De la deconstrucción a la confección de lo humano. Oscar Nicasio Lagunes López
altura la propia esencia, de tal manera que la propia esencia consiste en esa sobreelevación”. De este modo, se percibe cómo “voluntad y poder son lo mismo en el sentido metafísico de que se copertenecen en la esencia, originariamente una de la voluntad de poder… (así que) dar poder (quiere decir aquí) dar poder [Ermächtigung] para la sobreelevación de sí mismo”.86
Al realizar una síntesis para la conclusión del curso, Heidegger asienta que la voluntad de poder debe ser, pues, pensada “como justicia, a la justicia como fundamento de la verdad en el sentido de la ομοιωσις, y a ésta como el fundamento de la relación recíproca entre conocimiento y arte”. Por este camino, prosigue Heidegger, Nietzsche “lleva a su acabamiento la metafísica occidental”.87 Ahora bien, lo que se impone al final del recorrido es plantearse las preguntas: “¿Qué sucede, sin embargo, con la verdad de este proyecto? ¿Qué sucede con la verdad de los proyectos metafísicos y de todos los proyectos pensantes en general?”88
Heidegger reconoce que no se está en el momento histórico para responder con cabalidad, ya que todavía faltan los presupuestos esenciales; aún más, no pueden plantearse estas preguntas de manera suficiente ni dentro de la metafísica ni dentro del sistema de Nietzsche. Antes bien, todo aquí suena aún a proyecto. De ahí que Heidegger cite la siguiente frase de Nietzsche, en la que se advierte su propósito fundamental: “Humanizar el mundo, es decir, sentirnos en él cada vez más como señores” (Voluntad de poder, n. 614). Con este giro, el pensamiento de Nietzsche renuncia al ser y su tendencia permanente a la fijación, en nombre del devenir. Por esto último, Heidegger percibe que más que acabamiento de la metafísica, la propuesta de Nietzsche sea su negación más determinada, su superación mediante la preponderancia del devenir. En esta nueva visión, el devenir es visto ahora “como lo que permanece, como lo propiamente ente”.89 De ahí, la sentencia final de este curso de 1939: “Imprimir al devenir el carácter del ser, ésta es la suprema voluntad de poder”.90
La última lección del semestre, interrumpido por el inicio de la Segunda Gran Guerra, incluye una anotación importante de Heidegger. La metafísica toca aquí su acabamiento, que es un final; depende de las generaciones futuras que dicho final sea visto como necesario; eso sí, cierra Heidegger: “No nos está permitido explotar a Nietzsche para cualquier tipo de falsificación espiritual contemporánea, ni tampoco podemos, supuestamente en posesión de la verdad eterna, dejarlo de lado”.91 En pocas palabras, no es posible servirse superficialmente de este pensar pensante, y tampoco obviarlo en nombre de antiguas posesiones que con él han quedado removidas en sus cimientos.
b) A lo largo de cinco semestres, de 1936 a 1940, Heidegger siguió ocupándose de la obra de Nietzsche; esa fue la base para que, en 1943, pronunciara en círculos reducidos las ideas que terminaron en el texto “La frase de Nietzsche ‘Dios ha muerto’”, publicado en la obra Caminos de bosque, de 1950. En dicho libro, cada tema es tratado con la profundidad de quien se ha ocupado de él por años; además, la concatenación continua de temas y el remate final hacen que este texto se valore, no tenga desperdicio.
