La voz del corazón. Javier Revuelta Blanco
lógica y, en vez de pensar o razonar, lo que haces es racionalizar. En otras palabras, niegas la intuición y la imaginación como fuentes de conocimiento y te separas de ti mismo. Cuando la mente se extravía, en lugar de ocuparte de crear la realidad que deseas experimentar, fuerzas esta para que se adapte a tus expectativas de logro. Entonces vives en tensión y con frecuencia te dedicas a juzgar o a criticar a los demás, al entorno o a ti mismo. También te preocupas inútilmente, te obsesionas con ideas que ni siquiera son tuyas o te agobias porque las cosas no salen como tú deseas. Esto te conduce a vivir con miedo, a someterte a los demás y a intentar controlar el entorno y a ti mismo.
Además de ser consciente de lo que te sucede a nivel físico, emocional y mental, necesitas aprender a gestionar las relaciones que se presentan en tu vida. En caso contrario, es muy fácil que te hagas dependiente de otras personas, de objetos o de experiencias de distinta naturaleza. Las situaciones de dependencia son muy poco saludables y pueden llegar a ser muy dañinas. Finalmente es preciso que te abras a la transcendencia y te dejes guiar por el alma y el espíritu. Cuando consigues ser consciente de los cinco niveles de personalidad mencionados, entras en comunión con la totalidad del universo, pero no pierdes la noción de ser alguien diferenciado del resto. Entonces te sientes uno y único y vives tu humanidad de manera completa.
La conciencia tiene la propiedad de ser multidimensional, es decir, puede estar en varios sitios al mismo tiempo. Dicha característica es de suma importancia para el desarrollo personal. En la naturaleza, esto es una constante. Las plantas, por ejemplo, extraen la luz solar y la transforman en materia orgánica. De esta forma, logran funcionar tanto a nivel esencial como tridimensional y por eso son capaces de convertir la energía en materia. Esta es la razón por la que son mucho más eficientes que cualquier célula fotoeléctrica creada por el hombre, que se limita a transformar la energía lumínica en eléctrica pero no crea materia6. También sabemos que las aves migratorias, para poder orientarse en sus viajes, perciben simultáneamente la realidad física y los campos magnéticos de la Tierra7.
La encargada de mover la conciencia es la mente. Imagínate que estás viajando por África. Circulas por la selva en un coche alquilado. Está atardeciendo y te faltan doscientos kilómetros para llegar a tu destino. Estás muy emocionado, pues has contratado un safari fotográfico que incluye un viaje en globo, acampar en la sabana y otras actividades interesantes. Al día siguiente tienes que coger un avión muy temprano. De repente se pincha una rueda. Cuando bajas para cambiarla, los sonidos de la selva lo inundan todo. El aullido de los monos, el croar de las ranas, el fragor de millones de insectos…, el ruido es sobrecogedor. Comienzas a reparar la avería. El trabajo es lento porque el gato no funciona muy bien, los tornillos están oxidados y la llave presenta un poco de holgura. A mitad de la faena, escuchas un rugido que te deja paralizado. La alegría de la aventura se mezcla ahora con el miedo a ser atacado. Por si fuera poco, comienza a llover de forma torrencial. Maldices el día en el que se te ocurrió contratar el safari y tu mente viaja al pasado. Te acuerdas de la seguridad de la civilización, de tu casa, de tus hijos… Tu pareja no quería que fueras solo. Antes de salir, os peleasteis y tuvisteis una fuerte discusión.
Mientras cambias la rueda, tu atención se sitúa en el estrépito de la selva, en la necesidad de llegar a tiempo para coger el avión al día siguiente y en una conversación que te advirtió de los peligros de la jungla. Estás en un espacio físico concreto. Sin embargo, tu conciencia se desplaza entre el pasado, el presente y el futuro. Todo sucede de forma sincrónica, es decir, te mueves en distintos planos de realidad de manera simultánea. En cuanto consigues apretar el último tornillo y subes al coche, la sensación de peligro desaparece. Respiras aliviado y vuelves a centrarte en el presente. Accionas la llave y prosigues el viaje.
Ser humano equivale a experimentarnos en comunión con la totalidad sin perder la conciencia de nuestra individualidad.
