Marina escribe un libro. Ángel Morancho Saumench

Marina escribe un libro - Ángel Morancho Saumench


Скачать книгу
temperaturas, pero todavía era agradable sentarnos en la terraza en una coqueta mesa. Claudia y yo pedimos unos margaritas y Pedro su preferido, según nos dijo, dry Martini. Ya hicimos la comanda; les recomendé la tortilla abierta y el tartar de atún, exquisito; son las especialidades de la casa. Ya servidos y degustando el margarita, les conté lo que les había preparado. A Pedro le dimos unas pinceladas de los invitados como amigos de Claudia. Cuando terminé, aprovechando que ella fue a lavarse las manos, le dije a Pedro a solas:

      —Además de lo que te he dicho delante de Claudia, debes saber que Miguel Vallejo, el psiquiatra, es casi un hermano para ella; es una gran persona. También son muy buenos amigos Marta y Gonzalo Apala; ella es una gran cocinera y ama de casa, pero muy cotilla; por eso debes prevenirte ante ella. —Pedro me escuchaba con mucho interés pues iba a ser la primera prueba social de su noviazgo y seguí—: Más deberás hacerlo con Joan Gisbert, pariente de los Gonzaga, primo segundo de Claudia; sus familias están muy vinculadas entre ellas. Cuando Claudia tenía quince años y él diecisiete, en vacaciones en Jávea, siendo ella una cría la acosó y manoseó tanto, incluso casi con intento de violación, que le generó a Claudia su fobia que tantos malos ratos le ha hecho padecer para disimular su problema. No le digas nada a ella, me detestaría. —Pedro reaccionó con cara de perplejidad y aire vengativo, como si estuviese deseando enfrentarse con ese monstruo—. Joan os jorobará todo lo que pueda, la sigue deseando. —Luego pensé que me quedé muy corta; le había descubierto la fobia de Claudia, pero no le dije nada de otras facetas suyas. “Es mi primo”, pensé, “debo protegerle, pero Claudia es más que una hermana para mí, ¡qué dudas tan inoportunas!”.

      Ya Claudia con nosotros, nos levantamos y entramos en el comedor. ¡Vimos una botella de vino riojano Ardanza en la mesa! La pareja se echó a reír.

      —Nos parece que eres algo más que una clienta eventual, ¡qué bien te conocen!

      Comimos hablando mucho de los preparativos de la boda; Claudia quiso que fuera yo quien la acompañase para elegir el traje de novia. Se justificó:

      —Si viene mi madre, todo le parecerá poco y acabaremos en París haciendo el tonto; en Madrid encuentras lo que quieras.

      Me felicitaron por la elección del menú; realmente es un lugar muy recomendable; lo único nada sabroso es la cuenta. Pedro pretendió pagar de nuevo, y le jorobó que lo hiciera yo.

      —Pedro, a mí me lo cargan en cuenta; vengo con mucha frecuencia con clientes a quienes les hace falta un empujoncito para terminar una costosa adquisición. Ya me dijisteis que soy más que una clienta circunstancial —les recordé con picardía.

      Ya de regreso hacia la galería Bores, caminando por la calle Valdeiglesias hacia Alcalá, les fui comentando dónde creía que debíamos ir con los amigos de Claudia y también míos.

      —Claudia, he pensado que, más que cena, sea un piscolabis a base de las tapas de la taberna de José Luis que tú conoces tan bien. Me ha parecido que esos rincones que tiene a la derecha del pasillo propiciarán un ambiente acogedor sin preocuparnos de lo que oigan nuestros vecinos. Con su estilo castellano, mesas de madera apenas pulidas y un barniz casi desaparecido, y cadieras como asientos, cabremos los doce con holgura y estaremos cómodos recordando las tabernas de hace siglos.

      —¡Marina eres una bendición, te quiero hermanita!

      Y nos despedimos a la entrada de la galería.

