Marina escribe un libro. Ángel Morancho Saumench

Marina escribe un libro - Ángel Morancho Saumench


Скачать книгу
usted, ¿qué hace aquí?

      —Pues ya ve señor, estoy jugando a barajar papeles —dijo con humor Pedro.

      —Usted es un impertinente, ¿sabe quién soy yo?

      —Dado su tono no sé si me interesa mucho.

      —¡Pues entérese, yo soy el mayor socio de este despacho! Soy el marqués de Gonzaga —y con tono insolente—, ¿cómo se llama usted y qué es?

      —Soy un simple abogado del Estado que trabaja en su propiedad, perdón, en Libertas&Cía; me llamo Pedro Amilibia Ionesco.

      —¿Amilibia? ¿No será usted hijo de Jorge Amilibia, el industrial?

      —Pues sí, algo que me ufana; ¿le conoció usted?

      —No solo le conocí; además es el único hombre que me hizo perder millones en su tiempo.

      —No le voy a decir que lo siento. ¿Debo entender que le molesta que un hijo suyo le preste a usted un buen servicio en su despacho?

      —¡Qué impertinente es usted! Dese por despedido... Aunque... no, no debo precipitarme, antes tengo que hablar con

       D. Mariano Juste, su CEO.

      —Aun así, no hay nada que hablar; si usted es el socio principal, recojo estos papeles en su orden y se los dejaré a D. Mariano para que se los entregue a mi sucesor.

      —No se acelere usted. Solo he respondido a un impetuoso impulso. Usted es un atrevido, pero el funcionamiento del despacho es misión de su CEO. No voy a interferirle, pero ya ha conocido mi escasa simpatía por usted.

      —Presiento que es un sentimiento mutuo.

      Entonces el marqués hizo un amago de agresión, pero se contuvo; al fin le presentó a su hija.

      —Aquí, Claudia, tienes a este descarado trabajador que es hijo de un veterano adversario mío; con él solo nos unió nuestra mutua enemistad; huye de él, hija. Amilibia, esta es mi hija Claudia que también es abogada además de filóloga en inglés, francés y alemán. Hija, no te juntes con él; la mala sangre se hereda, además, ¡no es más que hijo de un nuevo rico!, con estudios, pero en su familia no son más que eso� nuevos ricos, unos parvenus.

      —Marqués, le recuerdo que estamos en el siglo XXI.

      —Pero hay cosas que no mueren, y yo no tolero a los arribistas a mi clase. Tendré que hablar seriamente con el señor Juste, su CEO.

      Y se despidió con un adiós muy seco, mientras Claudia ni se atrevió a abrir la boca. Permaneció todo el tiempo con cara de circunstancias no exenta de una indisimulada incomodidad.

      Así me lo contó ella, casi divertida, pues era la primera vez que vio a su padre en dificultades.

      *****

      Mal principio para una pareja que todavía no lo era.

       ¿Cómo lo consiguieron?

      [1] Zeta-Jones es una actriz galesa, cantante y bailarina británica, nacida en 1969. Tiene un largo cabello, de color castaño muy oscuro; con su redondo rostro y su impresionante figura hizo que en 2008 se la eligiera la mujer más bella de todos los tiempos; tras ella Giselle Bündchen y Brigitte Bardot.

      [2] Cyd Charisse bailarina de ballet clásico que se integró en los musicales americanos; junto a Marlene Dietrich se dice de ellas que son las actrices con mejores piernas de la historia del cine.

      CAPÍTULO II

       El noviazgo de Claudia y Pedro

      Tras cerrar las galerías, mi marido Javier y yo habitualmente acudíamos primero a Riantxo, marisquería y bar de tapas, donde confluíamos con varios amigos casi fijos; tomábamos algo, chismorreábamos un rato y más tarde regresábamos a Somosaguas.; ahí es donde residimos, justo en el chalet contiguo con el palacete del padre de Claudia. Pero hoy no ha sido así. Después de dejar a Pedro fui pronto a casa para seguir escribiendo y corregir mis primeros borradores.

