De la deconstrucción a la confección de lo humano. Oscar Nicasio Lagunes López

De la deconstrucción a la confección de lo humano - Oscar Nicasio Lagunes López


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una apariencia transfiguradora. No hay un ‘mundo verdadero’ en el sentido de algo que permanezca igual.”70

      Por este camino, el punto que resta enfrentar es el de la oposición, real o ficticia, de mundo verdadero y mundo aparente. Siguiendo a Nietzsche, Heidegger acepta que dicho pensamiento: “Tiene que ser abolido; entonces sólo queda como resto el mundo aparente, el mundo como una apariencia en parte necesaria y en parte transfiguradora: verdad y arte como formas fundamentales en las que hace aparición el aparecer del mundo aparente… ¿No es entonces el mundo aparente por sí sólo el único mundo?”71

      Con este giro radical no desaparecen verdad y apariencia, conocimiento y arte, pero sí que se ha transformado la esencia de la verdad. Ingresan aquí “los inmoralistas”, entre los que Nietzsche se cuenta. Heidegger se refiere al siguiente párrafo:

      Los príncipes europeos tendrían que meditar realmente acerca de si pueden prescindir de nuestro apoyo. Nosotros, inmoralistas, somos hoy el único poder que no necesita aliados para llegar a la victoria: por eso somos, con mucho, los más fuertes entre los fuertes. Ni siquiera necesitamos la mentira: ¿qué otro poder podría prescindir de ella? Una fuerte seducción lucha por nosotros, quizá la más fuerte que haya: la seducción de la verdad… ¿de la “verdad”? ¿Quién me ha puesto esta palabra en la boca? Pero ya la vuelvo a sacar, desdeño la orgullosa palabra: no, tampoco la necesitamos a ella, llegaríamos al poder y a la victoria también sin la verdad. El encanto que lucha por nosotros, el ojo de Venus que cautiva y enceguece hasta a nuestros enemigos, es la magia del extremo, la seducción que ejerce todo extremo: nosotros, inmoralistas, somos los extremos.72

      La hermenéutica de Heidegger en este texto es inmejorable, ya que ubica con claridad los elementos, los protagonistas y los destinatarios del texto. Aquí “los inmoralistas” son ahora los que ya han descubierto esta “verdad” que ha dejado atrás la ομοιωσις, y muy diferente a lo que puedan parecer como gente sin buenas costumbres o sin moral, son quienes han abandonado lo suprasensible como medida de lo sensible. Por eso añade Heidegger:

      En la medida en que toda metafísica se funda en la distinción del mundo suprasensible como mundo verdadero y el mundo sensible como mundo aparente, toda metafísica es ‘moral’. El inmoralista se opone a la distinción ‘moral’ que funda toda metafísica, niega la distinción de un mundo verdadero y de un mundo aparente y el orden jerárquico puesto en ella.73

      Por ello, el “inmoralista”, o propiamente “extremista”, es aquel que se ha orillado al extremo de ya no permitirse ir en busca de criterios y fines para este mundo tomados de “otro mundo”. De ahí la razón de los aludidos en el texto, “los príncipes europeos”, ya que siendo responsables del destino de sus pueblos deberían juzgar si pueden prescindir del apoyo de los primeros. Dice Heidegger:

      Esto quiere decir: deberían tener claro si las metas que proponen o admiten como válidas para sus naciones son aún verdaderas metas, si las hipócritas apelaciones a la moral, a los valores culturales, a la civilización y el progreso, no tienen como fondo una metafísica hace tiempo derrumbada.74

      Volviendo al núcleo de interés de esta temática, vale la pregunta que más adelante en sus lecciones se plantea Heidegger: “Pero si se derrumba el “mundo verdadero” de lo en sí ente, y con él también la distinción respecto de un mundo sólo aparente, ¿no es arrastrada por ese derrumbe también la esencia más general de la verdad en el sentido de la ομοιωσις? La respuesta de Heidegger: “De ninguna manera, antes bien sólo ahora llega esta esencia de la verdad a una exclusividad sin obstáculos”.75 De manera gradual, y complementaria, son necesarios conocimiento y arte en esta dinámica:

      El arte y el conocimiento se necesitan recíprocamente en su esencia. Sólo en su relación recíproca, el arte y el conocimiento proporcionan el total aseguramiento de lo viviente como tal. Ambos son, en esencia, una sola cosa: “asimilación y ordenación de la vida humana al caos: ομοιωσις. Esta asimilación no es una igualación a lo allí presente que lo imita y lo reproduce, sino transfiguración que fija, ordenante-inventiva, perspectivista-horizontal.76

