Las andanzas de Lara. Raquel García Iñiguez
aterrizaje. Gracias por su atención. Juegue siempre a Rascagón.”
—Y así, Lara, durante dos horas de vuelo. Que si Rascagón, que si un filetito de ternera que parecía la suela del zapato, que Laura rezando para que el avión no se estrellase en el mar por las turbulencias... mil veces le dije que eso era porque viajábamos en cola. Y la otra pesada, que no, que no, que hay una avería. Que no nos lo han dicho. Que la culpa la tiene Elena por coger los billetes tan baratos.
—Tócate los cojones, Mari Pili —dijo Elena, dando golpe con la taza de café en la mesa—. Y yo medio dormida, mira, me tocó tanto la moral que ya no pude menos que saltar.
—Anda, vete al baño con tu amigo Pepe y hazte un favor y así de paso nos lo haces a todas, porque vaya viajecito nos estás dando.
—Después de dos horas infernales en las que al fin conseguimos que Laura se callara, aterrizamos en el aeropuerto del sur de la isla de Tenerife. Muy bonito todo. Aquí las maestras no cayeron en la cuenta de que Vilaflor, que es el pueblo en el que Elena nos había reservado las habitaciones, estaba a tomar por culo del aeropuerto.
—Pero si había un símbolo de autobús en el Google Maps —interrumpió Elena.
—Sí, cariño, pero tú sabes que pasan por un barranco, ¿verdad? Y que los horarios son como son. Además, ¡qué coño! Que solo subían autobuses de jubilados allí, al hotelito con encanto de los cojones. Total, que nos tuvimos que coger un taxi en el aeropuerto para que nos acercara, pensando que estaba cinco minutos en coche. Y yo no sé si el taxista nos vio cara de palurdas o es que todos los boletos para tontos nos los habían dado a nosotras, pero nos pegó una clavada que nos dejó temblando.
—Bueno, me vas a negar también que el hotel estaba de puta madre —dijo Elena.
—Si obviamos los quinientos jubilados que subían a bailar el pasodoble y a restregarse la cebolleta con nosotras aprovechando el día del abuelo feliz, sí estaba de puta madre el hotelito. Aunque hubo quien le sacó mucho más provecho que nosotras —Carla miró hacia la puerta del baño y preguntó en general—, ¿y esta valiente?, ¿dónde está?
—Con Pepe —contestó Vicky.
—¡Qué me estás contando! ¿Qué pasa con Laura, tía? —dije, aguantándome la risa.
—Que qué te estoy contando, mira... —Carla se pinzó la nariz—, al llegar al hotel, nos recibió una recepcionista que era la viva reencarnación de Angelina Jolie pero con los ojos negros. Aquí la amiga, que ya sabes que desde el curso pasado le da igual cesta que ballesta —señala a Elena—, puso su caidita de pestañas y le dijo: “Ay, te hemos reservado unas habitaciones a nombre de Elena de la Calle Montera. Soy yo, encantada.” La recepcionista, que en ese momento estaba con sus cosas, le dijo: “señorita Montera, sus habitaciones todavía no están listas”, y siguió a lo suyo. A lo que Laura no pudo evitar añadir: “Ay, por favor, no me digas eso que vengo con ganas de vomitar desde el avión. Que en esta isla no tenéis más que curvas y barrancos. Ahora que hago yo. Estoy con una fatiga...” La recepcionista levantó la vista y dulcemente se dirigió a Laura: “Ay, mi niña, pobrecita, véngase conmigo.” Total, que Elena se quedó con un mosqueo de cojones.
—Si es que... dios da pañuelos a quien no tiene mocos —dijo Elena.
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