Las andanzas de Lara. Raquel García Iñiguez

Las andanzas de Lara - Raquel García Iñiguez


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día siguiente, sonó el móvil a las seis de la mañana. Poco a poco nos fuimos despertando e íbamos pasando por chapa y pintura a turnos. A las 7:30 ya estábamos todas monísimas de la muerte, esperando a que llegara el taxi que habíamos llamado para que nos acercara al aeropuerto. Aunque el pobre taxista puso todo de su parte y pisó el acelerador de tal manera que para las ocho menos cuarto llegábamos al aeropuerto, era más que tarde. Corrimos como alma que lleva el diablo. Llegamos al primer control policial y piiiiiii, el arco comenzó a pitar.

      —Señorita, por favor, deposite todos los objetos metálicos que lleva en la bandeja. Y pase de nuevo —ordenó la policía a Vicky.

      —Eso he hecho.

      —Le repito que por favor deje todos los objetos metálicos en la bandeja —Vicky revisó los enormes bolsillos de su pantalón hippie y ahí encontró una argollita de esas que usa para hacerse sus propias joyas.

      —Disculpe, tenía esto, no lo había visto —la policía no dijo nada, solo señaló de nuevo la bandeja mientras se dirigía a Vicky con una mirada de perra.

      —Joder, Vicky, ya te vale —le dije yo mientras pasaba el arco, que el muy maldito volvía a pitarme a mí.

      —¿Y ahora qué, Carla? —se burló Vicky.

      —Señorita, por favor, deposite todos los objetos metálicos en la bandeja —volví a revisar mis bolsillos, pero yo sin embargo no encontré nada de metal, tan solo una goma para el pelo, la cual deposité porque llevaba una chapita, aunque estaba segura que eso no podía pitar.

      Piiiiiiiii.

      —Señorita, por favor, retírese del arco y venga conmigo —la policía comenzó a sobetearme de una manera digamos que poco profesional. Volvió a pasar un detector de mano y no encontró nada.

      —Disculpe, será un error, pase... —diciendo esto, la policía volvió al arco de seguridad, agarró el walkie y dio el parte a su superior. Yo, mientras tanto, recogía mis pertenencias al otro lado del escáner.

      —Señorita, por favor, abra la maleta —dijo el policía sentado al otro lado del escáner a Laura. Laura se puso roja como un tomate.

      —Pero... —Laura empezó a hiperventilar y nosotras con ella porque quedaban tan solo diez minutos para que cerraran la puerta de embarque a nuestro avión.

      —¡Laura, ábrela, venga, que vamos a perder el vuelo! —le gritó Elena.

      —Señorita, por favor, abra la maleta —Laura abrió su maleta y en ella aparecieron toda clase de botes con pastillas y líquidos, ropa y un vibrador. Nosotras comenzamos a descojonarnos, ya que ella predicaba el celibato y la abstinencia sexual a los cuatro vientos.

      —¡Mira la mosquita muerta! Jajajajajajaja.

      —¡Por favor, silencio! Señorita, ¿sabía usted que no puede viajar con líquidos en cabina?

      —¡La madre que te parió! —escupió Elena cada vez más cabreada.

      —Disculpe, con las prisas lo he metido sin querer... —el policía cogió los botes y los tiró inmediatamente sin preguntar nada más. Laura solo quería que la tierra la tragara, su amiguito Pepe había salido a la luz y su mayor objetivo era cerrar la maleta cuanto antes.

      —Señorita... —el policía tenía en ese momento los botes con pastillas en las manos... Laura es muy dada a automedicarse, pero como no le gusta que los demás sepamos que se está metiendo para el cuerpo lo lleva en botecitos blancos, de estos que usan los americanos para sus medicaciones. Sin etiquetas, ni símbolos— ¿y esto?

      —Nada, es mi medicación —el policía abrió uno aleatoriamente y comprobó que se trataba de ibuprofeno... Los botecitos eran pequeños y supervisó finalmente uno por uno. Al ver que se trataba de medicación, los dejó en la desordenada maleta.

      —Señorita, ya puede cerrarla.

      —Muchas gracias —dijo Laura para el cuello de su camisa. Recogió como pudo su maleta y la apoyó en el suelo. Justo cuando se disponía a organizarla de nuevo milimétricamente, Elena se la cerró de golpe y se sentó encima.

