Marina escribe un libro. Ángel Morancho Saumench

Marina escribe un libro - Ángel Morancho Saumench


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amigos y la fama de asocial solo te la hacen quienes no te conocen.

      —Se nota que me quieres Marina; es por la facilidad con la que me adornas con cualidades que no poseo. Algo hay de cierto; las pocas veces que salgo de diversión lo suelo hacer con unos pocos. Sí, tengo buenos amigos que veo de ciento a viento. Y no es cuestión de obligarles.

      —Pero, si piensas que les obligas es que no consideras que la amistad sea recíproca o suficiente al menos. Tienes que facilitarme las cosas, si no... mejor no hacemos nada.

      —Tampoco se trata de tan terminante solución —me dijo él mientras me servía café en mi taza—, aunque es la que más me gusta. La dificultad es que tengo muchos conocidos con los que me llevo bien, pero ninguno llega a la categoría de amigo tal como yo la entiendo. El otro día, en la reunión con los de Claudia, me pregunté cuántos de ellos eran amigos de verdad de ella; me fui con la sensación de que aparte de ti y tu marido, no había más de tres. Y lo de Joan es para nota; está claro que ahí hay algo más de lo que me advertiste, o, cuanto menos, distinto que espero me cuentes en profundidad, Marina. Sé que es un obstáculo en mi relación con Claudia, aunque ella lo niegue. —Me miró como esperando una respuesta, pero no se la di, bastante había dicho ya, hice un quiebro sirviendo más tuica. Nos quedamos en silencio, él renunció a que le respondiese y siguió—: ¿Nos tenemos que emborrachar? Esto debe tener más grados que el vodka, pero con mejor paladar —pareció reflexionar—. De acuerdo, Marina, tú ganas: te daré varios nombres. Luego tú expurgas. A algunos ya los has tratado en tus visitas al bufete, y también los conoce Claudia. Te enviaré por e-mail los que considero oportunos con algún comentario para que ella esté preparada.

      Pedro se levantó, se fue y volvió con un álbum de fotos; allí vi muchas fotos familiares; pero no había ninguna de mi familia. Ciertamente ambas se ignoraron o no supieron encontrarse.

      Cerramos el álbum y tras muchos intentos de seguir la conversación, nos fuimos de su casa silenciosos. Anduvimos juntos por la calle Monte Esquinza, entre unas suntuosas casas estilo neoclásico, hasta llegar a Génova y bajar hasta Colón; yo me fui a ver a mi marido y él a su despacho.

      Tras recibir el e-mail, nos volvimos a reunir los tres; esta vez en mi casa y por la tarde. Nos acomodamos en mi despacho casero. Abrí otra botella de tuica que me había regalado Andra y comencé a ilustrar a Claudia sobre quiénes eran los más destacados entre los conocidos seleccionados:

      —Fernando es de los mejores amigos; lo es de Pedro desde ICADE donde coincidieron, es divertido y liberal. Luis Eslava es cuarentón y soltero, abogado experto en divorcios; es un donjuán o al menos de eso presume. Mª José es la atea del grupo por autodesignación, siempre presume de serlo. Te podrá incomodar Magda, la aspirante a pintora, está muy enamoriscada de tu novio; fue compañera de colegio. Y a Angelina Barrao, máster por ICADE en Derecho Internacional y Legislación Europea, ya la conoces; resultona, con mucho empaque. Está separada sin hijos; a sus 35 años practica el carpe diem; todo le parece bien si es para gozar, aunque disimula su melancolía. Es compañera de bufete en las ocasiones en las que se necesita su especialización y aprecia mucho a Pedro. El resto hasta siete poco te dirán. ¡Ah!, todos son solteros.

      —Será mucho más fácil que la anterior —comentó Claudia—, aquí no hay espíritu de clase y supongo que Pedro me arrullará ante Magda si ella se decide a tontear con él. Además, ya conozco lo suficiente a varios y Angelina me cae fenomenal.

      —A mí también. Será que tenemos envidia de su independencia.

      —Marina, has hecho una buena descripción a trazos gruesos —intervino Pedro por fin—, has elegido a Magda conociendo su querencia por mí, creo que es un error que tendré que pagar. Claudia, ¿qué sucederá si no te arrullo? —Se rio y Claudia en chanza le contestó:

      —¡Te perseguiría hasta llevarte a mi casa y me encerraría en ella nueve semanas y media como hace Rourke con Kim Basinger en la película Nueve semanas y media! —Nos volvimos a reír.

