El infiltrado. Marta Querol
que no termina de acostumbrarse a nuestro modo de vida. Siempre está renegando y a las mozas nos persigue a todas horas. A mí muchos días me escolta hasta el río para verme lavar la ropa. Los Kormick están teniendo mucha paciencia con él, pero a este paso no se irá nunca.
—Sí, eso parece, aunque aquí ¿quién no es paciente, querida Cinthya? —Ella lo miró unos instantes, complacida, sin percibir el deje de ironía que aderezaba las palabras del caballero—. Me encanta cuando sonreís así. Bergen es un muchacho tan afortunado… —afirmó, taciturno—. Muy a mi pesar, reconozco que es un buen partido para una joven como vos y, además, lo conocéis de toda la vida como me habéis dicho. Eso sí, compadezco vuestros delicados oídos, yo no soportaría pasar la vida junto a la forja de un herrero. Pero imagino que gracias a su pequeña fortuna pronto dejará de afilar cuchillos y os dará la vida que merecéis. Y eso es todo un aliciente.
—¿Fortuna? —Cinthya se detuvo unos instantes, negó con la cabeza y retomó el camino—. Debéis de confundirlo con otro.
—Bueno, estos días he hablado con muchos vecinos del pueblo, me gusta escuchar y, como soy el único que no sabe nada de Arlodia, todos tienen ganas de contarme cosas. —Se encogió de hombros en un gesto de disculpa—. Imagino que es algo que vos ya sabéis y que vuestro padre habrá tenido o tendrá en consideración. Por lo que se comenta, a pesar de su juventud, ha reunido una fortuna considerable para un lugar como este. Me extrañó que fuera sabido por todos, esas cosas son peligrosas, siempre hay amigos de lo ajeno capaces de cualquier barbaridad por hacerse con un buen botín, pero me aclararon que aquí nadie roba. Este pueblo es como
el paraíso.
—Algo así —reconoció, pensativa—. ¿Estáis seguro de lo que afirmáis? —El rostro de la aldeana no mostraba complacencia alguna—. No sabía nada. Y tampoco es tan joven, cumplió veinticuatro años hace poco.
—¿Por qué os entristecéis? No os entiendo, jovencita, es para alegrarse. Seguro que os colma de riquezas. Yo lo haría. —Cambió el barreño de lado dejando una distancia mayor entre ambos—. Pensaba que era del dominio público, pero ya veo que no tanto como creía. Vuestro padre estará al corriente, seguro. Si hasta me explicaron que lo guarda en su casa, en un baúl de roble que probablemente haya fabricado vuestro habilidoso padre.
La muchacha bajó la vista mordiéndose el labio inferior.
—Mi padre, cuando se lo cuente… —En sus ojos verdes apareció un brillo acuoso—. No, no sabe nada, le dijo que apenas podía aportar nada al matrimonio.
—Bueno, se comenta que es un hombre avaro. O eso, o es el típico jovencito fanfarrón, aunque como decís, ya tiene edad de haber madurado.
—¿Avaro? ¿Estáis seguro? Aquí nadie lo es. ¿Para qué iba nadie a acumular riquezas? Todos vivimos felices con lo que tenemos, no necesitamos más, y tampoco habría dónde gastarlo. Ya sabéis que Arlodia…
—… es un pueblo muy aburrido, sí, eso me dicen todos, pero no entiendo por qué este pueblo va a ser diferente al resto del mundo. Además, a mí no me lo está pareciendo. Jonas es todo un misterio, Bergen es un hombre complejo y con más secretos de lo que parece, Gabriela no es la dulce esposa que aparenta y a vos os encuentro muy turbada por mi presencia. ¿O me equivoco?
—Me ponéis nerviosa, sí. Pero porque decís cosas que me desconciertan. Y todo eso que enumeráis no me lo había planteado, tampoco veía así a mis vecinos. Hemos tenido una existencia sin sobresaltos.
—No volváis a repetírmelo o me tiraré al río ―bromeó―. ¿Nunca salís de aquí? ¿No se hacen fiestas ni se construyen casas ni se celebran ferias? Eso no es normal, la vida implica también divertirse, prosperar, desear. De hecho, Manheim es una ciudad muy divertida y tampoco está tan lejos como para que no se conozca aquí que puede vivirse de otra manera.
