El infiltrado. Marta Querol
vio moverse algo tras una ventana de la casa.
—No os sulfuréis, solo es un crío. Habrá ido a comer algo, me ha parecido verlo allí. —Señaló hacia el ventanuco abierto detrás del herrero—. A esa edad siempre están comiendo.
—No crea, él ya no tanto. Como es… —Se rascó la cabeza y calló unos segundos—. Como está… —Volvió a atascarse—. ¡Ea! Nada, que no come mucho. —Y escupió la ramita que mascaba.
—Imagino que es una carga para la familia. ¿Lleva mucho tiempo con vos?
—Sí, años. Tantos que he perdido la cuenta. A ver, mi padre se nos fue hace seis años… Pues hará siete que está aquí, y antes ya estaba con Ferdinand, el carnicero. Y creo que también con el boticario. No podría deciros.
—No recuerdo quién me comentó que es un muchacho muy fantasioso, que siempre anda inventando historias.
—No lo sabéis bien. No es mal chico —el herrero sonrió, condescendiente—, pero la vida se le truncó muy joven y se ha quedado con ganas de más. Menudo elemento debía de ser. Tendría que oír las pendencias y aventuras que cuenta de su padre. Yo creo que se las inventa. Es lo que a él le gustaría haber vivido, pero ya es tarde para eso. ¡Jonaaas!
La mujer de Sebastian apareció con el chico sujeto por la oreja y los pequeños riendo a su alrededor.
—Ayyy, soltadme, señora Kormick.
—¡Cállate, que no te duele, quejica! ¡En la cocina estaba, echando mano a la fresquera! ¡Si es que no se endereza! Ay, qué harta me tiene. Sebastian, o lo vigilas o lo pongo a fregar los suelos. Y vosotros —se dirigió a los pequeños— ¡todos a dentro! —Los niños obedecieron a regañadientes—. Menudo ejemplo estás dando a mis niños, Jonas. —En medio de su perorata reparó en el forastero—: Disculpe mis modales, Von Tirpen —sin soltar la oreja del muchacho, la mujer hizo una pequeña reverencia—, no sabía que estabais aquí. —Le dio un capón al chico y le recriminó—: Menuda impresión se va a llevar este caballero tan refinado. Sea bienvenido. ¿Qué podemos ofrecerle?
—Buenos días, señora Kormick —le respondió con un caballeroso gesto y una sonrisa amable—. Pasaba por aquí y pensé en recoger un encargo de los Narden. Ya veo que este chiquillo la lleva loca. Hola, Jonas —Tirpen lo miró fijamente, pero el muchacho no levantó la cabeza—. Si queréis —se dirigió al herrero— puedo llevarlo conmigo a casa de los Narden. Seguro que lo ponen a trabajar en la granja, y yo personalmente me comprometo a vigilarlo.
—No, si por falta de faena no es. ¡Es porque este crío es un tarambana! —La señora Kormick le dio otro pescozón y le instó—: ¡Saluda al caballero, hombre, que te olvidas de los modales!
—Bu… Buenos días, caballero —tartamudeó—. Cómo vos por aquí…
—Nada que te importe, sabandija —lo acalló el herrero—. Hale, a trabajar, que ya va siendo hora.
»Vuelva mañana como hemos quedado, señor Tirpen, y cargaremos esos aperos.
—Conforme, Sebastian. Un saludo, Jonas. —Se levantó el sombrero, hizo un leve gesto con la cabeza y comenzó a girar sobre sí mismo para irse, pero no terminó el movimiento y volvió a dirigirse al joven—. Ten cuidado, muchacho, me pareció verte esta mañana temprano saltando de roca en roca, como un carnero. Y un día te vas a hacer daño de verdad.
—¿Yo? Me… me habéis debido de confundir, señor Tirpen, no me he movido de la herrería. Bueno, sí, un rato corto para recoger leña, pero no he salido del bosquecillo de aquí detrás. Sebastian no me permite ir más lejos. De verdad, no he salido de aquí.
—Me habré confundido, entonces. Me alegro, muchacho, porque quien fuera el que saltaba de peña en peña acabará mal, muy mal.
—¿Y qué has hecho con esa leña que te ha llevado toda la mañana traer? Venga, que la forja no espera. Disculpadnos, señor, vuelvo al tajo o mañana no podréis recoger ni un rastrillo.
Tirpen abandonó el lugar algo más tranquilo. Su amenaza no había pasado desapercibida al joven, que, aunque medio vivo, era bastante despierto. El escaso color de su tez se había desvanecido ante sus palabras. Pero, a pesar de ello, regresó a la granja con sensación de fastidio. La mañana había sido provechosa, pero no terminaba de confiar en la discreción de Jonas. No había podido averiguar cuánto había visto ni cuáles eran sus intenciones porque el muchacho, asustado como estaba, no había levantado la cabeza ni un segundo. De momento no parecía que fuera a causarle problemas, pero era un contratiempo, habida cuenta de lo poco que podía hacer él para coaccionarlo. Estaba más muerto que vivo y no parecía sentir dolor, aunque se mostraba asustadizo.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.