Marina escribe un libro. Ángel Morancho Saumench

Marina escribe un libro - Ángel Morancho Saumench


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bienes confiscados desde el golpe de Estado de 1947. No me dieron muchas esperanzas. Esa restitución tiene muchos opositores y, políticamente, se piensa que puede irritar al pueblo. Muchos de sus ciudadanos no se han acostumbrado a una vida sin permanentes intimidaciones.

      Saqué del bolso la lista de propiedades y las volví a revisar. Había conseguido incluso las de Andra, mi tía. Ella no quiso saber nada de su país y renunció a cualquier devolución o compensación. Es un ciclo cerrado de su vida que no quiere revivir. No pude convencerla y, claro, su hijo Pedro ¿cómo me va a defender a mí si su madre no quiere malos recuerdos?

      No me resultará nada fácil, pero más difícil será que me permita que haga de mediadora entre él y mi íntima amiga Claudia; tanto lo somos que ambas nos llamamos hermanas. En cierta medida sé que estoy engañando a Pedro. El tema de Rumanía es la excusa para estar a solas con él porque quien me importa es ella, Claudia. A ella ya le comenté que quiero escribir un relato sobre lo que ha sido su relación con su exesposo, mi primo Pedro. Pienso que si leen una descripción de su relación podrían llegar a disculparse entrambos y recomponer sus vidas. Algo que yo deseo con fervor.

      Tendré que repasar cómo les percibía antes de conocerse, y cómo se les apreciaba. Mi problema es que les quiero a ambos; son mis mejores amigos e incondicionales hermanos. Me costará ser objetiva; además, en ocasiones me han entrado grandes deseos de darles de bofetadas por cegatos. Se quieren, ¡claro que se quieren! Pero lo ocultaban en una cámara oscura.

      Saqué del bolso un cuaderno nuevo y manuscribí mi reciente aventura. Más tarde empecé a escribir sobre ellos; comencé recordando cómo era ella... algo difícil pues posee una personalidad muy compleja.

      Realmente es una mujer diez, aunque ella se ve con ojos demasiado pequeños es consciente de su atractivo, al que acompaña una gran elegancia, parte natural y otra —su apariencia corporal— debida a la práctica del ballet.

      Es hija primogénita del marqués de Gonzaga. Su padre posee una gran fortuna; además, es un tiburón financiero con numerosos contactos, tanto en el mundo del dinero como en el político. Sin escrúpulos, ha acrecentado la fortuna heredada, pero lo que más desea es ser reconocido como aristócrata más que por su patrimonio. El marqués es de los pocos próceres con título que puede mantener un elevadísimo nivel de vida. Naturalmente, está inserto en la llamada jet o, mejor, élite madrileña y nacional, con importantes amistades en el extranjero. Es engreído y de mal carácter, pero muy sagaz y clarividente. Siendo así, Claudia ha vivido en una cerrada y endogámica sociedad, en la que casi fue feliz. Él casi se explica porque cuando tenía quince años adquirió una fobia que le hizo pasar por muy desagradables momentos en frecuentes ocasiones... No tiene las obsesiones aristocráticas de su padre, pero sí espíritu de «casta privilegiada». Con frecuencia eso la hace distante cuando sale de sus círculos habituales. Su ya espontánea suficiencia hace que no empatice con los de otras clases. No sabe qué es la humildad. Pensaba de sí misma que era una triunfadora social con derecho a andar por la vida como ser sobresaliente.

      Al igual que yo, fue educada en el British Council School. Éramos compañeras de curso y ya grandes amigas. En la escuela, Claudia ya destacó por su facilidad para el aprendizaje con muy notables resultados. Era así por su gran inteligencia, con un coeficiente intelectual muy alto del que también presumía; es un orgullo más para ella. Ciertamente su paso por la Universidad fue muy exitoso, también con sobresalientes en Derecho, Filología Francesa y Alemana. Los completó con un máster en Economía en Harvard, un curso en la Sorbona de Filología y Literatura Francesa y otro en Heidelberg de alemán. El inglés ya lo dominaba desde el colegio.

