Las andanzas de Lara. Raquel García Iñiguez

Las andanzas de Lara - Raquel García Iñiguez


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libre—. Soy David, encantado —y nos dio dos besos a cada una de las allí presentes.

      —Así está mejor, buen chico —dijo Elena, guiñándole un ojo—. Y, por cierto, no tendrás unos amigos que quieran venirse pasar un buen ratito con estas bellas damas, ¿no?

      —¡Elena! ¡No, por favor! Mi novio Edu se pondrá furioso. No, por favor... —dijo Laura, tapándose la cara con las manos.

      —Laura, tía, tranquilízate, solo vamos a echarnos unas risas con ellos, nada más.

      —¿Ah sí? —dijo David, sentándose en el sofá de cuero.

      —Sí, claro, qué te creías, listillo —dijo Elena, sonriendo al pizzero—. Además, lo que pase en mi casa, se queda en mi casa.

      —Mensaje pillado. Ahora mismo llamo a mis amigos —dijo riéndose el chico.

      El pizzero se levantó del sofá y fue a su cazadora. Metió la mano en el bolsillo interior de la misma y cogió su móvil de nuevo.

      —¡David!, ¿qué tal?, ¿pasa algo? —se oyó una voz al otro lado del auricular.

      —¡Eh, tío!, ¿qué haces?

      —En mi casa, aburrido como una ostra. Ahora mismo estaba pensando en llamar al Manu para ver si quería cenar conmigo y luego ir a buscarte a la salida del curro para irnos de copas.

      —Pues yo tengo un plan mejor para vosotros —se sonrió—. Llama a Manu, queda con él y veniros a la calle... ¿cómo se llama la calle? —nos preguntó David a todas.

      —Avenida Puerto Seco, 21 —informó Elena.

      —¿Has oído? —dijo David a la voz del otro lado del teléfono.

      —Sí, tío, pero, ¿qué pasa? ¿No estás currando? —las chicas y yo ya habíamos escuchado toda la conversación hasta entonces. El pizzero se levantó y salió del salón y continuó hablando.

      —Vente y te cuento, que no veas lo que hay aquí. ¡Ah y traeros algo de bebida!, ¿vale?

      —Joder, tío, cómo te lo montas. ¡Estoy flipando! ¡Qué cierto es que todos los tontos tienen suerte!

      —¡Eh! ¡Sin faltar! Esto es la Moraleja, Alcobendas.

      —Venga, va, en media hora o así estamos por allí.

      Mientras tanto, en el salón, Laura se iba poniendo cada vez más roja y más nerviosa. Vicky intentaba calmarla, diciéndole que no iba a pasar nada. Que estuviera tranquila. Que allí nadie iba a hacer nada que no quisiera. Laura se levantó y se fue al aseo a echarse agua en la cara.

      —Elena, ¿tú te acuerdas que mañana salimos de viaje, no? —pregunté.

      —Sí, ¿por? —contestó Elena.

      —¿Cómo que por qué? Son las diez y media de la noche. El vuelo sale a las 8:15 de la mañana. Tenemos a un desconocido en la cocina llamando a sus amigos. Llevamos copas de más...

      —Es mi casa y la que no quiera estar que se largue. Y yo no pongo ninguna pistola en la cabeza para que bebáis. Aquí alguna, y no miro a nadie, no debería estar haciéndolo y no he dicho nada —no dije nada a Elena, me levanté y me largué a la cocina, donde estaba el pizzero, que ya había colgado el teléfono y buscaba en la nevera algo para comer.

      —Las cosas no son así —le dijo Vicky, que era la única que quedaba en el salón—. Laura está fatal, en el baño, y mañana tenemos un vuelo.

      —¡Venga, tía! Nos tomamos unas copas más con estos y luego que se larguen —dijo Elena sin hacer ni caso del drama de Laura, mientras se preparaba otro gin-tonic. Vicky se acercó al baño donde estaba Laura y desde fuera se oían los sollozos.

      —Laura, ¿estás bien? —preguntó Vicky.

