De la deconstrucción a la confección de lo humano. Oscar Nicasio Lagunes López
sonrisa, el llanto, el cambio del estado de ánimo, son más dominantes en las mujeres. La afectividad emotiva tiene la gran ventaja de la empatía, lo que lleva a la mujer a ser más compasiva, más tierna que el hombre. A causa de la afectividad, existe en la mujer la inclinación a dar prioridad a las razones del corazón más que a las de la razón.33
Pero como es bien sabido y probado por estudios reconocidos por su seriedad, la sensibilidad y la emotividad influyen en las facultades intelectivas34 y la inteligencia de la mujer se explica generalmente de modo diverso de la del hombre.
La inteligencia de la mujer es más intuitiva, la del hombre más discursiva. En correlación con el punto precedente, se encuentra también éste de la inteligencia intuitiva. La capacidad de comprender las cosas se puede explicar de dos modos: por intuición y por razonamiento discursivo. El razonamiento discursivo necesita a menudo de una elaboración larga y atenta. La intuición es una especie de relámpago y fulguración intelectiva, por la que se capta con un solo acto y en un instante la causa en el efecto. Hombre y mujer gozan de ambos modos de aprehender; pero la mujer parece más rica de intuición. La inteligencia, ayudada por el amor, quema etapas y llega enseguida a donde la inteligencia discursiva llega mucho más tarde.
Toda la vida de Miguel de Unamuno es una lucha entre la razón y la emotividad; él había puesto en evidencia la importancia de la inteligencia emotiva en el inicio de su obra Del sentimiento trágico de la vida: “El hombre, dicen, es un animal racional. No sé por qué no se haya dicho que es un animal afectivo o sentimental”.35 Se puede definir la inteligencia emotiva como la capacidad de comprender la realidad a través de la gestión de nuestra emotividad. No hay duda de que en esto la mujer tiene capacidades mucho más desarrolladas que el hombre.
La mujer es alocéntrica, el hombre es egocéntrico. Esta característica parecería a primera vista en contraste con la “hiperestesia de las sensaciones orgánicas” femeninas de la que hablaba antes. Lo que intento decir está bien descrito en el libro de Gina Lombroso, El alma de la mujer,36 y que se puede resumir así: la mujer tiene un centro de interés fuera de sí, en una persona distinta de sí, a la que puede comunicar y manifestar su afectividad. Quien ha tenido un poco de experiencia con matrimonios sabe que el amor en la mujer sobrepasa generalmente el problema del placer, para entrar por completo en el dominio psíquico; y la unión moral, sentimental y espiritual con aquel a quien ama, quita fácilmente el puesto principal en su ánimo y supera el placer físico sexual. La misma estructura biológica femenina evidencia esta estructura psicológica de recepción y acogida.
Esto me permite concluir que la identidad sexuada de la persona no puede reducirse a su estructura biológica; al mismo tiempo, hay que afirmar que no puede prescindir, separarse, o peor, contraponerse a ella. La identidad sexuada no depende sólo de la “soberanía de la voluntad”, sino de la naturaleza de la persona humana, que es biología, psique, espíritu. Ya lo decía bien claro Cicerón:
Si los derechos se fundaran en la voluntad de los pueblos, en las decisiones de los príncipes y las sentencias de los jueces, sería jurídico el robo, jurídico el adulterio, jurídica la suplantación de testamentos, siempre que tuvieran a su favor los votos, o los plácemes, de una masa popular […]. Y es que para distinguir la ley buena de la mala no tenemos más norma que la naturaleza, con la que se discierne lo justo de lo injusto […]. Pensar que esto depende de la opinión de cada uno y no de la naturaleza, es cosa de locos.37
Estados de intersexualidad psíquica
Ya hablé del transexualismo precisando que tiene componentes biológicos y psíquicos. Ahora me voy a referir a la homosexualidad. A diferencia del transexual, aquí los aspectos de la sexualidad no se sienten en sentido ambiguo y conflictivo; más bien es la atracción erótico-afectivo-sentimental a personas del mismo sexo. El homosexual no desea cambiar de sexo, sino simplemente tener relaciones sexuales y afectivas con personas del mismo sexo.38
