El infiltrado. Marta Querol

El infiltrado - Marta Querol


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tenido motivo para sentir ese escozor que ahora irritaba su ánimo. El silencio apretaba como un corsé demasiado ceñido y a los pocos minutos no pudo aguantar más sin satisfacer su curiosidad.

      —¿Y qué impresión os dio? ¿Por qué pensáis que lo dijo?

      Tirpen no respondió de inmediato, la miró unos segundos y comenzó reflexivo, titubeante, buscando las palabras adecuadas:

      —Bueno, el marido de Gabriela me pareció que le doblaba la edad, ¿es así? Es un hombre fuerte, pero me pareció un anciano a su lado y puede que —dudó unos segundos—, no sé cómo decirlo sin resultar ofensivo… Esto no debe hablarse con una doncella. Disculpad.

      —No digáis tonterías. Me he criado entre chicos —Cinthya se irguió y mostró una seguridad que no sentía—, no me escandalizo fácilmente.

      Ante ellos se extendía como un abanico de cristal el remanso del río donde habitualmente lavaban la ropa las mujeres

      de Arlodia.

      —Puede que su marido no la cuide como merece, ¿comprendéis? Me pareció que buscaba calor. Calor… marital. Al descartar al resto de muchachas entendía que se me ofrecía de alguna forma. Gabriela está en la flor de la vida, como vos.

      La cara de Cinthya se contrajo, pasando del estupor inicial a un franco disgusto. Habían llegado al río. La muchacha se arrodilló en la orilla y comenzó a frotar las piezas de ropa con energía mientras su porteador, sentado sobre una piedra, observaba el duro quehacer.

      —Para vuestra información, Albert es un hombre apuesto y solo se lleva con Gabriela quince años. Ella es mayor de lo que pensáis. Es mayor que yo. Pero tenéis razón, prefiero no escuchar estas cosas —cortó ella al fin, airada—. ¿Cómo osáis insinuar esto?

      —No insinúo nada. Os cuento, tal y como me habéis insistido, mi impresión fundamentada. Me habéis obligado vos. Me resulta imposible oponerme a nada que me pidáis. —Alzó las palmas para reflejar lo irremediable de sus actos—. ¿O no me habéis insistido en que os lo contara? Solo he satisfecho vuestra curiosidad.

      —Me cuesta creer lo que me decís. —Con el ceño fruncido y un mohín de desagrado retornó al apaleado de las prendas, en un esfuerzo por mostrarse inmune a sus halagos—. Nunca escuché a Gabriela decir nada así… Albert es un buen hombre y más joven y fuerte de lo que podáis pensar. Una bendición para cualquier muchacha de este pueblo. La trata como a una princesa y ellos se adoran.

      —Por supuesto. No me entendáis mal. El señor Narden me pareció un hombre atento y generoso, y Gabriela no osó decir nada en su contra. Es solo… —Tirpen reflexionó unos segundos—. Me pareció un comentario raro y, al ver cómo me miraba… Pensé que se sentía sola y necesitaba atención. —Volvió a hacer una pausa hasta que ella alzó los ojos—. Me resultó muy incómodo, creedme. No le hice caso, por supuesto, soy un caballero. Ni Gabriela añadió nada más. Tal vez solo fuera impresión mía, aunque, a mis años y con lo que he viajado, no suelo equivocarme. Además, no la juzguéis con severidad, es algo natural. Dios nos ha hecho criaturas apasionadas y es normal buscar la forma de dar salida a los instintos. Es nuestra naturaleza. Y eso no empaña el amor y el respeto que pueda sentir por él. El cuerpo y el alma no siempre siguen el mismo camino.

      —¿Cómo? —Cinthya había dejado de apalear la ropa.

      —No me miréis con esa cara de horror. Esto no son cosas para hablar con una jovencita, son temas profundos y complicados que nos darían para muchas horas de reflexión. Pero ya que hemos llegado a este punto, intentaré al menos explicarme para no dejaros con esa expresión de horror. Vos, que sois un alma buena y piadosa, ¿creéis que Dios es un puñetero?

      —¡Von Tirpen!

