A Roma sin amor. Marina Adair
ancianas.
A Annie, la conexión entre hermanos siempre le había interesado mucho, puesto que a ella la separaron de las suyas. Nació en Vietnam, la menor de tres hermanas, pero creció en los Estados Unidos como hija única. No recordaba a sus hermanas, pero en todo momento había sentido su ausencia, incluso antes de que le contaran la historia de su adopción.
Todos los adoptados tenían su propia historia, que se contaba hasta la saciedad durante la reunión familiar del Día de la Adopción. En casa de Annie, el Día de la Adopción era una celebración tan importante como los cumpleaños o el Día de Acción de Gracias. Y cuando su familia se acurrucaba en el sofá y su madre pasaba las páginas gastadas de su álbum de adopción, Annie contenía la respiración hasta que llegaban a la parte de sus hermanas.
No sabía cómo se llamaban ni cuántos años tenían, tan solo que eran tres. Todas con el pelo negro y con unos ojos vivos de color café, y las tres lucían los mismos hoyuelos al sonreír. Durante casi toda su vida, saber que estaban en algún lugar le proporcionaba el consuelo que necesitaba cuando de noche, en la cama, la embargaba la soledad.
¿El amor de un hermano era más potente que el de otra persona por el mero hecho de que venía predeterminado por el nacimiento? De ser así, ¿qué significado tenía eso para alguien como Annie, a la que unos desconocidos eligieron darle su amor?
Annie siempre había creído que el amor, tomara la forma que tomase, podía alimentarse hasta convertirse en la conexión irrompible que compartían Gloria y sus hermanas. Por eso se aferraba con tanta fuerza a las personas de su vida, porque, aunque el amor cambiara de forma, seguía siendo amor. ¿O no?
Desde la noche anterior, cuando Emmitt la acusó de ser una pusilánime, Annie comenzó a preguntarse si estaba dispuesta a agarrarse a un amor a pesar de que ya no fuera sano. La conversación que mantuvo con Clark había sido de todo menos sana, y la dejó con la sensación de que la había utilizado y despreciado.
Y de nada le servía eso. A no ser que Annie colgara la bata del hospital para ser wedding planner. Nada más poner fin a la encantadora conversación telefónica con las hermanas de Gloria, Annie se dedicó a sí misma un discurso duro y motivacional, y llamó a otra persona…, esta vez para lograr su propia tranquilidad mental.
Fue Clark el que dijo que, por encima de todo, quería que siguieran siendo amigos. Bueno, pues iba a tener la oportunidad de demostrarlo. Y Annie iba a tener la oportunidad de demostrar que ser amiga de un ex no solo era posible, sino también saludable si se hacía bien.
Con miedo a echarse atrás, Annie entró en una consulta vacía y marcó el número de inmediato. Su corazón latía más rápido con cada tono, y se paró del todo cuando Clark contestó.
—Me alegro mucho de que me llames. —Tenía una voz alegre y radiante, como si la noche anterior hubiera dormido como un rey. Como si Annie hubiera sido una boba y lo sucedido en los últimos meses no hubiera cambiado nada entre los dos, algo que a ella le dolió y la confundió.
—¿Ah, sí? —Se había imaginado que la llamada sería diferente. De hecho, había elaborado una lista mental con aproximadamente diez mil cosas que hacer en lugar de llamar a Clark (como etiquetar las muestras del laboratorio, comprar dónuts para que algo le recordara a la calidez de su casa y arreglar el escape de la consulta número nueve), pero por lo visto no había sido necesario.
Annie estaba a punto de establecer unos cuantos límites, y Clark parecía estar dispuesto a escucharla.
—Pues claro. Quería disculparme por lo de anoche. Al colgar me sentí como un capullo. Tenía las emociones a flor de piel y no pensaba lo que decía. Y, como dijiste, no me esperaba ningún paciente. Solo evitaba lo inevitable.
—Creo que yo también —admitió Annie—. Lo de ayer fue una situación rara, y los dos podríamos haberla gestionado mejor. —Annie recordó lo que le había dicho Emmitt. Que fuera directa, al grano, sin margen para malentendidos—. Pero la única manera para que nos comportemos con normalidad el uno con el otro es aclarar las cosas.