—No exageréis. Claro que se hacen fiestas y ferias, que os escucho y parece que en lugar de Arlodia estéis hablando de un presidio o un cementerio —protestó, ofendida—. Una vez a la semana salen un par de carretas hacia las ciudades más cercanas. Traen lo necesario, que en realidad es poca cosa. Aquí tenemos de casi todo, nos abastecemos de los campos y bosques de alrededor, hay ganado y las casas son sencillas. Eso es todo. Ah, y los domingos el páter organiza una merienda con baile, en primavera celebramos la fiesta de la cosecha, tenemos un pequeño coro… No somos un pueblo tan raro ni tan aburrido como insinuáis. Simplemente es un sitio tranquilo, pero no exactamente aburrido.
—No pretendía molestaros. Es lo que Narden no para de repetirme, imagino que lo he interiorizado como una verdad inamovible. También él me transmite esa sensación de aburrimiento, de existencia anodina y falta de emoción. Mas, a pesar de lo que decís, y si me lo permitís, poco me parece para una joven tan bonita y alegre como vos. Merecéis vivir en la corte y disfrutar del placer de vestir un paño fino bordado en oro, de bailar en salones decorados con brocados y marfil, de escuchar las más hermosas composiciones musicales. Nunca vi nada tan bello —suspiró sin dejar de mirarla—. No os lo creeréis, pero no puedo evitar imaginaros de mi brazo, entrando en un salón palaciego, vestida con terciopelo y sedas y adornada por los más exquisitos afeites.
Cinthya volvió a sonreír, complacida y nerviosa. A Tirpen no le pasó desapercibido cómo se estremecía cada vez que la miraba y el leve gesto de su mano, como queriendo tomar la de él, que no culminó.
Asomaron las primeras casas del pueblo y la joven echó a correr hacia la suya. Suspiró al traspasar el umbral de su sencilla morada y respirar la seguridad familiar.
—¡Padre, ya estoy aquí! —gritó sacudiéndose el nerviosismo.
—Ya era hora, hija. Has tardado mucho. ¿Y qué ha pasado con la ropa? No la habrás perdido… —El padre la besó en la frente y observó ceñudo cómo Tirpen entraba cargado con la artesa—. Buenos días, caballero. Qué sorpresa veros por aquí.
—Disculpad la intromisión. Me encontré con su hermosa hija en el camino y pensé que la carga era demasiado pesada para una joven tan delicada. —Como Joachim lo miraba con asombro, añadió—: Parecía indispuesta.
—Pues muchas gracias, señor Tirpen. ¿Indispuesta? ¿Mi Cin? —replicó el padre que miró disgustado a su hija—. Está acostumbrada. Se nota que sois un caballero, Von Tirpen, pero mi hija está perdiendo los modales. —Hizo un gesto con la cabeza y la miró con preocupación—. ¿Ha ocurrido algo, Cinthya? Es cierto que estás distinta, te veo alterada.
—No, padre, estoy bien, ha sido una mañana muy calurosa y me he mareado un poco, pero eso es todo. Nos hemos encontrado por casualidad y el caballero ha tenido a bien ayudarme. —Le dedicó una pequeña reverencia de agradecimiento y recuperó el barreño.
—Pues muchas gracias, señor. Espero que no le haya aburrido con su perorata. Cuando empieza a hablar, no para.
—¡Padre! Qué va a pensar de mí Von Tirpen.
—En absoluto. Es más, me pareció una joven muy callada y prudente. Además, apenas ha tenido tiempo. Solo ha sido una pequeña ayuda.
—Me alegro, al menos conserva parte de los modales que su madre le ha enseñado.
—En realidad ha sido él quien me ha contado algunas cosas muy interesantes…
Joachim percibió la alteración de su hija.
—¿Quieres un poco de agua, Cin? Siéntate y me cuentas eso tan interesante que veníais hablando. —La joven miró de soslayo al forastero y su padre cambió de tema con gesto confundido—. Acaban de sacar pan del horno y tenemos leche recién ordeñada. No hay otra tahona como la nuestra en todo el pueblo. ¿Habéis desayunado, señor Tirpen?
—No, salí temprano, pero, aunque se lo agradezco, debo marcharme, aún me quedan cosas por hacer. Quedé con el señor Narden en echarle una mano en el granero y mi paseo se ha prolongado demasiado.
—Buena cosa es que le esté ayudando con la granja al bueno de Narden. Vaya con Dios.
Capítulo