La Espera y otros relatos oscuros. Abel Gustavo Maciel
con frialdad. No podía evitarla.
—Así parece, amigo. De todas formas, ya te dije… el contrato no estipula horarios. ¿Qué querés hacer esta noche?, ¿eh?
—Hablar —respondí secamente mientras señalaba la otra silla—. Sentate, por favor.
Al principio ella pareció titubear. Un brillo extraño produjo reflejos en sus ojos. La sonrisa lo cubrió rápidamente. Caminó con pasos gráciles hasta sentarse frente a mí. Por primera vez pude ver su rostro a corta distancia, sin apuros, sin obligaciones. Lentamente comencé a arrepentirme de mis intenciones.
—¿Querés hablar, che? Si ese es tu deseo, hablemos…
Ella se ubicó en la silla a escaso medio metro de mi posición. Se la veía distendida, confiada en el vínculo que nos unía desde hacía un buen tiempo. Su aspecto era relajado, como de costumbre.
—¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos, querida? —pregunté con voz insegura.
Al escuchar mis propias palabras, sentí que era otro quien hablaba. Resulta interesante descubrir que podemos ser muchos otros habitando un mismo cuerpo.
—Pues… no lo sé. No me acostumbro a medir el tiempo en la escala que ustedes usan.
—Ustedes… ajá. Bueno, yo puedo decírtelo. En estos meses aprendí algunas cosas a partir de nuestra relación. Hoy, justamente, cumplimos un año, querida.
Durante un segundo me pareció percibir un dejo de contrariedad en su rostro. Pero rápidamente desapareció aquella expresión, como si solo se tratara de un espejismo motivado por mi deseo salvaje.
—Será un año, entonces. Como vos digas. De todas formas, bien sabés que eso no tiene mucho sentido para mí. Pero lo acepto. —Volvió a sonreír—. Seguramente has medido bien el tiempo, mi amor.
—Sí, sí. Lo hice, “mi amor”. Estoy acostumbrado a medir bien las secuencias.
—Entonces, ¿de eso vamos a hablar hoy? ¿Del tiempo?
Hice una expresión vaga con mis manos. Una respuesta instintiva en la necesidad de controlar mis impulsos.
—No, no. Simplemente mencionaba la peculiaridad de este momento. El aniversario, digo.
—¡Ah, por supuesto!... —dijo ella tras una breve risita—. Una vuelta alrededor del sol. Eso debe ser, ¿no es así? Hablaremos de aniversarios, si eso es de tu interés. Sabés que te visito para complacerte.
Hice caso omiso al comentario. El metal comenzaba a molestarme en el bolsillo. Su mirada penetraba mi alma sin misericordia. Ocultos en el Jardín de Otoño unas sombras se movieron de manera imperceptible.
—Mirá… vos mencionaste un par de veces el asunto del contrato. Una formalidad que nos vincula durante todo este tiempo. Me gustaría hablar de eso.
—¿Hablar sobre el contrato?... —La sonrisa había desaparecido de aquel rostro angelical.
—Sí, sí. Eso. Explicame lo del contrato. Es una cuestión que me intriga… y mucho. ¿Quiénes te contrataron?, ¿eh? ¿Acaso fueron… “ellos”?
Las sombras detrás del ventanal avanzaron un par de metros en dirección al living.
—¿“Ellos”, decís? —repitió la dama etérea. Nuevamente su risa rompió el silencio instalado en el ambiente. De repente, me sentí vulnerable—. Así los llamás, ¿eh? Bueno, quizás sea una buena forma de nombrarlos… “Ellos”… sí, me parece simpático.
—Entonces, esto del contrato es con… “ellos”.
La muchacha abandonó aquella sonrisa que representaba un escudo natural. Me miró durante tiempo prolongado y habló con gran suavidad:
—Por supuesto, querido mío. Todavía no lo has descubierto. Pero eso no importa. Así y todo, debemos cumplir con el protocolo establecido. Vení, niño mimoso. Tal vez en este aniversario podamos consumar lo estipulado.