Si deseamos desarrollar nuestra condición de seres humanos, necesitamos integrar el espíritu con el ego. Este proceso transcurre de forma gradual y nos conduce hacia un mayor equilibrio. Para recorrer este camino utilizamos dos herramientas: la sabiduría y el amor. Más adelante las veremos con detalle. Ahora centrémonos en las cinco dimensiones de la personalidad. Las tres primeras forman el ego, es decir, nuestra individualidad. Aquí tenemos el cuerpo, las emociones y la mente. El ego es de crucial importancia para la vida sobre la Tierra y presenta la particularidad de responder y adaptarse con bastante fidelidad a nuestros deseos de transformación. Dicho de otra forma, tenemos cierto poder sobre nuestra salud física, podemos regular nuestros estados anímicos y estamos capacitados para controlar la mente.
La cuarta dimensión afecta a las relaciones que mantenemos con otros seres, con los objetos y con los fenómenos de la naturaleza. En este nivel la vida es mucho más incierta y se escapa al control racional. El poder que tenemos sobre otros es solo una ilusión de la mente. Nadie tiene la potestad de hacer feliz a otra persona, de salvarla de su desdicha ni de limitar su libertad de conciencia. Puedes encerrar a alguien en una celda de por vida, lavar su cerebro o chantajearlo, pero nunca podrás apropiarte de su alma.
Esta dimensión es por naturaleza paradójica. ¿Por qué razón? El deseo de entrar en comunión con otras personas se opone a la necesidad de preservar nuestras señas de identidad. Por un lado nos gusta estar unidos a los demás, pero de igual forma sentimos la necesidad de separarnos de ellos. Esta aparente contradicción realiza una función muy valiosa: hace de puente entre el espíritu y el ego. ¿Qué significa esto? Las relaciones evidencian tus límites y ponen de manifiesto tus virtudes personales. En ellas se reflejan las conductas «anómalas» que están condicionando tu experiencia. Cuando reaccionas con ira, miedo, soberbia, odio, desconfianza, insatisfacción, etc., lo que haces es proyectar tu malestar sobre los demás. Los otros te permiten ver aquello que has venido a liberar para poder hacer realidad tus sueños. De alguna forma, ponen en evidencia las resistencias que estas oponiendo a la vida y te dan la oportunidad de reconocerlas y transformarlas.
Al mismo tiempo, te abren la puerta para que puedas recordar los aspectos de ti mismo que aún no has incorporado a tu personalidad. Gracias al otro, eres capaz de reconocer los brillos del alma que están gravitando sobre el ego a la espera de ser encarnados. La satisfacción, el valor, la confianza, la perseverancia, la bondad, la libertad, la compasión, la fe… Las virtudes personales que ves en los demás son en realidad reflejos de tu propia grandeza y te dan la oportunidad de reconocer tu valía y de ponerla en práctica. En esta dimensión de personalidad también te relacionas con los seres inmateriales que pueblan el universo. Si no te abres al espíritu, no los puedes reconocer, pero eso no significa que no existan y que no convivan contigo.
El quinto nivel de experiencia es el espiritual. Todos venimos de este plano y volveremos a él después de la muerte. Tú no eres una excepción. En este espacio tienes la conciencia del alma, que es quien realmente experimenta, aprende y continúa el viaje a través de la existencia. A esta dimensión accedes al transcender la realidad física. Cuando accionas esta llave, recibes las intuiciones geniales que iluminan tu mente y eres nutrido por los sentimientos de placer que experimentas como llovidos del cielo. El espíritu se arraiga en ti a través del afecto y la compasión y gracias a él eres capaz de amarte a ti mismo para poder amar a otros. Sin su impulso no existirías y tampoco podrías modificar la percepción que tienes sobre la realidad. El aliento del espíritu es el latido de tu corazón, es tu cuerpo en constante transformación y es tu esencia divina interna «observándote» y guiándote por la vida.
Las tres primeras dimensiones de la personalidad (cuerpo, emociones y mente) forman el ego. La cuarta (relaciones) sirve de puente para que podamos reconocer e integrar el espíritu.
Dos realidades interconectadas
Tradicionalmente hemos considerado que estos dos grandes ámbitos de la vida –el material y el espiritual– son independientes entre sí. La ciencia se ha ocupado de explicar lo que sucede en la dimensión física y la religión ha hecho lo propio con el espíritu. Este intento de separar dos aspectos que están interconectados nos ha alejado de nuestra verdadera esencia. Sin embargo, también nos ha permitido enfocarnos en la realidad física para experimentarla y conocerla a fondo. De esta forma, ahora podemos transcenderla.
En estos momentos, la