      —¡Vamos, lo que faltaba! Echa los seguros. Venga. Nos toca correr y mucho, que perdemos el vuelo —llegamos a nuestra puerta de embarque y estaba siendo medida la maleta de la última persona.

      —Han llegado justo, señoritas. Por favor, metan de una en una las maletas por aquí —dijo una azafata muy amable, señalando una especie de jaula donde teníamos que encajar el equipaje.

      —¿Y esto? Pregunté.

      —Si no entran en esta estructura deberán facturarlas o comprar una maleta de las nuestras. 85 euros cada una. Son estas que tenemos aquí —todas las maletas pasaron por la jaula menos la de Laura, que Elena había forzado sentándose encima de ella, quedando un bulto en el medio de la maleta. Así que viendo lo que pasaba, Elena se volvió a sentar empujando la maleta hacia abajo de esa jaula y la maleta pasó.

      —Ale, ya ve que todas entran ahí —mientras tanto, Laura se angustiaba porque la maleta si había pasado, pero ahora no podía sacarla y su maleta comenzaba a vibrar. El traqueteo en la jaula fue evidente para todos.

      —Tu amiguito parece que protesta ahí dentro. Jajajajaja —le dijo Elena descojonándose. La señorita, muy amablemente, le ayudo a liberarla. Parecía que tenía mucha práctica en ese menester. Laura abrió su maleta de nuevo y pudo comprobar cómo su Pepe se movía. Lo apagó sin mediar palabra y lo escondió entre una chaquetilla que se llevaba por si con el frío de la isla se cogía algún constipado. Cerró la maleta, caminó cabizbaja, sin mirar a nadie y temblándole la mano, hacia la puerta de embarque.

      —Ya pueden pasar, señoritas. Que tengan un buen viaje —nos dijo la azafata, que no quitaba la vista de la maleta de Laura.

      —Joder, ahora entiendo porque Laura ha salido de estampida —dije mirando hacia la puerta del baño. Carla se limpió las lágrimas de la risa y cogió aliento.

      —Espera, espera —repitió—. Pasamos todas al finger que nos conducía al avión y tras nosotras se cerró la puerta. Elena había reservado los vuelos con un extra, es decir, que no teníamos que esperar a que todo el mundo midiera su maleta, sino que éramos una especie de pasajeras VIP, lo cual nos aseguraba unos buenos asientos, ya que no eran numerados. Pero, como habíamos llegado las últimas, tan solo quedaban asientos en la cola del avión. Como todas sabemos ya después de este viaje, son los peores asientos en los que puedas viajar. El avión iba completo. Tan solo quedaban dos asientos en la última fila y dos en la penúltima, pero en el lado opuesto. Elena y Vicky se fueron a la última y Laura y yo nos sentamos en los restantes.

      —Carla, por favor, no me dejes en la ventanilla —me dijo Laura con una voz entrecortada.

      —Mejor, siempre me ha gustado observar lo que pasa, si se quema un motor o falla algo mejor enterarse de primera mano, ¿verdad?

      —¡Calla! No enredes al diablo —dijo Laura, cogiendo con su mano el crucifijo que colgaba de su cuello, y empezó a rezar un padre nuestro.

      —Eso, reza, que le estás poniendo los cuernos a tu novio con Pepe —gritó Elena vacilando a Laura desde su asiento—. Laura comenzó a hiperventilar.

      “Buenos días, bienvenidos a la compañía de vuelo ChurryanAir, nuestro viaje durará aproximadamente dos horas. En nombre del comandante, en el de la tripulación y en el mío propio, les deseamos un feliz viaje. A continuación, nuestra compañera Gina Jones les informará sobre el uso del chaleco salvavidas y de las salidas de emergencia del avión. En caso de una situación de riesgo, sigan las instrucciones de nuestro personal de vuelo.”

      —La azafata, Lara, que te juro que tenía una pierna ortopédica, porque no se sostenía, nos enseñó cómo atarnos y soplar al mismo tiempo en el chaleco. Elena dijo que ella, si había turbulencias, no soplaba, porque decía que iba a dar positivo en alcohol.

      “Nuestras azafatas tienen a su entera


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