De la deconstrucción a la confección de lo humano. Oscar Nicasio Lagunes López
El valor es, entonces, un nuevo ordenamiento “dispuesto” por ese “mirar”, o por ese punto de vista. La que está detrás de ese mirar es la vida misma, que quiere crecer y conservarse. Frente al embate del devenir, la vida pone valores en orden a su conservación y aumento. En esta dinámica aparece patente cómo la vida es, en sí misma, voluntad de poder; voluntad de conservarse y crecer, “ser señor”, “dar órdenes, ordenar”, “la voluntad se reúne consigo misma”, se pliega en un “autorrecogimiento”, “se quiere a sí misma”.107 Este movimiento incesante es el eterno retorno de lo mismo, pues en ese querer de aspiración infinita “la voluntad quiere la superación de su propio poder, no descansa por muy rica que sea su vida”.108
Dentro de este marco doctrinal en torno al tema del valor, la antigua concepción de verdad tiene un nuevo lugar, ingresa ahora como condición dispuesta por la voluntad de poder; por lo tanto, “la verdad es, en cuanto tal condición, un valor… el estable aseguramiento de las existencias del círculo a partir del que la voluntad de poder se quiere a sí misma”.109 Más allá de la manifestación, más allá de la adecuación, y también más allá del deseo de certeza, la verdad es una afirmación, un poner en firme algo: para, a partir de ahí, comenzar a crear (arte).
Ahora bien, como ya lo había dicho en el curso de 1939, esta nueva cualidad de la verdad no basta para las necesidades todas de la vida, ya que ésta precisa, en medio del caos del devenir, abrir posibilidades y proveerse con ellas. Como sabemos, esta “creación de posibilidades de la voluntad, las únicas a partir de las cuales la voluntad de poder se libera hacia sí misma, es la esencia del arte”. Por eso la frase de Nietzsche: “el arte como el gran estimulante de la vida”.110 He aquí de nuevo la razón por la que, para Nietzsche, el arte tiene más valor que la verdad, como se dijo antes.
De esta manera, tanto el tema de la verdad como el del arte identifican a Nietzsche como un pensador plenamente moderno, ya que de esta manera la vida aparece como aquella que muestra una “exigencia de seguridad” y que, en la forma de instaurar valores, “se hace justicia constantemente a sí misma y en este devenir es justicia”.111 En este nuevo ritmo, los antiguos valores sufren una desvalorización y aparece una transvaloración de todos los valores reflejada en la frase “Dios ha muerto”. Ello indica la aurora de una nueva época en la que la voluntad de poder es incondicionada y en la que “la decadencia de los valores normativos toca a su fin… y una figura esencial del hombre pasa por encima del hombre anterior… el nombre para esta figura esencial es el ‘transhombre’”.112
Heidegger desarrolla ahora el tema del transhombre o Übermensch, y afirma que este término “nombra la esencia de la humanidad que, en tanto que moderna, empieza a penetrar en la consumación esencial de su época. ‘El transhombre’ es el hombre que es hombre a partir de la realidad efectiva determinada por la voluntad de poder y para dicha realidad”. De ahí la conclusión de Heidegger: “El hombre cuya esencia es la esencia querida a partir de la voluntad de poder, es el transhombre”.113 La consecuencia de dicha autoafirmación del hombre al final de la modernidad es que, “sin previo aviso y, sobre todo, sin estar precavido, el hombre se encuentra situado, a partir del ser de lo ente, ante la tarea de asumir el dominio de la tierra.”114
Adivinando todo posible desbande del arbitrio humano ante semejantes afirmaciones, Heidegger hace una aclaración pertinente:
La esencia del transhombre no es la licencia para el dominio desordenado de lo arbitrario. Es la ley, fundada en el propio yo, de una larga cadena de las mayores autosuperaciones, que son las que hacen madurar al hombre para lo ente, el cual en cuanto tal ente pertenece al ser, un ser que hace aparecer su esencia volitiva en cuanto voluntad de poder, y por medio de esa aparición hace época, concretamente la última época de la metafísica.115
Ahora bien, la razón de semejante afirmación por parte de Heidegger se debe a que
