La voz del corazón. Javier Revuelta Blanco

La voz del corazón - Javier Revuelta Blanco


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a pensar sobre el mañana ni sobre el ayer.

      En mi opinión, este fenómeno tan generalizado está siendo provocado por los cambios que está experimentando la Tierra. Al recibir más información del espacio, necesita elevar su vibración. Si no lo hiciera, no podría integrar los datos y sus estructuras se colapsarían. A medida que subimos de frecuencia, la materia vibra más deprisa y la probabilidad de que se transforme es más alta. Esta situación es nueva para nosotros y nos afecta a nivel biológico. Las células están siendo invitadas a vibrar en una octava más alta, pero la mente racional no es capaz de interpretar lo que está sucediendo porque su naturaleza es analítica, es decir, funciona por partes. Para intentar comprender la realidad, lo que hace la razón es separarla. Para ella el tiempo es una convención o una idea arbitraria, pero no una experiencia. Si un cambio afecta a todo el organismo de forma simultánea, la mente racional se confunde. Entonces interpreta que la realidad se está acelerando y crea un sentimiento de urgencia. Hoy en día todo el mundo anda ajetreado, corriendo de aquí para allá.

      El proceso de aceleración personal y social es un reflejo de las dificultades que estamos teniendo para integrar el cambio de frecuencia al que estamos siendo expuestos. El problema es que nuestras células están acostumbradas a un ritmo más lento del que nos sugiere la Tierra. Nuestros hábitos alimenticios y las conductas basadas en el miedo, la dominación y la dependencia reducen nuestros niveles de energía. Una comida tradicional, por ejemplo, implica una digestión muy pesada. Tanto que para compensarla necesitamos recurrir a todo tipo de estimulantes y forzar el sistema inmunológico. A su vez, controlar el entorno o intentar cambiar a los demás es un ejercicio agotador y muy limitante. El metabolismo celular está condicionado por los pensamientos y los sentimientos que producimos. Si lo que prevalece es el miedo, todo el organismo reacciona a la baja.

      Estamos acostumbrados a funcionar en unos márgenes vibratorios muy limitados, pero la Tierra nos apremia a vivir una realidad bien diferente, más expansiva y alegre. Nos está diciendo que podemos experimentar la vida en conexión con nuestra esencia. Es algo que ya sabemos porque el amor constituye nuestra naturaleza básica. Sin embargo, no lo apreciamos de forma permanente. Más bien nos reconocemos en ello fugazmente, como si fuera un suceso insólito. A veces, algo o alguien toca nuestro corazón y nos recuerda lo que somos y el verdadero sentido de la vida. En cambio, la idea de descubrir nuestra divinidad interna y vivir a partir de ella nos asusta. Llevamos tanto tiempo viviendo en la sombra que, cuando la Tierra eleva su vibración y el amor aparece a borbotones, su resplandor nos ciega. Tal y como dice la escritora norteamericana Marianne Williamson: «Es nuestra luz y no nuestra oscuridad lo que nos atemoriza».

      En la medida en que sigamos identificados con la mente, la sensación de urgencia irá en aumento y el resultado será una vida cada vez más caótica. La única forma de gestionar con garantías esta formidable mudanza consiste en relajarnos y pasar el timón conductor de nuestra vida al corazón. Para lograrlo tenemos que integrar el ego con el espíritu, es decir, elevar nuestros niveles de energía. Este cambio es gradual y solo resulta estable cuando se asienta a nivel físico. Una vez materializado, el cuerpo se «abre» y nos permite funcionar desde el amor. Es algo que muchas personas ya están haciendo de forma instintiva. El cambio es orgánico y el encargado de informarnos de lo que sucede no es la mente, sino el cuerpo. Algo nos está diciendo internamente que, si no bajamos el ritmo, nuestra supervivencia corre peligro.

      La sensación de aceleración que vive la humanidad está provocada por la llegada de una nueva energía a la Tierra. Ahora la frecuencia es más alta y la materia vibra más deprisa.

      Los cambios de paradigma provocan convulsiones en la sociedad, desajustes y, en ocasiones, reordenamientos bruscos. A lo largo de la historia, siempre ha sucedido así. Sin embargo, ahora nos encontramos con una situación completamente inédita: quien está cambiando es la Tierra. Mientras no seamos conscientes de este hecho y actuemos en consecuencia, seguiremos dando palos de ciego.