      —Perdonad mi lenguaje, pero es necesario para hacerme entender y habéis afirmado que estáis acostumbrada a la rudeza masculina. ¿Cierto? —Le guiñó un ojo—. Reflexionad un momento: ¿nos regalaría Dios el privilegio de poder disfrutar de la pasión, para luego castigarnos si cedemos a ese don? ¿Nos habría creado un cuerpo capaz de reaccionar al más mínimo roce si no fuera para nuestro disfrute? Hasta los animales gozan cuando quieren, cuando sienten esa llamada. ¿Nunca habéis visto a una pareja de gorrinos o terneras aparearse? ¿Os parece escandaloso o pecaminoso? —La joven, con los ojos muy abiertos, asintió de forma casi imperceptible ante la primera afirmación y negó tras la segunda—. A los humamos nos educan en la represión y el control porque no todos saben hacer buen uso de sus instintos y así se evitan problemas de convivencia. Pero nosotros no somos menos que otras criaturas del Señor y, teniendo un alma buena, podemos hacer uso de todos los dones que nuestra condición nos regala.

      —Lo que decís es una barbaridad. No somos animales, por eso controlamos nuestros instintos.

      —No, querida Cinthya, estamos muy por encima de ellos y, sin embargo, nos privamos de lo más natural y maravilloso de la existencia.

      —No sé qué opinaría el páter Cósimo de semejantes teorías. ¿Habéis hablado con él de esto?

      —No he tenido el gusto de conocerlo, pero seguro que en el fondo piensa igual que yo, aunque por su condición pastoral no pueda expresarlo. Daría lugar a situaciones a las que no están acostumbrados en este punto idílico del mapa. Es su forma de controlar a los parroquianos. O mejor, a las parroquianas.

      Cinthya, desconcertada, regresó al jabón y a la colada bajo la atenta mirada de Tirpen. La insinuación del caballero sobre las intenciones de su amiga le había parecido ofensiva, y el razonamiento sobre los apetitos, indecente. Sin embargo, a la vez lo sentía cierto, de una lógica irrefutable. ¿Por qué los animales, inferiores a los humanos, podían gozar de placeres restringidos para estos?

      En uno de los impetuosos movimientos con que apaleaba la ropa, a la joven se le venció el pañuelo que recogía el cabello cobrizo y su acompañante se levantó presto a colocárselo y evitar así que lo hiciera ella con las manos mojadas.

      La miró otra vez a los ojos con esa intensidad inexplicable, a muy poca distancia.

      —Os aseguro que ahora soy yo quien tiene que recordar que soy un caballero para controlar lo que vuestra belleza despierta en mí —le susurró—. Hacía mucho que no me sentía así. Tampoco había conocido una belleza tan terrenal, tan viva, tan natural… Tenéis la piel como los pétalos de rosa. Me nubláis el entendimiento, por eso he cometido esta indiscreción. No me lo tengáis en cuenta, os aseguro que en plenitud de facultades soy un hombre discreto. —Resopló, sin dejar de mirarla—. Qué difícil se me hace teneros tan cerca, tan hermosa, y no besaros.

      Cinthya sintió un escalofrío ante la mirada invasiva de Frederick. Sus manos temblorosas arreglaron con coquetería el pañuelo que acababa de enderezarle Tirpen, recogió las prendas ya lavadas como pudo y las introdujo de nuevo en el barreño que su acompañante se aprestó a llevar.

      —No os burléis de mí. —A pesar de esta afirmación, la joven sonreía y se mordisqueaba una uña—. Soy una aldeana, pero no soy tonta. No tardaréis en marchar de Arlodia, estáis de paso, y seguro que os esperan importantes asuntos en vuestro destino y alguna joven hermosa con la que satisfacer esas pasiones animales de las que habláis con tanto descaro. Aunque se supone que lo que anheláis es desposar una joven virtuosa. A ver si os aclaráis.

      —Touché. Una cosa no está reñida con la otra. Y no me burlo. ¿Cómo podéis pensar eso? —Bajó la cabeza, consternado—. Me duele que tengáis tan mala opinión de mí, aunque me lo merezco por insensato y bocazas. Ya me lo decía mi difunta esposa.

      —¡No, por Dios! —se excusó Cinthya de inmediato—. No he querido decir eso.

      —Lo cierto es que llevo demasiado tiempo viajando, desde que mi esposa murió —de sus labios escapó un suspiro de pesar—, y algún día tendré que formar una familia. Me temo que tanto tratar con mayorales, capataces, señores y comerciantes, sin recalar en un hogar cálido tocado por la dulzura y la templanza femenina, me está convirtiendo en un hombre rudo y falto de modales. Vivir como un nómada es la mejor manera que he encontrado para


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