      Con los amigos más cercanos de Claudia, a los que yo había citado, me reuní, con ellos, a las ocho de la tarde pasadas, el primer sábado de octubre, ya, en uno de los apartados en la taberna, antes de llegar la pareja. Todos sabían de qué iba la fiesta. Naturalmente hablamos de ellos. Estábamos todos sentados dejando el lugar preferente para la pareja. Yo ya había pedido al servicio que empezasen a sacar las bebidas y las tapas. Se trataba de una merienda-cena solo con eso, tapas, muchas tapas. Sin esperar empezaron a beber, vino tinto la mayoría, el resto cerveza. Yo me quedé en un asiento al lado del que ocuparía Claudia; Miguel estaría a la izquierda de Pedro; Joan, en la cabecera del lado contrario al de ellos. La pareja entró a las ocho y media en punto. Lo hicieron cogidos de la mano con un “¡hola a todos!”. Y, cuando llegaron a la mesa, Claudia dijo, todavía de pie:

      —Con gran entusiasmo os presento a mi novio, Pedro. No seáis malévolos y no nos confundáis con una pareja, vamos muy en serio.

      Entonces Pedro intentó estrechar la mano de los comparecientes; pero no tuvo éxito. O le ignoraron, o el espacio lo impedía, mientras tanto Joan soltó un exabrupto:

      —Serio sería haber llegado puntuales.

      —Yo les dije que sería a las ocho y media —le aclaré—, quería estar segura de que estaríais todos cuando llegaran ellos, Joan. No os distinguís precisamente por vuestra puntualidad.

      —Jo, con la amiguita de nuestra amiga. Qué jeta, es casi una ofensa —retrucó Joan.

      —Joan, sigues igual de cafre; creí que mejorarías con tu estancia sevillana. Ya te indiqué que, si venías, tendrías que recuperar tu buena educación, si es que alguna vez la tuviste —le dije enfadada.

      Se creó un ambiente destemplado durante unos segundos. Pedro ya estaba sentado. Creyó que debía intervenir; se puso de pie y dijo:

      —No esperaba un entusiasta recibimiento, pero tampoco este comienzo con reproches cruzados entre ustedes.

      —¿Ustedes? No me diga, ¡don Pedro!, que nos respeta tanto —ironizó Joan con su usual impertinencia.

      Pedro me pidió que me acercase; lo hice y nos susurró a Claudia y a mí.

      —Debemos pensar si hemos hecho bien en venir; por mí, no tengo inconveniente alguno en marcharnos ahora mismo. Claudia, tú ya has dicho lo que queríamos comunicarles y además ya nos han visto.

      —No le des importancia, Pedro —dijo Claudia en el mismo tono—; Joan tiene fama de toca narices; fama muy bien ganada. —Ella se levantó.

      —Repito el hola a todos —dijo Claudia con voz alta, muy segura y de pie, con su magnífica figura envuelta en un vistoso traje de chaqueta—. Si alguien se siente incómodo con la presencia de Pedro, ya puede marcharse... ¡venga, empezad ya!

      Nadie se movió salvo Joan que hizo un amago de irse; burlón, dijo:

      —Pensabas, Marina, que te iba a dar la alegría de marcharme, pues no, me quedo; esto promete ser divertido.

      Pedro le miró fijamente.

      —Está claro que para usted no soy bienvenido, señorito Gisbert, pues usted es soltero ¿verdad? —dijo Pedro puesto en pie—. Ya que Claudia ha dicho lo suficiente, yo le invito a que se marche ya si va a seguir siendo un protagonista malcarado y enfadado.

      —Lo siento, Pedro —intervino con seriedad Miguel—, yo te ofrezco mi amistad y quiero darte la enhorabuena por tu noviazgo con Claudia. Pero recuerda que todos nosotros somos muy veteranos amigos de ella, salvo alguna excepción. Yo casi me considero un hermano, entenderás que si no tratas a Claudia como se merece, nos tendrás en tu contra.

      —Gracias, Miguel. Ya me han comunicado que eres todo un caballero y que, entre las damas a defender, tienes prioridad por ella; no se dará tal caso.

      La oportuna intervención de Miguel animó a los demás a darle la bienvenida; más de uno con la boca pequeña. Los camareros siguieron sirviendo las tapas que yo había elegido, si bien tuve que explicar:

      —Marta, perdona, debí pedirte consejo —me disculpé ante la presumida cocinera y habitual encargada de la comanda en esa taberna cuando íbamos en grupo.

      —Oh, Marina, tú sabes mucho y me das la oportunidad de criticar si no sale bien. —Y se rio con su simpática y habitual risa.

      Así se terminó la embarazosa situación con un Joan mirando fijamente a Pedro; mirada nada amistosa. Comenzaron


Скачать книгу