      —¡Uy!, qué bien, tomo nota; yo me lo pasaría en grande así contigo. Solo que yo no te dejaría ir como hace Rourke, me quedaría sesenta años y medio contigo —retrucó Pedro con cariñosa malicia y yo respiré aliviada; me pareció que ya había cumplido con mi aceptada misión.

      —Ya sabéis que será en el café Gijón donde os reunís vosotros, Pedro. He pedido que os reserven la mesa de los intelectuales —dije—, igual os encontráis con Valle Inclán para introducir el esperpento. Sería divertido.

      Nos fuimos los tres juntos alegres por las tontadas que nos decíamos. Claudia y Pedro a Libertas, y yo a mi casa.

      En la fecha convenida, principios de noviembre en su primer sábado, seguía un otoño con agradables temperaturas, aunque ese día amenazaba lluvia. Claudia y Pedro acudieron a la cita que yo les había organizado en el café Gijón. Ella, extrañamente, con escaso maquillaje, mejor decir: casi desmaquillada y vestida con unos vaqueros y cazadora del mismo estilo; estaba espléndida, pero con un estilo desconocido.

      Ya me advirtió que no quería acudir sofisticada. Cuando fueron entrando los invitados, nos buscaron con la mirada y nos localizaron en la mesa del fondo. Habíamos llegado hacía unos minutos, estábamos tomando vino tinto y acababan de traer un par de platos de jamón que estaban sin tocar sobre la mesa. Vi como una malcarada Magda miraba a mi amiga después de entrar;� sus ojos no anunciaban nada bueno.

      A medida que iban llegando los invitados, Pedro los fue presentando a su novia; y también lo hizo conmigo “mi prima y amiga íntima de Claudia”. Algunos ya nos conocían a Claudia y a mí.

      Todos respondieron con alguna salutación. Ya sentados en esas típicas mesas de El Gijón, se sirvió vino y entonces, inopinadamente, Magda se levantó y dijo:

      —Brindo por esta pareja tan chic —levantó su copa, y todos la seguimos en ese brindis, y continuó—: Pero aclaradnos, por favor, ¿es para haceros novios una temporada ante los amigos?, o ¿es un enamoramiento circunstancial?

      Claudia casi se irrita, pero volvió a mostrar su temple cuando contestó:

      —Mujer, no me conoces, ni a mí ni a otras muchas novias; para hacer una presentación de una pareja no se organiza tamaña velada, Magda, ¿tú eres la pintora?

      —Sí lo soy; y sé quién es tu pretendiente; y, si no te importa, voy a describirlo —se dirigió a Pedro con una amplia sonrisa y ojos enamoradizos y chispeantes por el alcohol, vacilante comenzó—: Pedro, tú eres un hombre tan bien formado que pareces un Adonis. Ese Dios griego a quien las mujeres le rinden un culto especial... y sabes que lo eres, aunque seguramente Claudia no. Bien, excusadme, es que... Pedro, eres un hombre tan deseado por tan distintas mujeres que no sé cómo la has elegido a ella y no... por ejemplo... a mí, que no estoy para desmerecer... —Se rio con malicia—. Recuerda los lotes que nos dimos cuando íbamos al colegio, eran gloriosos.

      —Menos gloriosos de los que te diste con gran parte de nuestros compañeros —matizó Pedro casi enfadado—. Pides muchas explicaciones, Magda, yo solo te reclamo una ¿has acudido aquí solo para reventarnos nuestra presentación?

      —¡Nada más alejado de mí!; como te quiero, te deseo lo mejor —apuntó Magda.

      —Qué claridad la tuya, Magda —añadió Claudia—. Pero somos dos; cada uno ha elegido libremente al otro y esto no es un mercado de esclavos.

      —Perdón —Magda contestó dirigiéndose a Pedro—, es que yo ni me presentaría en una feria de esclavos; yo no lo soy e iría a tiro fijo, y lo sabes.

      —¿Qué sé, Magda? Si fueras esclava no tendrías ninguna oportunidad. Exactamente igual que lo es hoy sin ese mercado ¡Mujer no voy a negar que siempre he percibido en ti una especial empatía conmigo, pero... no pasaba de ahí! Es lo que he sentido... no sé tú.

      —Mal final Pedro, pues me invita a proclamar que envidio a Claudia, pues yo querría ser ella. No lo toméis en serio, pero dicho queda.

      Para distender


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