Cuánta determinación, con qué confianza hablaba. Sin suavizar ni edulcorar el asunto, tan solo enunciando los hechos y verbalizando su estrategia.
—No te imaginas lo feliz que me haces —dijo Clark—. No solo me sentí como un capullo, sino que también pensé que te había decepcionado. Después de colgar, hablé con Molly-Leigh, y me aseguró que lo había gestionado fatal. Supe que debía hacer lo correcto. Así que esta mañana, de camino al trabajo, he parado en la oficina de correos.
—Ostras, Clark, qué guay. —Y qué fácil había sido—. Creía que me harías una transferencia con el dinero de las invitaciones y la fianza de la tarta, que por cierto me ha llegado hoy, muchas gracias. Pero si prefieres devolverme el resto con un cheque, a mí me parece estupendo.
Iba a necesitar un par de días más de lo previsto, y quizá el banco no procesara enseguida un cheque de una cantidad tan alta, pero el lunes mismo se tumbaría en el sofá con una botella de vino y una pizza de peperoni y aceitunas para ella solita.
—¿Un cheque? ¿A qué te refieres?
—A la fianza del salón de bodas. Me lo has mandado por correo, ¿no?
—Lo que te he enviado por correo es una invitación para la boda —le dijo, como si de repente Annie hubiera perdido la cabeza—. Lo de la fianza lo arreglamos ayer.
—En realidad, no. Dijiste que te iría mucho mejor esperar a que pasara la boda para pagarme. Yo te dije que a mí no me iba bien así. Y sigue sin irme bien. Necesito el dinero, y esta misma semana.
—Mira, a eso precisamente me refería. Tú y yo ya no somos los mismos que antes. Nunca te habías puesto así por una fianza o por un vestido. Es como si…, no sé…
—¿Como si hubiéramos roto?
—Desde que te mudaste —Clark la ignoró—, creo que ya no conectamos. Y sabes lo mucho que odio que no compartamos la misma sintonía. O sea, los dos vibramos, eso es así.
De pronto, Annie lo entendió. Ella hablaba de solucionar las cosas, de que le pagara lo que le debía para seguir con su vida, y él empleaba la primera persona del plural y palabras como vibrar, cuando entre ambos hacía meses que no había un nosotros.
—No hay ninguna sintonía, Clark. Cuando cambiaste de emisora y pasaste de Onda Todavía a Onda Melancolía, nosotros dejamos de vibrar, y por eso me molesta que no me hayas devuelto el dinero. Ya han pasado cinco semanas. Cinco semanas. Y no me pongo de ninguna manera, solo paso página. Así que invitarme a tu boda es totalmente inapropiado.
—¿Inapropiado? —Clark, por todos los santos, sonó hasta dolido—. En los últimos seis años tú has sido la persona más importante de mi vida. Eso nada lo va a cambiar.
—El anillo en el dedo de Molly-Leigh sugiere otra cosa.
—Me voy a casar. ¿Y qué? Molls sabe lo mucho que me importas —dijo, y Annie se preguntó cómo era posible que antes no lo viera tan adulador—. Algún día tú también te casarás… Eso no quiere decir que yo deje de ser tu pilar y tú el mío.
—Eso es exactamente lo que quiere decir.
—Mira, no te he cogido el teléfono para discutir. Quería decirte que ayer la cagué por no hacerte llegar la invitación como Dios manda. Nada me haría más feliz que que aceptaras compartir ese día tan especial con nosotros —dijo.
—Le has entregado tu futura felicidad a otra mujer, Clark. Lo que sientas ya no es responsabilidad mía.
—Pero has puesto tanto empeño en esta boda, Annie —siguió como si ella no hubiera dicho nada—. Te mereces disfrutar de los resultados de tanto esfuerzo. He invitado a tus padres, y creía que sabrías que esa invitación era extensible a toda tu familia, pero quería asegurarme de que quedaba claro. Te queremos en la boda, Anh-Bon.
—¿Que has invitado a mis padres? —Annie sintió vergüenza.
—Pues