Marina escribe un libro. Ángel Morancho Saumench
representación, vertió una pequeña cantidad en el vaso de Claudia para que lo catase, y puso el corcho en la mesa frente a ella.
—¡Oh, no! —Claudia se expresó con vehemencia—. Es mi amiga la experta, presénteselo a ella. —Yo probé el vino bajo la atenta mirada del sumiller.
—¡Estupendo! —dije, y él se retiró. Entonces retomé la conversación con Claudia—. Ya llevo dos sorpresas Claudia; el tamaño de la ración de jamón, e insólito que sepas que la cosecha de Ardanza en 2001 fue excelente. A ti te gustan bebidas más alcohólicas, no eres aficionada a los vinos. Vamos ¡cuéntame ya! ¿De qué va esta película? —Yo ya no podía disimular mi gran curiosidad. Muchas veces habíamos estado juntas, pero nunca así; las dos solas, en un restaurante nada habitual en nuestro grupo, invitando ella y hablando de necesidad..., en fin, realmente todo me resultaba muy intrigante
En ese momento se acercó hasta nuestra mesa un hombre con muy buen porte. Yo le había entrevisto en la barra; me puse en guardia. Pero no, no era ningún atrevido. Él saludó con un "¡Hola, buenos días, ya casi tardes!". En seguida Claudia se levantó, le saludó y nos presentó:
—Pedro Amilibia y Marina Ionesco. —Un cheek to cheek entre nosotros dos y nos sentamos a requerimiento de la «sargento» Claudia. Mientras, ella le hizo una señal al maître para que pusiera otro cubierto y una silla más. Ya sentados todos, rápidamente le sirvieron vino al recién llegado quien observó la botella, probó el vino y preguntó:
—¿Quién ha elegido este magnífico vino?
—He sido yo, pero la entendida en vinos es Marina.
—Marina, bonito nombre; ya tenemos dos cosas en común; la afición al vino y el apellido; Ionesco es mi segundo apellido; es por parte de mi madre, Andra Ionesco.
—Mi padre se llamaba Antonov Ionesco. —Empecé a estar segura que la sorpresa estaba en ese hombre; conociendo a Claudia, seguro que creyó que me había encontrado un pariente, así que empecé a indagar—. ¿Cómo se llamaba su abuelo? ¿Era rumano?
—¡Oh, sí!; toda la que fue mi familia materna era rumana, también mi madre que afortunadamente vive. Mi padre no; él era español. Y mi abuelo se llamaba Alin Ionesco.
—¡Alin! —Me sorprendí y con turbación le pregunté—. ¿No tendrá usted un tío abuelo que se llamara Grigore? Y... su abuela ¿no se llamaría Andrea?
—Así es.
—Pues entonces somos primos. —Levanté los brazos con manos y dedos haciendo la V—. ¡Grigore fue mi abuelo, hermano de Alin, quien se casó con... ¡Andrea Vasilescu! ¡Dios mío! —Como un resorte y gozosa me levanté y me acerqué a Pedro—. Tú eres un primo mío, segundo, pero primo. ¡Qué felicidad, encontrarme con un primo y además tan guapo! Creí que yo era la última y única Ionesco tras la caída de la monarquía y la no muy lejana muerte de mis padres. Déjame que te coma a besos.
Ambos muy conmovidos nos fundimos en un cariñoso abrazo.
—Dios mío, Marina. Mi madre apenas me habla de nuestra familia; ella también cree ser la única rumana que queda de los Ionesco. Ahora mismo la llamo. —Excitado y nervioso, Pedro sacó el móvil del bolsillo y llamó a su madre—. ¡Madre, no te lo vas a creer! ¡¡¡Estoy con una sobrina tuya!!! Marina Ionesco. —E intercambiaron exclamaciones de alegría—. Estamos comiendo en un restaurante que se llama Txistu; está en la calle Orense esquina Rosario, detrás del Hotel Meliá —se dirigió a nosotras—: ¿No os importará que venga a los postres? —nos preguntó y le respondimos que naturalmente nos parecía muy bien—. Coge un taxi, el taxista seguro que sabe dónde está. Te esperaremos aquí...
—Marina, tu tía está muy emocionada, casi lloraba de alegría. Bienvenida seas a la familia. Yo también lloraría, pero se supone que los hombres no lo hacen.
