Innombrables. Maite Mentxaka
mi juicio otro de los ingredientes, la falta de valoración, lo que puso a Erik a merced del adulador al que no nombro. A merced del innombrable.
Como decía, visitamos Sibiu después de haber atravesado pequeños pueblos cuya arquitectura popular parecía más propia de Alemania que de otras regiones de Rumanía. Visitamos iglesias fortaleza y vimos a habitantes de esas ciudades y pueblos que podían ser descendientes directos de aquellas primeras poblaciones alemanas y aún hablaban alemán. Sus nombres y apellidos alemanes daban a entender que las mezclas con los autóctonos no se habían producido.
El nombre Erik era bandera de genética bien valorada. Bien valorada sobre todo por quienes la portaban en aquellos pueblos de Transilvania. Y allí se encargaban de enarbolar la bandera alemana a pesar de pertenecer a otro país. Orgullo patrio plasmado en una tela de varios colores, su bandera aún mantenida, eso es aún valorado en un país al que no representa.
Las banderas y los nombres. Los nombres nos califican, tienen una vida propia más amplia que su significado. El nombre no tiene forma ni color como la bandera ni tan siquiera tiene sentido si no se lo han dado antes porque qué serían la palabras si no las hubiéramos cubierto de significados. Erik era solo un nombre pero llevándolo mi amigo era sinónimo de placidez y confianza.
17 de julio de 2013 cuatro años después de la noche de autos
Recupero secuencias vividas 4 años antes, sobre la noche sin otras sombras que las que producen las montañas de los Cárpatos al salir de Sibiu. Su perfil sostiene ese cielo con una línea oscilante porque aletea la luna llena sobre los picos cubiertos de nieves perennes. La luna plena pero el cielo aún color cielo, tras la puesta de sol rojiza aún sin imponerse la oscuridad que no logrará esta noche imponerse porque la luna la rechaza. En las laderas apenas se ve alguna luz, solo alguna que otra casa perdida o pequeñas granjas. Casi todos los pueblos se extienden a los lados de la carretera del sur, la que nos conduce hacia Hungría.
Julio de 2009 cuatro meses después de la noche de autos
Después de la noche de autos un 25 de febrero de 2009, supe hasta donde una sombra puede utilizar disfraces sin crear alarmas. Así era, es, el camaleón, tenía, tiene, capacidad para modificar su rostro y gestos, para adaptarlos al objetivo, para camuflarse y adquirir personalidades diferentes. Solo una excepción, cuando sabía que el objetivo ya no estaba a su alcance, cuando alguien descubría sus intenciones y se convertía en adversario o adversaria y le presentaba obstáculos que inhabilitaban su estrategia o cuando le desenmascaraban, entonces era sombra, entonces sus ojos se congelaban, se zafaba de los requerimientos, y si huía lo hacía con sigilo, sin alarmar. Sus pasos eran como leves coletazos de tiburón. Si debía permanecer frente al adversario, su mirada era ausente, dirigida al adversario pero ausente. Era este en los únicos momentos que sostenía la mirada y se sentía su mirada aunque estaba posada en algún sitio indeterminado, era una mirada inexistente. Cómo una mirada puede estar tan ausente, cómo puede hacerte sentir un escalofrío. Es un momento terrorífico. La adversaria enfrentada y desenmascarándole, la que desea huir aunque no consigue movere. Quizá como ante la amenaza del tiburón cuando te roza pero pasa de largo y sabes que volverá. Seres como él no matan, su amenaza no es física es mucho más aterradora, el roce es imperceptible aunque te desangra, agradecerías una agresión de frente, una dentellada como la del tiburón, clara. El tiburón antes de atacar gira a tu alrededor o pasa a tu lado y sabes que volverá, su potente figura se desliza e intuyes que va a volver y quizá entonces sentirás su dentellada. Deseas ya acabar, la incertidumbre comprime tu respiración y el terror a lo esperado supera al dolor del desgarro. Cuando él es descubierto su temple y su serenidad son estremecedoras, ya no actúa, es él en estado puro, sereno, imperturbable, así mientras sus ojos se descubren vacíos de humanidad y la cólera contenida se almacena en un frunce ligero entre sus ojos. Gesto como de ligera disconformidad. Ninguna expresión más.
