Innombrables. Maite Mentxaka
nada vibra, dirige su mirada hacia la tuya y permanece gélida, inalterable. Solo posa la mirada cuando es sombra, cuando enfrente tiene a la persona que lo ha desenmascarado. Solo cuando está perdido. Nunca posará la mirada sobre otra persona cuando desea mostrarse humano, entonces su mirada se torna nómada y nunca se detiene sobre otra. Entonces, aunque su rostro se encienda con expresiones de amor o se contraigo ante la pérdida de un ser querido, nunca deja reposar su mirada sobre la tuya. La mirada es el punto más expuesto para un camaleón. El fingimiento le agota y teme ser descubierto a pesar de sus excelentes interpretaciones. No existe un actor o actriz que haya ensayado con tanta intensidad y durante toda su vida un papel como era, es aún, el caso del innombrable, toda la vida de ensayo para un mismo papel con ligeras variaciones te convierte en un excelente actor a pesar de la continua improvisación. Solo esta, la improvisación le traicionaba a veces, no reaccionaba con mesura acorde a lo percibido, podía resultar un poco histriónico.
Marzo 2006 tres años antes de la noche de autos
Aseguro que aún sin matar directamente, un innombrable es capaz de conducirte hacia la muerte voluntaria. No deja pruebas. Hace algún tiempo, aunque lo percibo como reciente, tuve la infortunada oportunidad de conocer al innombrable. Un día, en un encuentro fortuito, él estaba con varios fabricantes de esas cosas que nunca he podido situar en su escenario correcto a pesar de mi interés por hacerlo. Escuché con atención las explicaciones de un ingeniero sobre los husillos a bolas y su utilidad. Podría aplicar lo que ese ingeniero decía al personaje sin nombre. Podría, aunque sea con torpeza, decir que el escenario seductor del innombrable se asociaba al trabajo de aquellos elementos. La fricción de estos husillos no se realiza por desplazamiento sino por rodamiento y parece ser esta la razón que posibilita un rozamiento inferior y también un menor desgaste. Sin sentirse apenas su movimiento hace un trabajo de alta precisión. Un husillo a bolas o una rectificadora deben ser frías, trabajan con metales, dándoles forma y sin arrojar virutas. Algo así debe ser, pensé alguna vez, cuando veía trabajar al innombrable con su presa. Movimientos mecánicos humanizados por su exagerada gesticulación siempre en pose de derrota y su rostro a veces irónico, a veces inocente. Solo a pieza perdida o cuando su trama era descubierta su mirada se congelaba y su expresión se tornaba hierática. Alta precisión en el objetivo y fricción mínima.
Mínima fricción, no te das cuenta, no te deja lugar para la rebelión o la protesta porque no es una agresión aparente, va exprimiéndote hasta que te ha dejado sin sangre. Pálido, así vi a mi amigo meses antes de que muriera de esa muerte voluntaria inducida.
En otras situaciones, cuando no existía el objetivo ni el plan, la presencia del innombrable era como esa habitación de un hotel desprovista de detalles, en la que sientes frío a pesar de que el termostato jura que estás a 22 grados. Solo la presencia insonora de algunas manchas en las paredes y suelo denuncian que alguien, alguna vez, se ha alojado en esa habitación. Hotel de fachada sin otro perfil que los dibujados por los bastidores de aluminio de sus ventanas y habitación sin más vistas que las ventanas del hotel de enfrente a no más de diez metros, un baño mínimo de elementos insípidos, más que bien usados, y una puerta en madera de pino vieja que no antigua para salir o entrar, como en todos los hoteles básicos, que conduce a un pasillo atravesado por una alfombrilla extendida a todo lo largo, en la que en su día hubo pelo y ahora se adivina solo la trama y urdimbre sobre la que se armaron los hilados. Las humedades han dibujado sobre ella unas aureolas justo perceptibles cuando las lámparas, no más de dos, se balancean tras el paso de algún vehículo pesado por la estrecha calle.