      En la Universidad fue cuando más apreció que había muchos seres distintos a los de su entorno; de hecho, tuvo que padecerlo cuando se la llamó «la pija del derecho y del revés». Aguantó con flema casi británica y le sirvió para mejorar su facilidad para el sarcasmo y la mordacidad. Arropada por algunos de sus conocidos, pronto superó esa prueba que le dejó con un sentimiento de desprecio hacia seres para ella inferiores, pero herida, aunque no lo confesase. Acabó perteneciendo al grupo de universitarias más populares, más deseadas y más envidiadas.

      Del colegio salió agnóstica; la existencia de Dios o no, era algo que no le preocupaba; puesto que no se podía demostrar su existencia o su negación. ¿Para qué inquietarse?

      Tras la Universidad y sus estudios complementarios, vio su porvenir solo en lo inmediato; el futuro ya llegaría. El de entonces fue acudir a grandes fiestas particulares en un mundo casi de fantasía. Ni pensaba en el espíritu de ser madre, y si lo hacía entendía que un embarazo siempre alteraría una figura como la suya de la que se sentía tan orgullosa. Con frecuencia fue a los salones VIP de las mejores discotecas de Madrid, Ibiza, Londres, Nueva York, París..., pues era una contumaz viajera con el aliciente de tener amigos o conocidos en muchos países. Mérito suyo es que en esos ambientes jamás quiso probar la droga; buena bebedora de alcohol, sin ser alcohólica, su cerebro dictaminó que el mundo de la droga es degradante, pero tuvo que tolerarlo en los ambientes en los que se movía. En general, su mundo transcurrió en lo que se ha conocido como el de la jet más cerrada, ajena al esnobismo y las figuras televisivas.

      Antes de su matrimonio con Pedro, sus encuentros con el género masculino fueron frecuentes, pero, por su fobia, ni había tenido novio, ni pareja, ni nadie que consiguiera vencer su aprensión. Sus pocos amigos varones, queridos por ella como verdaderos y leales, procedían de su época colegial y familiar. Su vanidad no obstaba para que fuera muy coqueta, más bien la estimulaba; le encantaba aparentar ser presumida y provocadora, algo fácil, pues realmente lo era; pero no lo hacía en busca de algo definido, solo como un juego. Durante la Universidad, el sexo fue desconocido para ella; sentía una gran aprensión a que su piel tan fina fuera tocada por otra que no fuera la suya. Sí, estaba muy próxima a padecer hafefobia, la aversión al contacto físico. Esa fobia le incomodaba con frecuencia y, por ello, aparecía más distante de lo que era; para ella estrechar una mano era un suplicio y más si se saludaba con besos en las mejillas.

      En resumen, era una mujer joven instalada en lo mejor de lo mejor, que no sabía qué es el dinero ni cuánto cuesta ganarlo. Su padre le había sumido siempre en sus caprichos, ya que a él le encantaba que semejante joven fuera hija suya, pero... Claudia tiene otra hermana, Alicia, que es retrasada mental, aunque sea un retraso moderado. La madre de ambas, Alissia Tamburini, de familia italiana muy adinerada y pariente de los duques de ese nombre, también es algo retrasada, aunque casi imperceptible, mientras no se encuentre ante dificultades desconocidas por ella. Es una mujer de una gran belleza de quien Claudia ha heredado la suya. Sorprendentemente, Alissia se defiende bien jugando al bridge, su pasión y su gran entretenimiento. La familia protege muy bien a Alicia, pero a Claudia le cuesta estar con ella ante terceros poco conocidos; se siente a disgusto y casi la guarda como si no existiera.

      Nacida en Madrid, Claudia residió siempre en un espléndido palacete en la urbanización de Somosaguas en Pozuelo de Alarcón. Ya antes de conocer a Pedro pensó que debía distraerse trabajando en lo que fuera adecuado con su preparación y su elitismo; en el momento que estoy recordando, ella y yo habíamos cumplido 26 años. Tanta vida alegre le estaba cansando; se repetía y reiteraba con tal frecuencia que a veces hasta le aburría. Como era ajena al mundo político —al que casi despreciaba—, creyó que no debía entrar en los suculentos y bien pagados puestos en la Administración Pública o en un enchufe de asesoría que su padre podría conseguirle. Tampoco le gustaba la banca; prefería ejercer la abogacía. Aunque en principio su padre se negó, más tarde le permitió trabajar


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