Era, es, un ser inasible. Ajeno a todo ardor nunca discutía, no me gustan los conflictos decía y se refugiaba en su sombra pertrechando sistemas de huida o de camuflaje, expulsando tras de sí una estela de tinta, como el calamar, borrando con ella todas las huellas de su fechoría. Resucitaba a la vida al cabo de un tiempo, largo o corto dependiendo de la fechoría y las persecuciones. Para lograr ese renacer se hacía asesorar por buenos piratas de lo jurídico, incondicionales con él porque le suponían víctima inocente. El camuflaje con los abogados que utilizaba era aún más perfecto, lloraba ante ellos, me han engañado, decía, soy un confiado. Tenía tan ensayado el papel de víctima que resultaba creíble y con su insolvencia salía de todas las estafas sin más condena que permanecer insolvente de nuevo. Yo le conocí ya así y el recital fue el mismo, le habían engañado. Una vez borradas las huellas de la última estafa se ponía en ruta hasta olfatear otras posibles piezas y ponerse en la posición correcta para acceder a sus carótidas.
Es la sombra según sesudas opiniones. Parece que ella representa la parte oscura en cualquier persona. Es nuestra parte inconfesable. Lo que no sé es cómo podemos formar una sombra que no deseamos reconocer y nos persigue o precede o superpone y además representa bajos instintos, lo voraz, lo rastrero. Bajo la cintura están los bajos instintos, lo digo con interrogante, y huyo del sentido literal de bajos y de instintos. Si es así, los altos estarían situados sobre la cintura, lo digo también con interrogante. Si la cintura es aquello que nos permite movernos bien entre los pasillos sociales, es posible que bajo ella se alojen los que se sitúan bien en esos pasillos sociales atisbando bajos objetivos. Tiene cintura, decimos, y queremos decir que se desenvuelve bien en esos pasillos. Así era el innombrable, de apariencia humana con cintura y de esencia inhumana que movía su cintura con agilidad para satisfacer su voracidad rastrera. Todos tenemos nuestra sombra, nuestro lado oscuro. La diferencia con el no nombrado, el innombrable repito, es que él es solo sombra, la maquinación, esa que se elabora y desliza con sigilo sin delatar nada mientras se fragua. Descripción que representa el trabajo de alta precisión del husillo a bolas. Y al innombrable. Él maquinaba. La sombra que pertenece a los innombrables es la del maligno. Los eclesiásticos nos han vendido como maligna la figura expresionista del demonio. Un expresionismo de la maldad, como un icono más propio del cómic. La maldad es la armonía misma, la orquestación bien armonizada capaz de hechizarnos como el pungi hipnotiza a la cobra. De ella, de la maldad, provienen los terrores que nos han vendido. El demonio es la otra cara de dios, la necesaria bondad debe tener su oponente para ser creíble, la maldad. Y en el caso de dios hay más valor añadido en la creación del personaje oponente, el demonio, a él se le culpa de todo lo que se supone a dios no le sale, o le ha salido, bien, y además el demonio es el castigo, la tortura que nos espera de por siglos si hacemos lo que a ese dios justo y bonancible le ha salido mal durante el proceso de la creación del mundo y de nosotros mismos. Es perfecto el binomio del affaire montado para hacernos rebaño, ese mismo que tanto le gusta representar a la Iglesia y a sus santos pastores. Así era el innombrable, la cara de dios y el demonio alternándose. Él había estudiado ambas, era un ex dominico. Era de esos monjes cuya orden religiosa gestionó la Inquisición, bien instruidos en el castigo y bien aleccionados para aparentar. El innombrable fue un buen alumno.
El terror por lo desconocido es el más intenso, de ahí la creación de cielos, de eternidades con sus dioses y demonios. Tememos la muerte, ese qué será de nosotros después, ese interrogante maléfico que ha creado, ha generado, una inexistencia necesaria. Yo pude sentir ese terror varias veces, era desconcierto ante reacciones desconocidas, temor a su significado. Eso fue antes de dispararse mis alarmas. Mi interrogante era un qué, qué había detrás de ese sujeto que paseaba un rostro de bondad y minutos más tarde mostraba su desafección total ante dolores próximos. Crecía mi terror ante la mudanza de su rostro y la falta de fondo en su mirada, no había mirada, solo ojos dirigidos al objetivo a dañar. Cómo identificarlo, cómo saber si lo tenemos al lado. Repito que ese tramo hasta la identificación es similar al paso del tiburón que te roza aunque no te ataca y después vuelve a pasar y vuelve. Te mantiene en una inquietud terrorífica. Esa angustia se alojó en mi mucho antes de saltar todas las alarmas certificando el diagnóstico. Solo si llegamos a vislumbrar su sombra, esta se nos muestra de forma intermitente, y se muestra siempre. Si seguimos sus maquinaciones encontraremos su sombra. Esa sombra que jamás es colérica ni ataca de frente, no se exalta por defender una opinión o una idea, jamás, no se desgasta, toda su energía se conduce