El vocablo “homosexualidad” es la traducción del término alemán homosexualität, neologismo que une la palabra griega omoios (semejante, igual) y la latina sexus (sexo). El vocablo fue acuñado en 1869 por el doctor prusiano Kertbeny, para indicar las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. La intención de Kertbeny era usar un término neutro para indicar las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, dado que los términos usados hasta entonces (pederastia, sodomía) tenían una fuerte connotación negativa. Desde el punto de vista del análisis existencial humano, la homosexualidad es tan antigua como el hombre. Ya la filosofía griega intentaba darle explicación con el famoso mito del andrógino.39 Hombres ilustres, como Julio César, y emperadores, como Adriano, practicaban la homosexualidad. La homosexualidad (mejor bisexualidad) de César la describen Cicerón, Plutarco y Suetonio. Adriano tenía como amante preferido al joven esclavo Antinoo. Cuando el amante murió, Adriano lo transformó en un dios, erigiendo multitud de estatuas en todo el imperio. Desde el punto de vista social-político, la historia muestra un vaivén entre tolerancia y represión. Hubo aceptación y exhibición pública, en el arte, cultura, etc., en la Atenas clásica, el imperio romano, el renacimiento, y parte de la cultura occidental actual. Dura represión en el medioevo, la contrarreforma, la segunda guerra mundial, y aun no pocos países hoy día.
La cultura actual ha focalizado la atención de los medios de comunicación y de la política sobre ella. La filosofía, sin embargo, no puede contentarse con la constatación del fenómeno, sino que tiene la tarea de hacer una reflexión seria sobre sus causas.40 De ahí que sea necesario hacer algunas distinciones conceptuales fundamentales.
La primera es distinguir entre tendencia homosexual y comportamientos homosexuales.41 Hay homosexuales “no-practicantes”, que rechazan la etiqueta de “gay”, se abstienen de comportamientos y actos homosexuales; sin embargo, experimentan la tendencia hacia personas del mismo sexo como un aspecto innegable de su psicología y personalidad. Estas personas viven un contraste entre los valores en los que creen y sus tendencias sexuales. El otro grupo son los homosexuales “practicantes”, los que se reconocen gay, viven como tales, practican actos homosexuales, y —sobre todo— reivindican para este comportamiento y estilo de vida un reconocimiento de paridad con el heterosexual, incluso en el plano jurídico del matrimonio. En este grupo se trata de vivir y hacer valer una identidad sociopolítica y un estilo de vida homosexual, típicamente representado en los días del orgullo gay. En lo que sigue dejo de lado el segundo grupo, porque su análisis ya se ha hecho en la primera parte de este trabajo, y tiene muchos aspectos de tipo psicológico, social, político, ideológico, económico, etc., que concurren en su práctica y difusión. Más pertinente es la clarificación del primer grupo, es decir ¿cómo explicar la tendencia homosexual?
En la comprensión de la tendencia homosexual hay que tener en cuenta los diversos aspectos implicados: biológico, psicológico y sociológico. Desde el punto de vista biológico, un atento análisis de los datos científicos revela que los factores genéticos y hormonales no desempeñan un papel determinante en el desarrollo homosexual, si bien puede haber algunos factores que predispongan a ello. Queda ciertamente excluido el factor hereditario a nivel genético. Estudios serios, aún no superados, como los de Masters, Johnson y Kolodny, afirman que hoy “la teoría genética de la homosexualidad está casi totalmente descartada”;42 y Karlen concluye que “la realidad de los hechos demuestra cada vez más decisivamente que los genes no causan la homosexualidad”.43 Se puede admitir la existencia de algunos factores fisiológicos que pueden predisponer a carencias sexuales, y en consecuencia a la homosexualidad, pero no de factores predeterminados y mucho menos del “gen de la homosexualidad”. En este sentido, un desequilibrio hormonal podría tener cierto influjo en la predisposición si se dan las verdaderas causas de tipo psicológico.
Superada la explicación biológica, hay que reconocer la influencia causal de factores psicológicos y sociales. Un hecho es claro para los psicólogos y educadores: es muy importante que el niño o la niña encuentre su identidad sexual y se identifique con ella en los primeros años de la infancia. Una falta de realización en