorías filosóficas –en su mayor parte provenientes de la tradiciones epistemológicas anglosajona y alemana– en función de las cuales nos hemos acostumbrado a intentar caracterizar tanto el proceso como el producto de la investigación científica deberían, en tanto esas mismas categorías parecieran inducirnos a desatender importantes aspectos de los procesos y los elementos del pensamiento inherentes a la investigación en ciencias sociales y humanas, cuanto menos, ser revisadas en lo que respecta a la eficacia descriptiva que tiende a atribuírseles. Bien puede suceder, en efecto, que nos encontremos tan profundamente condicionados por modos filosóficos de pensamiento sobre la ciencia en todo contrarios a las propuestas y los programas de investigación que, en virtud de otras afinidades ocultas, tendemos a tomar como punto de referencia para el desarrollo de nuestras propias investigaciones en ciencias sociales y humanas que, aun en aquellos textos que hemos leído y releído infinidad de veces, nos resulte por demás difícil atender a vínculos y conexiones que van más allá de aquello que nos hemos permitido acostumbrarnos a esperar.

      El problema práctico de las ciencias sociales y humanas: novedad, creación e invención

      La toma de distancia que el pensamiento deleuzeano lleva adelante respecto tanto del estructuralismo como de la fenomenología franceses no se realiza exclusivamente en función de la apuesta por una cierta radicalización epistemológica de la cuestión del nihilismo o, lo que es lo mismo, a partir de la intensificación de la necesidad de disponer lo científico a la altura de la cognición del cambio y, más aún, de la pura variabilidad. Más aún, la razón que conduce a Deleuze a intentar explorar el camino de un posestructuralismo y una posfenomenología no sólo no gira meramente en torno al problema de las condiciones de adecuación de la idea científica al ser de lo real, sino que tampoco es exclusivamente teórica en tanto existen además una serie de razones de índole fundamentalmente “práctico” entre las cuales dos de no menor importancia son, por una parte, su interés por intentar pensar de otra manera lo social, lo individual y la propia relación entre la sociedad y el hombre y, por otra, su compromiso con la tarea de tender a hacer posible otro modo de articulación entre las investigaciones en ciencias sociales y humanas, la sociedad y el individuo humano.

      Evaluada desde esta perspectiva, aquella atribución que, desconociendo el estatuto de las polémicas que vinculan la obra de Deleuze con la fenomenología francesa, se complace con remitir su pensamiento exclusiva y excluyentemente a las filas del “posestructuralismo”, no pareciera más que dificultar la apreciación del hecho de que el vector en función del cual la epistemología deleuzeana tiende a aproximarse a las ciencias sociales y humanas pareciera depender y derivar de la necesidad de avanzar a medio camino entre el doble imperativo de un “sujeto sin estructura” y una “estructura sin sujeto” y que, por tanto, considerada en sí misma, dicha atribución no hace más que ocultar el hecho de que la tramitación de los tensos vínculos que lo remiten al estructuralismo no se realiza en la obra deleuzeana sin la liberación de un cierto movimiento complementario que se dirige a procesar sus lazos con el existencialismo


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