Innombrables. Maite Mentxaka

Innombrables - Maite Mentxaka


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también en silencio y con una sonrisa amplia. En esos dos segundos pude registrar una expectación tensa en el innombrable, ansiedad en su rostro a la espera, olfateando. Al fin yo dije, heredero de qué, de quién. Y su sonrisa amplia se recogió para plegar los labios con satisfacción y preparar su entrada que, como sabíamos, en él requería tiempo. El innombrable no retiraba su mirada pétrea de Erik. La mirada del cazador depredador. Siguió Erik, soy el heredero único de mi tía y volvió a mostrar una amplia sonrisa. Pasaron dos segundos más o tres hasta que otro amigo le dijo, te refieres a tu tía la de Premiá de la que hablas tanto. Era la única tía de Eric, hermana de su madre, no existía ninguna relación con dos hermanas de su padre mucho mayores que él y que quizá habían muerto. Su padre nunca mostró interés por ellas. El caso es que la única tía que podía dejarle una herencia era la hermana de su madre, de la que hablaba, dentro de la parquedad de Eric, a menudo porque durante su juventud pasaba parte del verano en su hotelito de Premiá. Era el sobrino que la tía adoraba. Erik y sus hermanos y su madre y su tía y los padres de ellas, todos eran de Tarrasa. Aunque a Erik le gustase repetir que los de su padre, los antepasados, eran alemanes de origen, lo que a veces hacía si no reír sí sonreír a sus amigos, a los de verdad, nunca como mofa sino como respuesta a lo gracioso que resultaba con ese acento catalán bien marcado manifestar un origen alemán. Cuando se lo decíamos el propio Erik sonreía.

      No conocí a su tía ni a sus padres y tampoco a los hermanos de Erik, mientras él vivió. Por esta razón no pude ponerme en contacto con ellos cuando sospeché que era una pieza a cazar para el innombrable. Me pregunto ahora qué les hubiera dicho si no me conocían, hubieran encontrado muy extraña mi intervención. De sus hermanos solo sabía que existían y eran dos, no me hablaba mucho de ellos antes del asedio del innombrable y nada después. Alguna vez le pregunté y se cerró, no quise insistir. Era posible que Erik se sintiera solo, era posible también que sus hermanos no le valoraran. Y después, sin duda, los dejó de ver cuando recibió como único heredero la herencia de su tía. Me lo dijo en uno de aquellos días después de comunicarnos a todos la noticia. Mis hermanos han dejado de hablarme porque no les he dado parte de la herencia, me confesó. No contesté, me extrañó pero no sabía qué decirle, lo que temía, aunque aún sin motivo, era que el depredador y sus manejos, viendo como reptaba para aproximarse a Erik, pudieran ser la causa de la ruptura con ellos. Erik siguió, no sé si tendría que repartir con ellos. Yo tampoco lo sabía. Más tarde supe que el innombrable había hecho su labor al conseguir que Erik acudiese a unos cursos de técnicas de impresión. Intuí que solo para coincidir con él. Yo preparaba ya mi artillería para hacer ver a Erik que podían manipularle al haber cambiado su situación, la económica, le dije. Lo que no intuí es que era el camino previo para deslizarse el camaleón y entrar en la madriguera del heredero. Aún no habían sonado todas mis alarmas.

      Un discreto hotelito junto al mar era el principal patrimonio heredado, un hotelito que conservaba una buena clientela, no más de diez habitaciones, servicio personal, lo que puede llamarse un hotelito bien y de confianza. Llegó también junto al discreto hotel un apartamento y algunos ahorros. Erik no me dijo a cuánto ascendían, solo que su tía llegó a ahorrar y que una parte de ese dinero le daría a su madre. Después de la muerte de su padre, la madre de Erik se quedó con una pensión escasa porque su marido no había cotizado todos los años. Nunca aprobó su tía al hombre que se casó con su hermana, el padre de mi amigo, y no porque cacareara una genética superior proveniente de sus ancestros, no era por eso, aunque no le faltaron motivos cuando un día su cuñado se refirió, delante de Erik y su tía, a la torpeza de su hijo y que ella debía venir de la rama catalana. Solo le molestó que lo dijera delante de su sobrino. Por lo demás eran afirmaciones estériles de un hombre sin nada que ofrecer excepto su aspecto y comportamiento rudos. La tía odiaba a los hombres brutos. Decidió que sería soltera desde que cumplió veinte años y así fue. El hotel era pequeño pero coqueto y la señora un encanto para la clientela, eso sí, una clientela refinada. Era una mujer que adoraba a su sobrino y lo llevaba al hotel durante las vacaciones cuando alcanzó una edad en la que podía ganarse un dinero haciendo los recados. La escasa iniciativa de Erik unida a su lentitud podía paralizar la recogida o entrega de sábanas a la lavandería, su cometido, todas esas cosas que en un hotel deben responder al minuto, pero su buena voluntad compensaba sus errores y ponía de su lado a los empleados más avezados que cuando le veían con titubeos le orientaban. La herencia completa fue a parar a sus manos. La muerte de su tía se la comunicó su madre, a su madre le llamó la señora que era la empleada de confianza de su tía, segunda en la organización. La tía había fallecido aquella noche y sin darse cuenta, infarto fulminante. La mujer lloraba y apenas le salían las palabras, la madre de Erik también lloraba cuando llamó a su hijo. Todos lloraron en el funeral, familia y empleados y la enterraron luego en la tumba familiar de Tarrasa cuya lápida estaba encabezada por los abuelos de Erik por parte de su madre. No reposaría allí Erik porque su padre había ordenado que se enterrase a toda la familia en la otra tumba, la de sus padres, encabezada por un apellido alemán sin nombre que no representaba a nadie. Erik dijo una vez que los Keller eran ancestros porque así lo decía su padre, me extrañó que el padre de mi amigo supiera el significado de ancestros. Yo no le dije nada. En esa tumba figuraría poco tiempo más tarde el nombre de Erik con su edad de nacimiento y muerte, a los 46 años.

