Marina escribe un libro. Ángel Morancho Saumench

Marina escribe un libro - Ángel Morancho Saumench


Скачать книгу
para mi marido! —Se volvió a reír—. Así, en mi tiempo libre, brujuleo mucho; y me entero de muchos cotilleos; ya había llegado a mis oídos, y el de otros muchos, vuestro emparejamiento. Algún malicioso ha dicho que tú lo que pretendes es integrarte en nuestro mundo desde el que se maneja mucho poder. Lamento decírtelo, pero ya sabes lo mal intencionada que es la gente.

      —Gracias por tu sinceridad, Marta; pero si contemplamos solo un instante a Claudia ¿por qué no pensar que es su belleza lo que me ha cautivado? Y, cuando la he conocido mejor, añado su gran intelecto que lo acompaña con su divertido lenguaje. Es mezquino el fondo de lo que me dices, es infravalorar a Claudia, quien hubiese sido la primera en darse cuenta. —Claudia pasó su brazo por los hombros de Pedro y dijo:

      —Qué ruindad, ¿verdad, querido?

      Ahora fue Joan el que insistió con su insolencia:

      —Sabemos que eres hijo de un patán nuevo rico. —Se produjo un espeso silencio. Pedro se levantó furioso.

      —Joan, retira ahora mismo lo de patán o tendremos que partirnos la cara al estilo barriobajero que parece ser que es el que te gusta.

      —Joan —intervino seriamente otra vez Miguel—, todos sabemos que mejor hubiese sido que no aparecieses por aquí; no nos des la razón.

      —Bien, la retiro ya que me lo pides tú, Miguel; pero no sé si sabéis quién fue su padre. —Se produjo un espeso silencio.

      —Sí, lo sabemos; el padre de Claudia no se cansa de propalarlo —apuntó Miguel.

      —Ojalá en este país —pensó Pedro en voz alta— hubiese más emprendedores como mi padre; y no tanta gente viviendo de sus antepasados o de sus adherencias políticas. —Noté en sus caras que esta última frase no les sentó bien a algunos de los presentes.

      —Pedro —dijo Marta, conciliadora y sonriente— excúsame; ahora que te conozco algo podría decir ¡qué suerte la de Claudia! Un galán con tu presencia, hay muy pocos; y menos si le acompaña ser un notable profesional. Pero recuerda que muchos te verán como un ambicioso de poder, pues por patrimonio sabemos que no te hace falta.

      —Estoy segura de ello —siguió Marta—, tengo que invitarte a comer en mi casa y te haré hablar de lo que piensas, un lavado de cerebro. Debes de ser muy interesante y mis comidas inducen a la confesión de secretillos. —Volvió a reírse con gracia.

      —Será un placer.

      —Excelente vino el que has elegido, Marina. —Miguel volvió a templar el ambiente—. Se aprecia tu ascendencia rumana con los buenos caldos que allá tenéis; y con este buen vino en nuestras copas propongo un brindis para que nuestra gran amiga sea feliz con Pedro; así seguro que él también lo será con ella.

      Lo hicimos y sin malos modos; quise aclarar:

      —Miguel, te recuerdo que nací allí, pero en Rumanía apenas viví un par de meses de recién nacida.

      Fue transcurriendo el tiempo hasta que Joan volvió a lo suyo: incordiar.

      —Claudia, con tu conocido estilo irónico apenas has salido en defensa de quien pretende, —con aguda entonación en esta palabra— ser tu marido.

      —Joan, te contesto con una vulgaridad, eres un mala leche y tendré que pensar si, además, eres una mala persona. Y te ruego que no sigas con tu animosidad. Si no vas a callarte mejor nos vamos Pedro y yo, ya. Además, empieza a ser tarde.

      —Tarde para qué, ¿me lo puedes explicar, Claudia? —dijo burlón Joan.

      —Eres tóxico, Joan... Buenas noches a todos; con vosotros he pasado hoy más malos ratos que buenos. Pero sabéis que os quiero, incluso al enredador Joan.