Así era él, el innombrable, como esa habitación del hotel básico. Su apariencia en estado de búsqueda y captura de objetivo era muy otra. Como su casa. La descripción que se podría hacer de su casa sería rica en detalles de fino paladar, en la decoración se reflejaba todo lo que él deseaba aparentar. Repleta de objetos que se esforzaban por mostrar un exquisito gusto aunque su distribución obedeciera más a un escenario que al amor por la estética. Tenía una lujosa encuadernación de la enciclopedia de Diderot y D’Alembert, se entiende que en facsímil. También diversos cuadritos de pintores inidentificables, cuadros originales de esos que puede decirse, se encontraban por ahí, los que supongo provenían de algún mercado de ladrones aficionados. Además sus paredes exponían con descaro pequeños retablos o partes de ellos de valor equis, estolas bordadas en oro o doradas sin duda provenientes de redes de robo sacro en directa sin pasar por mercados negros. Incluso algún remate de friso en marquetería, siempre partes, nada completo. Contraventanas mínimas en madera antigua de estilo rústico y objetos como incensarios y lámparas candil. Creo que pregunté alguna vez de dónde salía todo aquello. Comprado en mercadillos de anticuarios, me dijo. Nada sospeché entonces, ahora tengo todas las sospechas sobre su procedencia.
5 de abril 2007 dos años antes de la noche de autos
Asistí a escenas escalofriantes con el ser que no nombro y tras ellas se paralizaba mi juicio respecto a lo que ahora identifico como inicuo y sin embargo entonces me abría un interrogante que quedaba suspendido, sin cerrarse. Esas escenas tomaron tierra poco a poco conforme iban acumulándose. Acumuladas eran detectables, ahora la asociación entre ellas es inmediata, mientras suceden en situaciones donde la tensión o la proximidad nos pueden condicionar el juicio es difícil identificarlo, tanto que el camaleón es llamado así por su camuflaje. Un perfil malvado no da la cara, solo es un perfil.
Una vez vi llorar al innombrable en un entierro, el de su hermana, había mucha gente del pueblo y ante ese público lloraba. Yo estaba con él cuando su cuñado se la comunicó y entonces no lloró. Era una muerte ya esperada pero terrible por el tiempo de sufrimiento y por la juventud de esa mujer. El camaleón no se disfrazó cuando recibió la noticia por teléfono, no arrojó una lágrima, no le vi apenado, siguió con lo que estaba haciendo. Éramos solo dos personas las que estábamos a su lado y no había suficiente quórum para hacer el esfuerzo de mostrarse afectado. Yo estuve en el funeral y, repito, fue entonces, rodeado de público, cuando lloró con amargura, el llanto era visible pero no cierto, se veían las lágrimas y hasta algún desgarro sonoro que él enfatizaba mostrando un esfuerzo, inexistente, por contenerlo. Este era su problema, el control en la expresión de los sentimientos no sentidos.
Octubre 2008 un año antes de la noche de autos
Asistí un día a un encuentro con su tía que salía del hospital tras conocer la noticia de la muerte de su hijo. El rostro del ser no nombrado se transformó, incluso el color de su cara se tornó pálido y se lanzó sobre ella en un abrazo mientras le dirigía mil condolencias al uso. Una vez se separaron y ya solo conmigo su color retornó a la normalidad y sus ojos se movían saltarines, entonces comenzó a escupir apelativos sobre como era su primo, un donnadie que se creía algo, decía. Llamó también episodio a su muerte en el funeral que siguió. Él mismo me lo dijo riendo, he metido la pata porque todos me miraron extrañados. Alguien repitió con extrañeza la palabra episodio, interrogándole, has dicho episodio o he oído mal, repito que a modo de interrogación. Siguió con una crítica al que también era su primo y hermano del fallecido y remató, yo no sé qué encuentran en la palabra episodio, es la ideal para describir una muerte acontecida de repente. A veces perdía el papel ensayado y se le escapaban dichos que no encajaban en una situación de verdadero dolor, como la muerte por accidente de una persona cuya familia se mostraba deshecha. Era el desierto de la empatía, y aunque un gran actor en ocasiones, como digo, perdía a veces los papeles del guión y se perdía. Ese continuo esfuerzo por escenificar lo no sentido le fatigaba, y mucho más si no tenía ningún objetivo interesante a la vista que compensara su esfuerzo. Ante eventos cuya actuación viene muy marcada por la costumbre social su tristura o alegría respondía a la perfección, más difícil cuando se presentaba lo inesperado, el dolor indescriptible que abate y para el que no existe bálsamo. Ante él era impotente, no transmitía más que lo correcto y alguna escenificación sobreactuada de dolor cuando era tan cercano que le exigía mostrarse dolorido. Como lo fue la muerte de su hermana.
25 de febrero de 2009 noche de autos
La noche del 25 de febrero de 2009 es la que yo he denominado noche de autos. Erik fue mi amigo durante unos años. Y diré repetidas veces que dejó de serlo porque murió. Murió conducido por alguien sin nombre, uno de los que se mofaba de la manifestación de Erik con lo de su origen