Introducción al Nuevo Testamento. Mark Allan Powell
La figura exaltada de Jesús en el Nuevo Testamento
Hasta aquí hemos enfocado toda nuestra atención en la figura terrenal de Jesús, el hombre que vivió en Galilea (y que, de esta manera, está sujeto a la investigación histórica). Pero, como se indicó anteriormente, el Nuevo Testamento también le pone mucha atención a Jesús como una figura exaltada, que sigue estando activo en las vidas humanas, aunque ya no esté físicamente presente en la tierra. De hecho, el Nuevo Testamento generalmente presenta el «ser cristiano» como un asunto de estar en una relación viva con Jesucristo, una relación que debe interpretarse de manera distinta a lo que los seres humanos una vez tuvieron con el Jesús terrenal. A veces, a Jesús se le visualiza morando dentro del creyente individual (Gá. 2:19-20). Muy frecuentemente, la metáfora se invierte de tal manera que el creyente se encuentra en Cristo (Fil. 3:9), es decir, como una parte de la entidad colectiva que ahora conforma el cuerpo de Cristo en la tierra (1 Co. 12:27). En cualquier caso, la relación es mutua: los creyentes moran en Jesucristo, y Jesucristo mora en ellos (Jn. 15:5).
Hay una considerable variación en semejante simbolismo. El Jesús exaltado puede identificarse como el novio de la iglesia (Mr. 2:19), o como un gran sumo sacerdote que sirve a Dios en un santuario celestial (He. 4:14). En efecto, al Jesús exaltado frecuentemente se le ubica en el cielo (Col. 3:1), aunque permanece activo en la tierra, especialmente a través de las palabras y obras de los que hablan y actúan en su nombre (Hch. 4:30). A veces, se le identifica como un espíritu que sigue inspirando y dirigiendo los acontecimientos en la tierra (Hch. 16:7). Se comunica con la gente a través de visiones (2 Co. 12:1) y profecías (1 Co. 14:29-31). Su presencia a veces se experimenta por medio de la interacción con otra gente, especialmente los marginados (Mt. 25:40), los vulnerables (Mr. 9:37) o los perseguidos (Hch. 9:5). La comprensión de su presencia a menudo se vincula con el bautismo (Gá. 3:27) o con la participación en una representación de su última cena (1 Co. 11:23-26). Responde oraciones (Jn. 14:14) y también hace oraciones por sus seguidores (Ro. 8:34). Además, el Nuevo Testamento da una seguridad absoluta de que este Jesús exaltado vendrá otra vez: regresará a la tierra de una manera tangible al final de los tiempos, vendrá en las nubes del cielo a presidir en el juicio final (Mt. 24:30; 25:31-32).
Hasta entonces, Jesús sigue siendo objeto de devoción: los cristianos casi pueden definirse como «todos los que en todas partes invocan el nombre del Señor Jesucristo» (1 Co. 1:2), o como gente que cree en Jesús sin evidencia física de su existencia (Jn. 20:29), o como gente que ama a Jesús, aunque no lo hayan visto (1 P. 1:8). En efecto, son gente que lo considera digno de adoración y alabanza (Ap. 5:6-14).
Figura 4.4. Cristo en gloria. Una imagen del siglo VI, de Saqqara, Egipto. (Bridgeman Images)
Este panorama general de cómo el Nuevo Testamento presenta la figura del Jesús exaltado es importante para la teología y fe cristianas. Pero, como con la figura terrenal de Jesús, el campo de los estudios del Nuevo Testamento quiere