Las andanzas de Lara. Raquel García Iñiguez
no resistieron la tensión y saltaron por el aire. Kate me cogió y me sentó sobre el lavabo. Yo intentaba zafarme de ella, pero la muy inglesa tenía una fuerza descomunal en ese momento. Me quitó el sujetador, no sé cómo, y comenzó a morderme los pezones. Le agarré de los pelos como pude y le retiré la cabeza. Pude ver esos ojos de furia que me erizaron el vello. Ella seguía en su empeño, se incorporó, me agarró de la cabeza e intentó besarme en la boca. Giré la cabeza, algo que enfureció más a la inglesa, y me la sujetó con la mano izquierda mientras con la otra intentaba hacerse paso dentro de mis pantalones. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, quitándome algunas defensas. Kate consiguió zafarse de mi pantalón y de mis bragas, introduciéndose dentro de mí. No quería, Kate ya no me gustaba, me daba miedo. Saqué fuerzas de donde pude y la retiré de mí.
—¡Para! ¡No quiero esto! ¡Fuera de mi habitación, se acabó, Kate! ¡Se acabó!
—I´m sorry. No quería...
—No quiero oír nada más, Kate, hasta aquí hemos llegado.
—Lara, no. Lo siento mucho...
Kate se sentó en el suelo del baño, apoyándose en la fría pared. Rompió a llorar como una niña sin consuelo.
—Lara, de verdad, no quería que esto pasara. He estado todo el verano pensando en ti, no podía más. No dormía ni comía...
—¿Y por qué no me llamaste después de esa conversación? No, no me contestes, te lo diré yo. Tu puto orgullo, Kate. Así que recoge el poco que te queda y lárgate. No me hagas llamar a la hermana Piedad para que te saque de aquí.
Kate se sorbió los mocos, se limpió las lágrimas con la camiseta que llevaba puesta y se levantó. Me miró con los ojos más llenos de odio que he visto en mi vida y añadió:
—Te arrepentirás, Lara.
—¿Me estás amenazando?
—No, solo digo que te acordarás de mí —diciendo esto abandonó mi habitación.
Yo me quedé de pie, catatónica. No sabía qué había pasado allí. ¿Era una pesadilla e iba a despertar? Me pellizqué como había visto en tantas películas y comprobé que era la realidad. Miré al suelo de la habitación y era un auténtico collage. Me quité la camisa rasgada. Abrí la maleta de nuevo y me puse una camiseta limpia. Cogí papel higiénico y comencé a limpiar el suelo y las paredes que la señorita había pintado con mi cena. Las tripas me rugieron. Dejé todo como estaba, cogí unos euros de mi cartera, mi cazadora y bajé a la máquina a por un sándwich y una Coca—Cola.
Necesitaba aire, necesitaba respirar. Aún no podía creer lo que había sucedido allí arriba. Salí a la calle a comer tranquilamente mientras oía la lluvia y, allí sentada en las escaleras de la residencia, estaba Chiqui fumándose un cigarro.
—¡Que aproveshe, niña!
—¿Quieres? —dije, sentándome en el mismo escalón que Chiqui.
—No, gracias, ya he cenado tortilla antes.
—Qué perras, que no habéis dejado nada para las que hemos llegado tarde.
—Aquí el que no corre vuela, ya sabes.
—Ya, ya, lo sé. Me encanta escuchar la lluvia.
—¿Me estás pidiendo que me calle?
—No, mujer, solo digo que me gusta escuchar el sonido que hace la lluvia y el olor.
—¿Este olor? Pero si huele alcantarilla. Tú no estás bien.
—Jajaja. Vale, llevas razón. Me gusta el sonido y el olor de la lluvia en mi pueblo.
—Sí, a mierda de vaca, no te jode.
—¡Tía, que estoy cenando!
—¡Cierto! Qué poco respeto tengo, cohones.