El propósito del texto es averiguar qué lugar ocupa Nietzsche en toda la historia de la metafísica occidental, y cómo enfocó el camino para una revolución de lo suprasensible (νοητον) en favor del mundo sensible (αισθητον).92 De fondo, sigue siendo el tema de la esencia de la verdad el que yace bajo el discurso de Nietzsche. La historia de la metafísica es presentada como historia del ser y la tensión entre éste y su dominio sobre el ente; de ahí que diga que en cada parte del camino histórico “el destino del ser va ganando sobre lo ente en bruscas épocas de la verdad”.93 En opinión de Heidegger, la metafísica de Nietzsche concierne a “la situación y el lugar del hombre actual, cuyo destino, en lo tocante a la verdad, ha sido escasamente entendido”.94
Así pues, y para iniciar la comprensión de la particular metafísica de Nietzsche, hay que recordar que ésta se halla bajo el signo del nihilismo que él compendió dentro de la frase “Dios ha muerto”. Según Heidegger, esta frase de Nietzsche “nombra el destino de dos milenios de historia occidental”.95 Consignada por vez primera en La gaya ciencia,96 y alusiva al Dios cristiano, hay que aclarar, no obstante, que en Nietzsche: “los nombres Dios y dios cristiano se usan para designar al mundo suprasensible en general. Dios es el nombre para el ámbito de las ideas y de los ideales… y desde la interpretación de la filosofía platónica llevada a cabo por el helenismo y el cristianismo, el único mundo verdadero y efectivamente real… mientras que el mundo sensible es el aparente, irreal”.97
Asumiendo la realidad de dicho veredicto, se mantiene en el aire la pregunta sobre aquello que vinculaba las acciones, sobre lo que despertaba y construía en los hombres todo tipo de proyectos. Éste es el estado primero del nihilismo, una nada que se extiende e inquieta a todos. Más aún, agrega Heidegger: “el nihilismo, pensado en su esencia, es el movimiento fundamental de la historia de occidente. Muestra tal profundidad, que su despliegue sólo puede tener como consecuencia catástrofes mundiales.”98 Y es que, mucho más allá de ser la expresión de un ateísmo vulgar, el nihilismo “reflexiona sobre lo que ha ocurrido ya con la verdad del mundo suprasensible y su relación con la esencia del hombre”.99
En este proceso histórico ha habido una sustitución de lo divino, lo cristiano, lo eclesiástico en nombre de la propia conciencia y la razón; y la huida del mundo sensible se vuelve ahora de interés por el progreso histórico, asumiendo el hombre la acción creadora, propia del Dios bíblico. Y lo que importa para los fines de este escrito es notar lo que Heidegger afirma al respecto: “La metafísica es el espacio histórico en el que se convierte en destino el hecho de que el mundo suprasensible, las ideas, Dios, la ley moral, la autoridad de la razón, el progreso, la felicidad de la mayoría, la cultura y la civilización, pierdan su fuerza constructiva y se anulen”.100
Para Heidegger, todo esto está a la base del término “nihilismo”, y toda visión superficial del mismo, a favor o en contra, pierde la profundidad y el impacto que el fenómeno histórico ha tenido en Occidente. De ahí que, en su opinión, haya que preguntarle a Nietzsche mismo qué entiende por “nihilismo”: “que los valores supremos se desvalorizan… falta la meta; falta la respuesta al ‘¿por qué?’”.101 Al respecto, el comentario de Heidegger es que “los valores supremos ya se desvalorizan por el hecho de que va penetrando la idea de que el mundo ideal no puede llegar a realizarse nunca dentro del mundo real. El carácter vinculante de los valores supremos empieza a vacilar. Surge la pregunta: ¿para qué esos valores supremos si no son capaces de garantizar los caminos y medios para una realización efectiva de las metas planteadas en ellos?”.102
Desde esta perspectiva, se ve cómo en Nietzsche el nihilismo no es sólo una decadencia, sino también una legitimación de dicha decadencia, la cual busca una “transvaloración de todos los valores”. Esta versión activa del nihilismo lo presenta no ya como destructor, sino como constructor de una nueva valorización del mundo. La dinámica de este proceso histórico se origina cuando se observa que “la realización efectiva de los valores hasta ahora supremos no se cumple. El mundo parece carente de valores. Por otro lado, en virtud de esta concienciación, la mirada escudriñadora se orienta hacia la fuente de la nueva instauración de valores, sin que el mundo recupere por eso su valor”.103
Ahora bien, es precisa aquí una aclaración: no se trata sólo de quitar de su sitio los antiguos valores y sustituirlos por unos nuevos que, suplanten, por así llamarlo, el sitio de los antiguos; más aún, el nihilismo busca eliminar también ese antiguo sitio valorador de toda la vida humana y del mundo, el lugar suprasensible desde el que se regía y juzgaba al mundo sensible. Íntimamente ligado al concepto de “vida”, el nuevo concepto de “valor” desplaza la importancia, y hasta aniquila (reduce “ad nihil”), el anterior sitio de las ideas antiguas, sustituyendo de manera positiva el mundo metafísico o suprasensible.104
Centrándose en la frase de Nietzsche, de que el valor supone un “punto de vista de las condiciones de conservación y de aumento