      —Deseo que os marchéis por una buena razón que no sea por las impertinencias que se han producido aquí —dijo Miguel.

      —Es así, querido Miguel; te agradezco tus apaciguadoras intervenciones —contestó Claudia ya en pie.

      —El consejo de tu casi hermano es que prescindas en tu entorno de quienes eliminen tu sonrisa. Sed felices —terminó Miguel.

      Les despedí a la puerta de la taberna; antes le comenté a Claudia:

      —No pude evitar que viniera Joan; se había enterado por Marta. Él, hasta me amenazó con presentarse por las bravas. Pensé que si era así el resultado hubiese sido mucho peor. Ya has dado un gran paso Claudia —le dije cogiéndola de las manos—, creo que Pedro ha caído bastante bien, aunque no le hayan abierto los brazos, salvo Miguel; cierto es que Pedro se pasó con su referencia a los antepasados.

      —Gracias Marina; como siempre has sido mi valladar, esta vez acompañada por Miguel. —Me volvió a dar grandes besos—. Repito, por los muchos que no te di cuando era fóbica. Ahora recuerdo cómo me anunciaron de cuán hosca sería mi vida con ese problema.

      —He estado a tu lado y te aseguro que lo has sobrellevado muy bien; y me encanta esta cadena de besos; más que día de..., que preconiza la ONU, deberíamos declarar a octubre como el mes de los besos.

      Pedro nos esperó a unos pasos. Él me dio las gracias y ella se aferró a su brazo y se apretó contra él. Me contasteis más tarde vuestra conversación, de camino a casa:

      —¿Qué piensas de mí ahora, Pedro?

      —Que te quiero con locura.

      —Eso es muy bonito, querido, pero no es una respuesta.

      —Me habíais preparado para una tensa velada; creo que hemos dado un paso adelante que es importante para ti. Confieso que mi simpatía por ellos es muy limitada, pero mi admiración por ti ha crecido. He sentido cómo te contenías cuando el enojo casi se te apoderaba; sinceramente creo que les has sorprendido. Joan quiso provocarte y creo que en otro momento le hubieses acorralado, pero te dominaste. Hoy no, Claudia, pero en otro momento me tendrás que explicar más sobre tu relación con él. Bueno, perdona; no quería usar el imperativo; tú misma. Ahora déjame que te acaricie...

      Dos días más tarde, comí con Pedro y mi tía Andra; nos preparó comida rumana, en mi honor, me dijo ella. Nos sirvió un tinto rumano exquisito: un Bâbeascâ Neagrâ. Comenzamos con un plato de verduras con lombarda como protagonista y después un preparado de carne de cerdo. Ella nos comentó que en Rumanía se dice: “El mejor pescado es el cerdo”. De postre, tomamos el más conocido: Cozonac, un dulce tradicional, una trenza hecha con huevo, mantequilla, harina y leche. Entonces nos sirvió un licor que yo sí conocía: el tuica, un aguardiente de ciruela. Andra estuvo muy cariñosa, me habló mucho de la familia y no quiso contarme las atrocidades que tuvieron que penar; pero no dijo ni una palabra sobre Claudia. Después tuvo que marcharse; ya nos había advertido de que tenía un consejo de administración a primera hora de la tarde. Nos quedamos solos Pedro y yo. Mientras nos levantábamos de la mesa para ir al cuarto de estar, le dije algo que llevaba días rondándome por la cabeza:

      —Yo no puedo prepararos la reunión con tus amigos, tengo que recurrir a ti. No nos conocemos lo suficiente para que yo sepa quiénes son esos amigos.

      Mi primo me contestó sonriendo:

      —Lo tienes fácil, Marina. No son muchos, más bien solo uno: el único íntimo se llama Bruno Escocer, es arquitecto. Por la crisis en la construcción ha tenido que emigrar a México; me ha prometido que nos dará la enhorabuena por Skype. O sea que lo tenemos


Скачать книгу