      Finalmente, llega para Nietzsche la hora de hablar, con propiedad, de “justicia”. Esta palabra, explica Heidegger, es “el nombre metafísico para referirse a la esencia de la verdad, al modo en el que en el final de la metafísica occidental tiene que pensarse la esencia de la verdad”.77 A partir de entonces, concuerdan ambos pensadores, la ομοιωσις es pensada en su justa manera, luego de años de dogmatismo epistémico que se había olvidado del ente mismo. En 1886, Nietzsche dice que al respecto estaba “profundamente desconfiado frente a los dogmas de la teoría del conocimiento”,78 y Heidegger, por su parte, ve el entero proceso de una nueva visión de la esencia de la verdad como parte medular de la historia occidental del olvido del ser. Así pues, y explicando la dinámica de estos nuevos ajustes, la “justicia es la esencia de la verdad, entendiendo ‘esencia’ de modo metafísico como fundamento de posibilidad”;79 según esto, la posibilidad de la verdad radica en el fundamento que le da la nueva relación existente entre arte y conocimiento.

      Abundando sobre el concepto de “justicia” de Nietzsche, Heidegger afirma que: “es un modo de pensar ‘a partir de las estimaciones de valor’”, y éstas no son sino un “poner condiciones de la vida”. Así pues, lejos de tratarse aquí de meras decisiones arbitrarias, “valor” es aquí “el nombre que designa las condiciones esenciales de lo viviente… equivale aquí a esencia en el sentido de posibilitación, de posibilitas… no significan las valoraciones llevadas a cabo en el dominio del cálculo cotidiano de las cosas… sino aquellas decisiones que se toman en el fondo de lo viviente”.80

      Ahora bien, “justicia” alude aquí no sólo a la nueva estructuración de conocimiento y arte que Nietzsche ubica a la base o esencia de la verdad, sino también a su funcionalidad o dinamismo. Pues el pensar es enjuiciador, en el sentido de que hace estimaciones de valor que se abren paso, por decirlo así, en medio del caos del mundo. Dicho pensar es constructivo, ya que levanta lo que aún no está constituido; es eliminador, porque se abre paso por medio de decisiones sobre qué poner y quitar; y es aniquilador, pues aparta todo lo que estorbe a dicha constitución.

      Junto a lo anterior, en el pensamiento de Nietzsche —prosigue Heidegger— el concepto “poder” es unido al de “justicia”, ya que aquel dinamismo de conocimiento y arte que constituye la justicia, se vuelve además “un mirar lejos en torno… un ver más allá de las pequeñas perspectivas, y por lo mismo es también él mismo, y con más razón, un mirar perspectivista, es decir, un mirar que abre perspectivas”.81

      La justicia implica, pues, un mirar empoderado frente al caos del mundo. Consecuentemente, esta justicia empoderada mira más allá del bien y del mal, metafísicamente entendidos, ya que eliminada la distinción mundo verdadero y mundo aparente, elimina frente a sí las antiguas distinciones de la moral, y abre para sí una nueva perspectiva, un nuevo orden de prioridades, de valores.

      Hacia el final de su curso de 1939, Heidegger avizora la llegada al núcleo sintético de toda la doctrina de Nietzsche en torno a la esencia de la verdad; dicho núcleo sintético estaría conformado por el sintagma “voluntad de poder”. Encaminándose hacia la explicación de dicho asunto, Heidegger se pregunta primero si la justicia empoderada, de la que se habla antes, no corre el riesgo de lanzarnos a una mera arbitrariedad que no garantice la captación y consecución de lo recto (das Rechte).82 En coherencia con los propósitos de Nietzsche al pretender desbancar la metafísica tradicional, Heidegger reconoce: “ya no podemos preguntar de ese modo, pero al mismo tiempo tampoco tiene que volver todo a degenerar en la arbitrariedad”.83

      Para lograr una respuesta, Heidegger inicia especificando y subrayando que “el poder al que aquí se alude, es la voluntad de poder”.84 E inmediatamente hay que aclarar, continúa, que ni es el simple tomar la voluntad como poder ni el poder como voluntad, ya que por ese rumbo han ido “interpretaciones políticas… que alimentan el odio hacia lo alemán


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