Marina escribe un libro. Ángel Morancho Saumench
pienso en los avatares de nuestras familias. —Pedro me miró con mucho interés; no ha podido conocerme mucho, pero sí debió ver en mis ojos una gran determinación, según comentó.
—Marina, es un círculo endemoniado; parece un concurso entre ladrones a ver quién roba más a sus compinches de oficio. Personalmente lo he meditado e incluso he encontrado un buen contacto; un abogado rumano-español que terminó sus estudios a finales del siglo pasado. Domina el derecho rumano en lo que se puede, pues ha habido tantos cambios que casi es imposible que alguien conozca cuál es la legislación vigente a aplicar. Como ya tenemos Embajada, he pensado que sería bueno que dedicáramos unos días a recorrer lo que fue vuestro; me he puesto en contacto con la Embajada en Bucarest y me han prometido que nos acompañará el consejero comercial con un buen traductor.
—Te lo agradezco mucho, ha sido más de lo que esperaba de ti, pero —me callé y vacilé... ¿cómo seguir?— quiero ser sincera contigo... —Y ahora fui yo quien le cogió una mano y se la acaricié—. He venido a verte porque sé que eres un cartucho que no se malgastará; pero otro plano distinto y más importante para mí es tu situación en tu empresa. Me han llegado rumores inquietantes, pero, perdóname Pedro, sigo sin ser sincera, lo que de verdad me preocupa más es Claudia. Sé que hizo méritos para que tú te hartases de ella, pero... —Me quedé en silencio y observé que me miraba cariñosamente—. ¡Ay!, Pedro, mi
querido Pedro, ella sigue sufriendo mucho; seguro que en ella no te lo creerás; pero... por favor... cree en mí. Soy su mejor amiga y su principal soporte, desaparecido tú tras vuestro divorcio; desgraciadamente ha recuperado su animadversión a ser tocada, la hafefobia que dice nuestro amigo el psiquiatra Miguel, se ha vuelto a reproducir; apenas me soporta a mí. Sé que la quieres y no podrás negármelo. De hecho, yo padezco lo mismo que tú en un plano muy diferente; soy deseada pero no querida, o al menos no tanto como yo quisiera, al revés que tú, que eres muy querido sin un gran deseo. No sé cómo convencer a mi marido, Javier, para que me evite esa sensación de apatía. Puede ser perniciosa. Nuestra diferencia es que tú la quieres y... no me lo niegues. Y ella te adora y, sin ti, se ha convertido en una nulidad.
Pedro se quedó en silencio sonriéndome y me apostilló:
—Por lo que sé y me han contado, tú incluida, has tenido numerosas parejas que eran auténticos modelos; pero producían tristeza o aburrimiento en cuanto abrían la boca o alternabas con ellos. Tienes que rebajar tus expectativas con tu marido y debes estimularle; él te quiere mucho; destacáis entre los matrimonios de nuestro entorno. Cítale a ciegas y recorred los jardines de vuestra casa escondiéndoos de miradas indiscretas, contemplad el cielo, dejad que os arrobe, recitad una poesía y entonces amaos allí. Te gustan mucho los niños y no me negarás que quieres ser madre; ¡intentadlo sin prevenciones, sin prisas, sin que sea solo por cumplir!
—¡Ay!, por favor, no me adoctrines; soy yo quien debe hacerlo contigo y Claudia. Sois tan inteligentes los dos que os pasáis de estación y veis nubes donde no las hay. Es el arte de la figuración de la que fue tu esposa. Pedro, la quiero más que a una hermana y por eso no voy a mentirte. He hecho muchos apuntes sobre vosotros; lo que me habéis contado y lo que he vivido, y quiero redactar vuestra historia. Sois un ejemplo de lo que no debe ser y, perdona, Pedro, Claudia es la culpable, pero tú, a pesar de tus creencias, ni has sido confesor ni has perdonado. —Me acerqué a mi primo y le di un gran pescozón. Pedro se llevó una mano a la cabeza herida y exclamó “¡caramba con tus dulces manos!”—. No te voy a pedir perdón, mereces tantas como las collejas que daban los maestros para que sus alumnos aprendieran; método muy eficaz hoy sancionado. Son tantas que no cabrían en tu cabeza, te sonrío, pero no me reiré. Ninguno de los dos os comportasteis pensando en vuestras promesas cuando os casasteis. Tú me sorprendiste, querido Pedro. Si fuiste capaz de superar el dislate de vuestra boda ¿cómo no te comportaste generosamente cuando a ella le hizo más falta? Le era necesario tu hombro para apoyarse en él, para pedir perdón y superar su mala imagen de aquel día. Pero tú diste el portazo.