      Seguí rememorando lo que había hablado con Pedro y volví a recordar a nuestros antepasados. Estaba convencida de que no se lograría nada, pero al menos me sentiría libre de lo que para mí era una gran obligación: No renunciar, intentar defender y recuperar lo que perdió mi familia por la aniquilación de la monarquía. Fue en el año cuarenta y siete del siglo pasado. Es mi deber. Dudo que Pedro llegue a ningún sitio; pero tenerle a él me alivia el peso y me inspira confianza. Es el mejor amigo varón que he tenido, por no decir el único. Entre nosotros no hay problemas de relación hombre/mujer; mi experiencia me hace conocedora de que un amigo, supuesto o no, lanza indirectas para lograr alguna aproximación; ¡ni que supusiesen que por ser galerista y artista he de ser promiscua! Muchos creen que mi marido Javier Bores y yo no nos llevamos muy bien; es falso; lo único que ocurre es que me gustaría que fuera más cariñoso; solo el sexo no me vale, y él, por el contrario, piensa que con eso cumple como amante esposo; pienso: ¿Amante?, sí. ¿Cariñoso o enamorado?, bastante menos.

      Me despedí de mi primo bastante inquieta. Intuí que algo le había molestado. Claudia es una gran mujer, pero no una gran persona. Pedro me insinuó un día que se sentía traicionado por mí. Me criticó que no le hubiese advertido de muchos rasgos importantes de la personalidad de Claudia que él no conoció hasta que se casaron. Y la cara oculta de Claudia no es precisamente amable. Durante su matrimonio ella le hizo mucho daño. Por duro que fuere el maltrato público al que sometiera a su marido, Pedro casi que ni la recriminaba; en un principio él contestaba con agudeza hasta que notó que ella se sentía molesta si la superaba en ingenio. Por su amor por ella renunció a contestarle. Así Claudia comenzó a perder su compostura hasta caer en una imparable desmesura. Además, ella era una gran figuranta; quería y quiere a Pedro y durante el noviazgo pensó que debía ocultarle rasgos de su carácter que seguramente no le gustarían; ella estaba muy enamorada y no quería perderle. Claudia me lo expresó así y me rogó que fuera discreta; me dijo: “es suficiente con que contenga mis malos modos”.

      Así su noviazgo fue una romántica espera para llegar al altar con una muy dulce Claudia seduciendo a su novio.

      Mejor que pensar, empiezo a contar mis recuerdos.

      Dos años antes de mi encuentro con Pedro en su despacho, Claudia me citó con voz misteriosa por teléfono un 18 de septiembre:

      —Necesito hablar contigo en algún lugar en el que apenas nos conozcan.

      —¡Qué enigmática estás! ¿No querrás gastarme una broma de esas que a veces me dan ganas de flagelarte?

      —¡Desconfiada, yo que quería invitarte a comer en el Txistu...! ¡Me lo voy a pensar! —se rio.

      —No seas guasona; sabes que me gusta mucho su jamón, y su comida norteña en ese ambiente que te sumerge en un caserío vasco casi real. De cuando en cuando voy con Javier. Me parece muy bien, y más si invitas tú.

      —Entonces, ya sabes. Quedamos a las dos en la terraza. Ya he reservado mesa.

      Llegué en taxi a las dos en punto; en cuanto puse un pie en la acera vi a una flamante mujer sentada sola en una mesa. Tenía que ser ella; efectivamente, lo era. Me saludó con un abrazo y me quedé mosca. ¡Claudia huye del contacto físico incluso conmigo! Nos sentamos y le dije:

      —¿Cuál es la sorpresa? Me tienes intrigada, a no ser que sea solo por el abrazo. ¡Que ya sería muchísimo!

      —Por lo pronto traerán un plato de jamón. —Se hizo la desentendida—. Y un tinto rioja Ardanza de 2001; sé que te gusta su acidez. ¡Fíjate, ya lo traen!

      Un camarero trajo una enorme


Скачать книгу