      —Sí, ya salgo —dijo Laura mientras se limpiaba los mocos. Se oyó cómo bajaba la tapa del baño y se acercó a la puerta—. Venga, Laura, abre —pidió Vicky.

      —No puedo.

      —Venga va...

      —Que no puedo, que no se abre...

      —Déjate de bromitas, coño...

      —¡Que no, tía! ¡Que no se abre! —Laura comenzó a dar puñetazos a la puerta y gritó— ¡que no se abre, joder!

      —¿Qué pasa? ¿Qué es este escándalo? —preguntó Elena mientras se acercaba al baño.

      —Que no se abre la puerta de tu baño —le contestó Vicky.

      Elena rompió en una carcajada sin fin, derramando un poco de su gin-tonic en la tarima.

      —¡Todo esto es por tu culpa! —dijo Laura, dando una patada a la puerta.

      —¡Eh! ¡Quietita, guapa! Que como la jodas la pagas. Y a mí no me culpes de nada que nadie te ha obligado a venir a mi casa. ¡Remilgada! Que no das un paso sin que tu novio Edu te dé permiso.

      —Y tú eres una zorra egoísta que desde que has visto al pizzero solo has pensado en zumbártelo como a tantos. No piensas en que mañana salimos de viaje, no, solo te dejas guiar por el GPS de tu entrepierna. ¡Egoísta!

      —¡Virgen!

      —¡PUTA! —un silencio sepulcral se hizo en la casa. Laura apoyó su espalda en la puerta y se deslizó hasta quedarse sentada en el suelo del baño—. Lo siento, lo siento, Elena. Solo quiero que pasemos una noche relajada las cuatro. Mañana madrugamos mucho...

      Elena movió la manilla hacia arriba y tiró de la puerta hacia ella. Algún mecanismo se movió por dentro.

      —Si te levantas del suelo ya puedes salir —dijo Elena secamente.

      —La puerta se entreabrió y apareció Laura sofocada, despeinada y con unos chorretones de la máscara de pestañas corriéndole por ambos lados de la cara. Se acercó a Elena, que permanecía inmóvil al lado de la puerta, y la abrazó. Elena al principio se quedó más tiesa que un palo, pero al oír a Laura susurrándole perdón ella también le abrazó y comenzaron las dos a llorar sin consuelo.

      —Te quiero, tía.

      —Y yo a ti.

      —Ale, guapo —le dije al pizzero en la cocina—, largo, aquí la fiesta se ha acabado.

      —¡Pero qué dices, niña! ¡Mis amigos están en camino! ¡Yo de aquí no me muevo!

      —Pues les llamas y les dices lo que te dé la gana, pero tú de aquí te largas ya o llamamos a la policía y les decimos que has intentado pasarte.

      —Eso no se lo cree nadie. Sois cuatro y yo uno —dijo todo digno él.

      —¿Quieres probarme, chato? —dije, chasqueando los dedos como una auténtica choni.

      —¡Estáis locas, tías! ¡Estáis muy locas! Yo me largo de aquí —el pizzero fue corriendo al salón, cogió su cazadora y el casco. Salió de la casa tropezándose con todo por el camino, incluido ese felpudo tan hortera que tiene la madre de Elena en la puerta que pone Wellcome.

      —¡Dios! ¡Estáis muy buenas, pero muy locas! ¡Malditas Evas! —dijo, girándose hacia nosotras mientras iba a por su moto, que había dejado aparcada enfrente de la casa.

      Por fin, cerramos la puerta y rompimos en una carcajada imposible de parar.

      —¿Sabéis lo mejor? —dijo Elena entre risas— ¡Que no le hemos pagado la pizza al filósofo! —continuamos riendo como si no hubiera mañana—. Así que esa noche, con el pedo y tal, se aliviaron tensiones y cenamos gratis.

      Me llevé las manos a la frente, yo ya sabía lo zumbadas que estaban mis amigas, pero lo del pizzero ya me parecía la ostia en verso.

      —¡Aiba, diez! Si soy yo no salís con vida —dije descojonándome.

      —Espera, espera


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