      Nada de lo que sucede en la naturaleza tiene su origen en un solo principio. Por este motivo sería pretencioso afirmar que la nueva situación energética en la que se encuentra la Tierra es la única causa de las convulsiones sociales y del cambio medioambiental que estamos viviendo. Sin embargo, sería ingenuo pensar que no es un factor importante, por no decir decisivo. En cualquier caso, las personas llegamos hasta el corazón de manera gradual. Es un proceso natural producto de nuestra evolución individual y colectiva. A diferencia de otros momentos de la historia, en este se da la circunstancia de que el despertar de la conciencia de muchas personas está coincidiendo con el de la Tierra. Estamos llegando al final de un ciclo y nos adentramos en otro que culminará con un nuevo equilibrio entre dar y recibir, y con una civilización basada en el amor y en la sabiduría.

      «Ser o no ser: ese es el dilema» (William Shakespeare). Cuando los tiempos son desafiantes, tenemos que ser valientes y tomar decisiones sencillas. La más efectiva consiste en dejar de vivir desde el miedo y empezar a hacerlo desde el amor. Todo un desafío. En todo caso, tal y como afirma el dramaturgo inglés, tenemos que decidir entre «ser o no ser». Nadar entre dos aguas o negar el cambio resulta cada vez más difícil.

      Imagínate que estás de pie y que entre tus piernas se abre una grieta. La tierra comienza a separarse. Al principio, la fisura es tan pequeña que ni siquiera la notas. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo va aumentando de tamaño y llegado un punto, empiezas a sentirte incómodo. La brecha te obliga a andar con cuidado para no caer en la fosa. Ya no puedes correr como antes, ahora tienes que andar con las piernas separadas. A medida que la sima se hace mayor, tu incomodidad aumenta y, en un momento dado, vivir así deja de ser aceptable para ti. Deseas recuperar la libertad de movimientos y para ello debes tomar una decisión y moverte hacia uno de los dos lados.

      En uno reinan el miedo y la hipocresía. Las personas que viven allí alimentan la ilusión de cambiar este sistema por otro mejor, pero no pueden renunciar al viejo paradigma. Muestran indiferencia o rechazo ante la idea de vivir al servicio de la Tierra y, aunque muchas tienen buenas intenciones, no están realmente comprometidas con el despertar de la conciencia. En ese lado de la brecha, lo que se busca es el control del entorno. El futuro debe ser algo predecible y la existencia, sólida (en lugar de fluida). También existen juicios de valor muy férreos sobre lo que está bien o mal. Las personas se suelen identificar con el personaje que representan (su estatus) y su conducta se basa en un estándar social. El dolor interno no se reconoce y en su lugar se alimenta una imagen idealizada que afirma: «yo soy el bueno». La gente no se plantea hacer cambios personales. Lo que hace más bien es forzar la realidad y tratar de que esta se ajuste a sus deseos y expectativas personales. En suma, la felicidad se busca en las cosas externas (por lo que nunca se encuentra) y lo material es considerado como un fin en sí mismo. Este terreno te resulta familiar y, aunque te proporciona una cierta seguridad, te sientes cansado de la lucha que te exige. Algo en tu interior anhela el descanso, la paz y la alegría.

      En el otro margen reinan el amor y la integridad. El corazón actúa como el hilo conductor de la vida y el deseo está enfocado hacia el servicio y la cocreación. Las personas no están interesadas en las etiquetas y se muestran receptivas a explorar la realidad, a ir más allá y a abrirse a lo desconocido. Aquí lo que se busca no es el poder, sino la verdad. Tanto el dolor como el placer son aliados del crecimiento y la gente es responsable de sus estados emocionales y de crear sus propias experiencias de realidad. Todo el mundo desarrolla su potencial creativo y lo pone al servicio de la Tierra y de los seres que la pueblan. Se acepta la idea de que formamos parte del entramado universal. Nadie se cree superior ni inferior a otro ser vivo y se vive en paz y armonía con la naturaleza. Las personas están comprometidas con el despertar de la conciencia, son flexibles y siempre se muestran dispuestas a perdonarse y a perdonar a los demás. También reina un gran sentido del humor. El materialismo brilla por su ausencia y el dinero, el poder, la riqueza, la posición social, la fama o el éxito no se contemplan como fines en sí mismos.

      Este lado de la fosa no te resulta muy conocido. Tan solo abrigas un lejano recuerdo de lo que significa vivir en él. Intuyes que ahí serás feliz y que podrás gozar de la seguridad y la libertad que anhelas para realizar tus sueños. Sin embargo, la incertidumbre te da miedo. Tu indecisión te conduce


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