De la deconstrucción a la confección de lo humano. Oscar Nicasio Lagunes López
el ente y la realidad, que Nietzsche elaboró a lo largo de los años. Hacia el final de su vida lúcida, en el cuaderno de otoño de 1887 presenta su revolucionaria doctrina de “la suposición del ente”, según la cual el principio de no contradicción de Aristóteles es puesto copernicanamente, esto es, en una forma completamente distinta a como lo entendió siempre la tradición. Nietzsche inicia el tema asentando que “la suposición del ente es necesaria para poder pensar e inferir: la lógica maneja sólo fórmulas para lo que permanece igual”.55 Teniendo como trasfondo la convicción de la permanente fluidez de lo real, Nietzsche completa: “hay en nosotros un poder que ordena, simplifica, falsifica, separa artificialmente. ‘Verdad’ —voluntad de dominar la multiplicidad de las sensaciones… crear la ilusión del ente”.56
En este sentido, el tema de la verdad asume de igual manera una caracterización totalmente distinta a la tradicional; y justo por su carácter parcial, el mundo moral construido sobre ella es falso:
La voluntad de verdad es un hacer-fijo, un hacer-verdadero-permanente, un quitar-de-la-vista aquel carácter falso, una reinterpretación del mismo como ente. La verdad no es, por lo tanto, algo que estaría allí y que habría que encontrar, que descubrir, sino algo que hay que crear y que da el nombre a un proceso, mejor aún, a una voluntad de subyugar que en sí no tiene fin: introducir verdad como un processus in infinitum, un determinar activo, no un volverse consciente de algo que fuera en sí fijo y determinado. Es una palabra para la “voluntad de poder”.57
Más adelante, aparece un fragmento que Heidegger también comenta, y que incluye la presentación de la inversión del principio de no contradicción:
La lógica sería en todo caso un imperativo, no para el conocimiento de lo verdadero, sino para poner y arreglar un mundo que debe llamarse verdadero para nosotros. En resumen, queda abierta la pregunta: ¿los axiomas lógicos son adecuados a lo real, o son criterios y medios para crear previamente para nosotros lo real, el concepto de ‘realidad’?… Por lo tanto, el principio no contiene un criterio de verdad, sino un imperativo acerca de lo que DEBE valer como verdadero.58
En opinión de Heidegger, aquí el principio de no contradicción implica la: “posición (Setzung) de una medida… La posición del criterio para lo que debe poder valer como ente, que se encuentra en el principio de no contradicción, es un ‘imperativo’, o sea una orden. De este modo, nos vemos trasladados a una región completamente diferente”.59
El texto de Nietzsche, muy proclive a ser interpretado de subjetivismo radical, es presentado por Heidegger en conexión con las ideas vitalistas y pragmáticas del pensador de la “voluntad de poder”, en estos términos:
El conocer, sin embargo, en cuanto re-presentar del ente, de lo consistente, es, en cuanto aseguramiento de la existencia consistente, una constitución esencial necesaria de la vida misma. Por lo tanto, la vida tiene, en sí, en su vitalidad, el rasgo esencial de ordenar. El aseguramiento de la existencia consistente de la vida humana se lleva a cabo, por consiguiente, en una decisión sobre lo que deba valer en general como ente, sobre lo que quiera decir ser.60
La idea general del párrafo, en la visión de Heidegger, es echar luz sobre la urgencia que tiene la vida humana de controlar el flujo real y de avenirse exitosamente en toda situación hipotética, mediante el recurso darwinistamente presentado, del concepto básico del ente como dato inmediato que se presenta ante la sensibilidad y el entendimiento con aspecto desafiante y apremiante. La vida no puede esperar y tiene que resolverse ante el reclamo real, y así el ser humano echa mano de sus habilidades de supervivencia como especie. Ahora bien, más que un simple y llano “conocer para vivir”, el de Nietzsche es, según Heidegger, “una consecuencia de una constitución esencial”.61 Con ello, Heidegger desmarca las ideas nietzscheanas sobre el conocimiento de las doctrinas meramente pragmatistas de la verdad. Aquí, el ordenar del conocimiento es “esencial, y es el primero en poner el hacia dónde y el para qué”.62 En su comentario, Heidegger añade que de fondo yace aquí una doctrina sobre la libertad, la cual asume ahora el profundo sentido del verbo inventar.