—¿Qué tal el verano? Vaya cambio que has dado... A ver, no te ofendas, quiero decir que estás guapísima. Que antes también, pero ahora... uffff... cómo te has puesto, ¿no?
—¡Musa grasias! Sí, ya comencé a cuidarme antes de que terminara el curso pasado y luego en verano he estado corriendo, haciendo pesas, etc. Y... ¡tachán! ¡Soy otra mujé!
—Jajaja, otra mujer no, sigues siendo Chiqui, pero con un cuerpo... ¿mejorado?
—Ayssss... ¡que te como! —Chiqui se echó sobre mí dándome un pedazo de abrazo de osa.
—Cuidado, que me aplastas el sándwich.
—Sí, será mejor que te deje tranquilita y cenes —Chiqui se levanta y desde arriba me mira y añade—. Si quieres nos vemos luego en mi habitación y seguimos ¿eh, guapa?
—Te lo agradezco, pero estoy reventada del viaje y después de lo que me acaba de pasar... —Chiqui se volvió a sentar, pero esta vez un poco más cerca de mí.
—¿Qué te ha pasado? ¿Algo con las hermanas?
—Qué va, tía, la Kate, que está zumbada.
—¿Qué te ha zumbado?
—No. Bueno, sí. Espera, que te lo cuento desde el principio —comencé a narrarle todo lo sucedido con Kate y a cada cosa que añadía Chiqui abría más y más la boca, hasta que se puso en pie y añadió.
—A esta sí que la voy a zumbar yo. Pero de qué va la inglesa. Mira... que bastante nos han hecho con Gibraltar como para que vayan haciendo daño a nuestras mujeres...
—Jajaja, anda, siéntate. Ya le he dicho que se acabó y la he echado de mi habitación.
—¡Será hija de... la Gran Bretaña!
—Pero bueno, que ya está, borrón y cuenta nueva.
—Venga, tía, termínate el sándwich y vamos para dentro que aquí hace frío.
—Vete tú, anda, me apetece quedarme aquí escuchando la lluvia un rato.
—Ok, como quieras. Buenas noches, belleza. Si cambias de opinión, mi habitación este año ha cambiado, está en tu mismo lado, pero una planta más abajo. Es la 417. Que descanses... —Chiqui se levantó, me dio un beso en la mejilla y se metió en la residencia.
Me quedé sola afuera terminando el sándwich frío de la máquina y parte de la Coca—Cola, escuchando el repiquetear de la lluvia contra los cristales, los coches, las farolas. No quería pensar en nada, deseaba que mi atención fuera captada tan solo por ese sonido. Me levanté y salí a la fría lluvia. Necesitaba canalizar mis energías y esa era la mejor manera. Me dieron ganas hasta de desnudarme para que empapara todo mi cuerpo, pero no quería pasar la noche en un calabozo. Por hoy ya eran suficientes emociones.
Al día siguiente, hubiera estampado el despertador contra la pared, si no fuera porque era la alarma del móvil la que me despertaba. Mis clases no comenzaban hasta las tres de la tarde, pero este año me había propuesto ir al gimnasio por las mañanas. Apagué el pitido infernal y me di media vuelta.
—Toc, toc —me desperté de golpe, jurando en arameo y acordándome de la familia de la persona que estaba tras esa puerta. Me levanté y miré mi reloj, era la una de la tarde. Fui directa a abrir la puerta...
—Lara, tía ¿estás bien?
—¡Joder, Chiqui, que me dormido! ¡Qué desastre soy! Primer día del curso y voy a llegar tarde.
—No, mujé, si te duchas rápido aún te da tiempo a comer y largarte corriendo a la uni. Y, por cierto, tápate un poquito, anda, que aquí hay mucha lagarta suelta.
—¡Anda, tira! Ahora bajo. Vete pillándome sitio. ¿Y tú?, ¿qué pasa?, ¿no vas hoy a clase?
—Ven, que te digo un secreto al oído... —acerqué la oreja a su boca—,