      La noche de autos, al comunicarnos Erik la noticia de su herencia no pudo evitar el enrojecimiento de sus ojos al referirse a la muerte de su tía y al gran cariño que le dio. Él la adoraba también. Todos le consolamos. Los mismos que después lloraríamos su muerte. Excepto el innombrable, su conductor, que estuvo emotivo al darle la condolencia y representó una inmejorable puesta en escena de sentimientos no sentidos ante la sincera tristeza de Erik por la pérdida de su tía. Ninguna sospecha por parte del auditorio por su representación. Nada más lejos del camaleón que el sentimiento por la pérdida de nadie. De inmediato quedó mudo, lo que se recibió como verdadera comunión con el dolor de mi amigo, solo se concedía el tiempo necesario ante la situación y mientras elaboraba su puesta en marcha para el ataque. Yo comencé a sospechar, una ráfaga de sospecha me produjo un escalofrío ante el oteo a distancia y el deslizamiento sigiloso del depredador antes de alcanzar la presa. Él continuó en silencio, discreta sonrisa y distancia necesaria para hacer ver que compartía la pena de mi amigo y sin duda para valorar los puntos frágiles de la pieza.

      25 de febrero de 2009 noche de autos

      Una vez comunicada la noticia de la herencia de Erik siguieron las preguntas por parte de todos sobre el qué iba a hacer, sin darnos cuenta de la dificultad de Erik para expresarse y sobre todo de su lentitud para decidir. Nos fuimos en directa a ese, qué vas a hacer, con enfatizada interrogación, cuando Erik apenas había podido reconocerse en su nueva situación. Ahora dejarás tu trabajo, alguien dijo. Dubitativo primero y afirmativo después, nos sorprendió su pronta decisión al confesar que no continuaría en su trabajo. Lo segundo que nos transmitió fue la opinión de su madre, vender el hotel, su padre no tenía opinión porque había muerto. Nos miramos. Erik nos invitó a servirnos lo que deseáramos y lo primero que hicimos fue llenar nuestras copas para hacer un brindis por la buena estrella que había tocado a nuestro Erik. Comenzamos a picotear deshaciendo el hermoso mural que componían los pintxos y los patés. Nos alegrábamos de verdad aunque mi alegría se entrecruzaba con mi tensa vigilancia al innombrable y a su mirada en especial tierna, en mi opinión demasiado tierna. Seguía manteniéndose discreto. Después de unos treinta o cuarenta minutos con la misma mirada tierna y algún gag se sintió bien posicionado para interrogar a Erik y le dijo, si dejas el trabajo no pensarás meterte en complicaciones llevado un hotel que requiere veinticuatro horas de trabajo. Entonces Erik volvió a repetir los consejos de su madre, que por primera vez en la vida provenían de ella misma al estar muerto su marido. Aunque sus opiniones y consejos provenían también de las dudas sobre la capacidad de su hijo, quizá antes emitidas y ahora instaladas en ella por ese marido, para dirigir un negocio por montado que estuviera ya.

      El depredador recogió de nuevo sus garras y entró en reposo durante unos minutos. Volvería a escena de forma intermitente. Sus ojos vibraban al dirigirse a los invitados con sus golpes de humor, por lo general ingeniosos. Todos reían sus gracias. Para quienes no le habían escuchado a menudo resultaba, debo reconocerlo, ingenioso. De forma también intermitente adulaba a Erik y agradecía su bello gesto al hacernos partícipes


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