—Claudia, eres genial; más que una sorpresa ha sido una admirable estupefacción. Cómo te conozco, seguro que tú ya lo sabías y te lo callaste; gracias misteriosa hermanita.
—Sí que lo sabía... pero ahí no terminan las sorpresas. —Cogió una mano de Pedro, la acarició y se la besó; después, ante mi asombro, le dio un apasionado beso—. ¡¡¡Ya ves, ha desaparecido mi animadversión por el contacto humano!!!
—Entonces, Claudia, ¡esa que no se deja tocar por nadie!, si Pedro es la excepción... es... ¡porque sois novios! ¿Acierto? —Claudia me animó en mi deducción, me lo afirmó, se acercó a mí y también me cubrió de besos diciéndome:
—Por todos los que te debo desde que éramos quinceañeras.
—Caramba, Claudia, como me des más sorpresas como esta me dará un infarto.
—Qué exagerada eres, ¡prima! —intervino Pedro—, te veo el anillo así que tú también tuviste novio y seguro que lo celebraste cuando lo presentaste a tus íntimos... Ahora acabaremos con el vino, aunque nos pongamos un poco chispas; luego hay que celebrarlo con champagne francés. Seguro que tendrán un Dom Pérignon. —Llamó al sumiller, quien nos atendió con presteza trayendo la botella en una cubeta con hielo; además nos trajeron la carta con las especialidades de la casa—. Si no os importa descorcharemos el champagne cuando llegue mi madre. Ahora hay que alimentarse; en este lugar os recomiendo los pimientos, y preparan muy bien el chuletón.
Yo pedí las chuletitas, Claudia y Pedro el chuletón, y pimientos en una ración en el centro. Justo íbamos a pedir los postres cuando vimos que una dama vestida de negro, de señorial aspecto, bajaba de un taxi. Pedro se levantó y fue con premura hacia su madre y nosotras nos quedamos de pie. Pedro y su madre, Andra, se abrazaron muy cariñosamente, se deben de querer mucho pensé, y entonces yo también fui hacia ella; un tierno abrazo y muchos besos. Claudia no podía quedarse atrás, aunque Andra no supiese nada del noviazgo de su hijo. La saludó con un par de besos en las mejillas y vimos cómo Andra lloraba de alegría. Pensé si esa alegría seguiría cuando se enterase de que Claudia era la novia de su hijo.
Pedro llamó al camarero para que le pusiera una copa de champagne y una silla para que se sentase su madre; mientras Andra y yo charlábamos sobre lo que nos unía. Claudia estaba ahora algo descolocada.
Ya sentados en la mesa, pedimos postres; Andra se abstuvo. Muy tímidamente Pedro cogió la mano de su madre, se la besó y luego dijo:
—Volvamos a brindar con este champagne tan sabroso. —Lo hicimos y mientras él chocaba su copa con la de su madre le dijo—: Hay más sorpresas, madre.—Dejó la copa en la mesa y tomó también una mano de Claudia sin soltar la de su madre—. Aquí estoy con mis manos uniendo a las dos mujeres que más quiero en el mundo. Madre, te vuelvo a presentar a Claudia, ¡¡¡es mi novia!!!
Fue una gran sorpresa para Andra; aunque no se le apreció un gran entusiasmo. Claudia se levantó, se le acercó y le dijo:
—¿Me permite que la bese?
—¿Cómo no? O sea que hoy doy la bienvenida a una sobrina y a una novia. Claudia, como madre absorbente que soy, debería reprocharle a mi hijo que intente buscar su propio hogar cuando ya tiene el mío. Porque supongo que con esta presentación es que tenéis planes de boda o de vivir juntos.
—Sí, madre; estamos preparando la boda para dentro de unos cuatro meses, ya tenemos apalabrada una iglesia el diecinueve de enero, sábado, del año que viene —dijo un preocupado Pedro por la actitud de su madre, supuse yo.
—¿No pasaréis mucho frío?
—Sí, pero nuestra pasión lo amortiguará. —Sonrío Pedro.
—Deseo que estéis seguros de lo que hacéis; las precipitaciones no son buenas. Y nos dais poco tiempo para preparar todo. Contadme algo; ¿cómo os conocisteis? —Pedro hizo un leve repaso, pero cuando dijo que era hija del marqués de Gonzaga, Andra se estremeció y mantuvo un breve silencio en el que perforó con la mirada a Claudia. Después, visiblemente preocupada, se excusó—: perdonadme, he de ir al lavabo.
Nos