Ahora bien, aclara Heidegger, cuando Nietzsche habla de no poder contradecir el principio, y usa expresamente el término “incapacidad”,63 expresión ciertamente equívoca, en realidad “ello se explica por la intención de conseguir la contraposición más extrema al concepto tradicional de verdad, para que de este modo su interpretación del conocer y del tener-por-verdadero sea tan llamativo que se vuelva casi un escándalo… El peso de la contraposición radica en destacar el carácter de posición, invención y orden, a diferencia de la copia que reproduce algo que está allí delante.”64 En una, se trata de destacar suficientemente el papel activo del sujeto cognoscente en el entero proceso del conocer.
Cuando en las lecciones de este semestre de 1939 llega Heidegger al nuevo tema, “La verdad y la diferencia entre mundo verdadero y mundo aparente”, parte de una explicación sucinta de todo el pensamiento nietzscheano desde la frase que afirma que la verdad es un valor necesario en el proceso vital, pero no es el valor supremo. Y lo hace en estos términos:
La interpretación que hace Nietzsche de la esencia de la verdad resulta, por cierto, una disminución de su rango, lo que puede evidentemente resultar sorprendente si se mira el anterior predominio metafísico de lo verdadero como lo que es y vale en sí y eternamente. Sin embargo, el proyecto metafísico de Nietzsche está ante nosotros con claridad y de modo no forzado: la verdad, en cuanto volver consistente, forma parte de la vida. La vida misma, integrada en el caos, le pertenece propiamente a éste, en cuanto sobrepujante devenir, en el modo del arte. Aquello de lo que no es capaz la verdad, lo lleva a cabo el arte: la transfiguración de lo viviente hacia posibilidades más altas y, por su intermedio, la realización y el ejercicio de la vida en medio de lo propiamente real, del caos.65
Se incorpora ahora la temática de la contraposición o complementación entre verdad y arte que, a fin de cuentas, es la distinción entre mundo aparente y mundo verdadero. Y ya que la verdad fija con su esquematismo el caos, mientras que el arte lo sigue en su fluidez libre, se introduce entonces la inversión del platonismo: “el mundo verdadero es lo que deviene, el mundo aparente es lo fijo y consistente”.66 Sólo por este camino es posible entender cabalmente la “ambigüedad” que aparece en Nietzsche cuando habla sobre la esencia de la verdad, pues al calificarla como “esa especie de error”, no hace sino alusión a lo que Heidegger aclara:
En la inequívoca determinación de la esencia de la verdad como error se piensa necesariamente la verdad dos veces, y en cada caso de modo diferente, es decir, se la piensa de manera ambigua: por un lado como fijación de lo consistente, y por otro como conformidad con lo real.67
Consecuentemente, y aludiendo Nietzsche claramente al tema de la ομοιωσις o adaequatio, se entiende ahora a qué se refiere con la atribución del término “error” a la esencia de la verdad: “Sólo sobre la base de esta esencia de la verdad como conformidad puede ser un error la verdad como consistencia… (así pues), la conformidad no tiene que interpretarse necesariamente en el sentido de una concordancia que copia y reproduce”.68
Más interesante aún, para los fines de nuestra temática, es la siguiente observación de Heidegger:
Cuando Nietzsche rechaza, y con razón, el concepto de verdad en el sentido de una adecuación reproductiva, no necesita por ello repudiar también la verdad en el sentido de conformidad con lo real. Y, efectivamente, no repudia de ningún modo esta determinación tradicional, que pareciera ser la más natural, de la esencia de la verdad. Ésta sigue siendo, por el contrario, el criterio para poner la esencia de la verdad como fijación en oposición al arte que, en cuanto transfiguración, es una conformidad con lo que deviene y sus posibilidades y, precisamente en base a esa conformidad con lo que deviene, constituye un valor superior.69
Ahora bien, estrictamente hablando, ni siquiera el arte logra fijar o aprehender del todo el flujo real, pues en la visión