—Bien, prima, te has salido de lo que teníamos concertado, no puedo agradecerte todo lo que me has dicho. Has hecho méritos para que yo también te dé un pescozón. —Hizo un amago, pero no me asusté y me eché a reír de nuevo—. Solo colaboras a que mis cargos de conciencia sean mayores tras un trauma que deberíamos haber superado ambos. Ella no es católica; rectifico, bautizada pero despegada; la nulidad del matrimonio ni la considera. En el altar solo se sentía protagonista como una novia bellísima y envidiada, que deslumbró a los invitados tanto a pie del coche que la trajo, como en el pasillo de la iglesia camino del altar. Ni siquiera comulgó, lo cual sabía que me iba a molestar, y me tuvo a su lado con un papel de comparsa. Entonces entendí que ella había empezado a marcar su territorio, y lo ha defendido como no lo hicieron nuestros antepasados� Perdona, Marina, no quise ponerles de por medio.
Me levanté, él también y le di un abrazo. Me acompañó hasta la puerta, que abrió él mismo. Entonces, y ante todos, ahora fue él quien me abrazó y me besó una mejilla mientras me decía:
—A pesar de todo, te quiero. Adiós celestina, y cuídate.
—Adiós Pedro, ya me dirás algo sobre lo que menos me importa: Rumanía y, si me solucionas al menos lo de Claudia, hasta me olvidaré de mi país de origen como regalo de reconciliación, —él se rio—. Claudia me importa mucho más y estoy convencida de que te pierdes una gran felicidad con una mujer asombrosa... ¿por qué no la llamas para ver a vuestro hijo? Termino. No quiero ser impertinente, gracias por todo, mi querido primo.
Me alejé de la puerta, recordé algo y retrocedí:
—Vuelvo, como pesada que soy —le dije antes de que cerrase la puerta del despacho—. A Claudia le ha parecido bien que haga un relato sobre vuestra relación. Te agradecería que tú también me lo permitieses; ya te lo comenté antes. Así, con vuestras aportaciones seré más ecléctica y...
—Sé que te gusta escribir; con nosotros tienes un relato sustancioso. Pregúntame siempre que quieras y —riéndose— responderé no lo que tú quieras, sí lo que sea mi verdad.
Cómo se conocieron
Se casaron hace menos de dos años. Fue un enlace tan rápido que ni yo, ni nadie, pensamos, que aquello pudiese suceder. Se conocieron en el despacho de abogados y asesoría financiera Libertas&Cía. Pedro ya llevaba cuatro años trabajando en él y había conseguido una notable aceptación entre los socios del bufete. Antes de comenzar su idilio, sus relaciones con Claudia fueron discordantes con frecuencia, casi en permanente suspicacia y a veces, para ambos, o uno de los dos, irritantes. Fue así en un largo principio hasta que se maceró lo que fue un gran amor.
Claudia le había pedido a su padre que la dejase trabajar como abogada y traductora en cuestiones extranjeras en el despacho que él controlaba.
Cuando su padre, el marqués de Gonzaga, por fin accedió a los deseos de su hija, la llevó personalmente a la oficina un 18 de abril. Allí ya le explicó que tenía unos 450 metros cuadrados; sobre un plano le indicó por dónde se iban a mover. Los tres despachos principales dan a Recoletos. El mayor, de unos 30 metros cuadrados, es el del CEO (el director ejecutivo) y a su lado está el de su padre al que acude muy pocas veces, por eso lo ocupa otro de los cuatro socios. El despacho vecino es simétrico al del marqués; se llega a ellos desde la puerta de entrada, tras un espacioso hall por un amplio pasillo. A la izquierda, la gran sala de reuniones con una mesa para que cómodamente se sienten doce personas. En vertical a aquel pasillo se inicia otro. En él hay dos despachos tabicados; uno de ellos lo ocupa Pedro. El otro, le explicó el padre a su hija, es el que ocuparás tú de momento:
—Si ampliamos a otra planta, lo tendrás mejor —le animó. El resto del personal se distribuía entre titulados primero y luego ayudantes diversos y los archivos de empresa con un despacho muy pequeño para el encargado.
El marqués —aunque ya la conocieran—, la presentó primero ante su CEO, Mariano Juste, y sus otros dos socios. Luego fue de despacho en despacho; así el marqués pudo conocer a gran parte del personal, que hasta entonces él desconocía; todo lo dejaba en manos