Lo que antes condicionaba y determinaba al modo de meta y medida la esencia del hombre, ha perdido su poder operativo incondicionado e inmediato y, sobre todo, infaliblemente efectivo en todas partes. Ese mundo suprasensible de las metas y medidas ya no despierta ni soporta la vida. Ese mundo ha perdido a su vez la vida: ha muerto. Habrá aquí y allá algo de fe cristiana, pero el amor que reina en ese mundo no es el principio eficiente y efectivo de lo que ahora ocurre… ese es el sentido metafísico de la frase metafísica: ‘Dios ha muerto’.116
Ante esta constatación, Heidegger pregunta si seguiremos evadiendo la verdad que contiene dicha frase; si podrá el hombre de hoy y de mañana hacer frente al “destino que surge de su esencia en vez de recurrir a toda suerte de medidas aparentes”. He aquí la razón, prosigue Heidegger, de la frase de Nietzsche que cierra la primera parte de su Zaratustra: “Muertos están todos los dioses: ahora queremos que viva el superhombre”.117
Central se vuelve aquí una aclaración más; dice Heidegger: sería muy superficial creer que simplemente el hombre está asumiendo por usurpación el lugar de Dios. La verdad es que dicho sitio puede quedarse vacío, ya que el punto aquí es asumir plenamente la propia subjetividad, como el ámbito efectivamente real. En esta revolución, “el sujeto es sujeto para sí mismo. La esencia de la conciencia es la autoconciencia. Por eso, todo ente es objeto del sujeto, o bien sujeto del sujeto. En todas partes, el ser de lo ente reside en el poner-se-ante-sí-mismo y, de esta manera, im-ponerse… El hombre accede a la subversión”.118
De mayores vuelos es la siguiente consecuencia:
El mundo se convierte en objeto. En esta objetivación subvertidora de todo ente, aquello que en principio debe pasar a disposición del representar y el producir, esto es, la tierra, es desplazado al centro de toda posición y controversia humana.
De ahí que Heidegger traiga aquí a colación la conocida frase de Nietzsche: “Vendrá el tiempo en que se conducirá la lucha por el dominio de la tierra en nombre de doctrinas filosóficas fundamentales”.119 Heidegger precisa que:
Dichas doctrinas “no aluden a las doctrinas de los eruditos, sino al lenguaje de la verdad de lo ente como tal, verdad que es la propia metafísica bajo la figura de la metafísica de la subjetividad incondicionada de la voluntad de poder… Con el inicio de la lucha por el dominio de la tierra la era de la subjetividad se encamina hacia su consumación.120
De ahí que Nietzsche hable continuamente del “gran mediodía”121 o del “desencadenarse enormes poderes”,122 pues desde su perspectiva “el ‘gran mediodía’ es el tiempo de la claridad más clara, la de la conciencia, que se ha vuelto consciente de sí misma de manera incondicionada”.123
Pero el proceso histórico de la “muerte de Dios” no termina aquí, se agudiza aún más, ya que afecta incluso al ser mismo, pues también se ha degradado y “se ha convertido en valor”. Y aquí radica el último golpe contra Dios y contra el mundo suprasensible, pues desde una óptica luterana, Heidegger comenta la frase de Nietzsche con estos términos: Ya no importa si Dios pueda ser conocido o si su existencia pueda ser pensada, pues “Dios, lo ente de lo ente, ha sido rebajado a la calidad de valor supremo”. Y curiosamente, dicho golpe ha sido asestado no por los increyentes, sino por “los creyentes y sus teólogos, que hablan de lo más ente entre todos los entes sin que jamás se les ocurra pensar en el propio ser, con el fin de darse cuenta de que ese pensar y ese hablar, vistos desde la fe, son la blasfemia por excelencia en cuanto se mezclan con la teología de la fe”.124
Entrando en la categoría de un valor, tanto Dios como el ser quedan al arbitrio no de una demostración, sino al de la afirmación o negación de una determinada valorización. Han quedado atrás las viejas disputas sobre si hay Dios; ahora permanece el hecho de que “han matado a Dios”, “nosotros lo hemos matado”, “todo el horizonte (normativo) ha sido borrado”, ha comenzado el tiempo de “pensar según valores”,125 esto es, de pensar según lo que se decide como importante o valioso; el verdadero aniquilar de la metafísica de la voluntad de poder es que “no deja en absoluto que el propio