Me sentí atraído hacia su cuerpo. Las sombras, próximas al ventanal, se agitaron bajo la luz de la luna. La túnica dorada de nuevo se rasgó. La desnudez de aquella silueta evanescente cubrió todo mi campo perceptual. Las formas eran exaltadas por el perfume que invadía el ambiente.
Su piel blanca y delicada rodeó mis manos y el deseo emergió de los abismos. En tanto sentía hundirme en aquel océano de aguas oscuras, metí la mano en el bolsillo y extraje el objeto tan temido.
La hoja de doble filo penetró el cuerpo. Una, dos, tres veces. Al principio sentí la inercia de su carne. Había especulado mucho con esa sensación. Temía que su figura se desvaneciera entre mis brazos y regresara al mundo de fantasía de donde creía provenir.
Luego, el movimiento se mostró indiferente. Lentamente, el brillo de sus ojos se fue apagando. Sin embargo, la sonrisa permaneció adornando un rostro que jamás olvidaría.
El murmullo furtivo proveniente de la ventana se hizo presente. Ellos estaban allí, observando desde la clandestinidad en el Jardín de Otoño. Por supuesto, habían firmado el contrato; ahora lo sabía.
Contemplé la hoja de la navaja reposando en mis manos. La sangre en el metal estaba ausente. Tampoco manchaba el cuerpo tendido en la cama. Su figura, con exasperante lentitud, se fue disolviendo en el aire. En tanto lo hacía, irradiaba el destello color ámbar que precedía sus apariciones furtivas.
Una furia arrolladora se apoderó de mí.
—¡Hijos de puta!... —grité con voz salvaje.
Ellos firmaron el contrato. Ellos lo habían hecho. Las cláusulas resultaban ineludibles. Me convirtieron en un asesino. Estaba escrito desde el principio, desde aquella primera noche acaecida un año atrás.
“Los voy a enfrentar…”, me dije con gran decisión.
Mi silueta se incorporó frente al ventanal con actitud desafiante. Sabía que ellos no esperaban verme así, dispuesto a contemplarlos cara a cara.
La luz de la luna, pálida pero persistente, entonces reflejó mi rostro en el vidrio…
La mirada de vidrio
A mí no me engañás. Hay algo en tus ojos que no me pertenece, un reflejo distinto, tal vez un emergente pulsando por detrás de tu figura plana. No lo sé, no puedo descifrar misterio tan sutil, perdido en el entramado de la simulación que te recrea en mi presencia.
La superficie plana que nos separa es fría al tacto y suave, cuando intento acariciar tus formas esquivas. Semeja la pared de una prisión tal vez soportable, pero celda al fin que no nos permite realizar aquel encuentro ansiado desde el desdoblamiento inicial.
¿Cuál ha sido el origen de tal impronta temporaciada? ¿La luz, quizás? ¿La dualidad del universo que juega con las dimensiones construyendo minuto a minuto un sendero de doble vía, una bifurcación de sonidos y silencios pentagramados que puede leerse en avance o retroceso según necesidad del peregrino, o la impronta inducida por operadores invisibles?
Qué se puede decir de ellos. Oscuros, o transparentes, sutiles o desmedidos, delicados o brutales, reales o imaginados, existentes o solo pergeñados por la mente que los piensa. Serán los dioses ocultos, paganos por supuesto, acomodando el tablero donde las fichas realizan sus juegos de apetencia. O tal vez víctimas —al igual que el común de los mortales— de un azar eterno y recurrente, sin origen ni destino, que les otorgue sentido a sus trayectorias.
Sin embargo, esa superficie gélida y pulida resulta real a los sentidos. La palpamos, la observamos, le podemos hablar y la mueca parece responder en simultáneo. Ajenas a los sonidos cotidianos, se trata de una pared impersonal, un plano que otorga condición carcelaria a las realidades encerradas en aquellos dos gabinetes estancos. ¿Estancos?...
De pequeño nuestros encuentros resultaban naturales. A poco de avanzar en mi periplo por estos jardines, intentaba jugar con vos con la fruición del infante entusiasmado. Me divertían tus esfuerzos por emular