De la deconstrucción a la confección de lo humano. Oscar Nicasio Lagunes López
hay una percepción subjetiva de incompleta identificación sexual que se repercute en la psicología de la persona. Esta carencia de identidad sexual se refiere a una situación interior asincrónica en relación con el propio sexo, que hace percibir su inadecuación en la expresión del propio Yo. Dicha inadecuación se manifiesta prevalentemente en la psicología y en la personalidad, y no necesariamente se hace explícita en rasgos de afeminamiento o masculinidad. La carencia de identidad sexual es frecuentemente un problema del desarrollo, ligado a relaciones familiares problemáticas, sobre todo con la figura masculina/femenina importante para el niño/niña.
Dicho así, parecería que toda relación familiar conflictiva conduce necesariamente a la homosexualidad, mientras la realidad de los hechos nos muestra situaciones de conflicto que no han generado esta tendencia. Por eso, la causa primaria no es tanto el conflicto o la ausencia de la figura paradigmática, cuanto la incapacidad del niño/niña para identificarse con la propia sexualidad a causa de un rechazo psicológico-emotivo hacia —o por parte de— una figura paradigmática. Si el infante es receptivo hacia la influencia paradigmática, el conflicto puede ser superado y la figura sustituida por otra, como hermanos, hermanas, familiares, educadores, etc.; pero cuando este impulso se frustra, la tendencia homosexual emerge como “esfuerzo reparador”.44 En psicología y en los centros de especialización se ha constatado que una actitud materna hiperprotectora, un excesivo autoritarismo paterno, conflictos entre padre-hijo —incluso inconscientes— no resueltos, la ausencia paterna/materna no sustituida por otra figura paradigmática, pueden ser los principales factores para que surja la tendencia homosexual.
Esta perspectiva evidencia que “el planteamiento determinista” de la homosexualidad, según el cual se nace homosexual y no hay nada que hacer, puede ser superado por “el planteamiento reconstitutivo” basado en la recuperación de la identidad sexual. La recuperación de las relaciones familiares auténticas, la autoaceptación y la eliminación de los sentimientos de culpa, el cultivo de una sana autoestima, el desarrollo de buenas amistades, son elementos fundamentales en este planteamiento. Reconstruir se puede, sobre todo, cuando la persona toma conciencia de que esto no es una fatalidad determinista que atenaza, sino un camino abierto.
COMPLEMENTARIEDAD EN LA DIFERENCIA E IGUALDAD DE DERECHOS FUNDAMENTALES
Concluyo el análisis con una reflexión sobre la igualdad de derechos de las personas. Las diferencias entre varón y mujer no tocan solamente la dimensión biológica, sino también la psíquica y cultural. Esta diversidad, sin embargo, se da en una igualdad de dignidad y derechos derivados de la misma naturaleza humana. Las personas, cualquiera sea la condición, orientación y situación, somos iguales y dignas de respeto absoluto. Entre los sexos se da interdependencia, correspondencia, corresponsabilidad y complementariedad.
Sobre la base de la unidad psicofísica de la persona se puede afirmar que masculinidad y feminidad son el resultado de la naturaleza humana, que no es sólo biológica, sino también psíquica y espiritual. El hombre no es únicamente un ser natural, sino también cultural. Hoy, la mayor parte de los estudiosos considera que la interacción entre naturaleza y cultura, entre factores biológicos y psico-sociales, contribuye a la estructuración de la identidad, incluso cuando no se conoce bien cuál es el equilibrio entre los unos y los otros. La identidad sexual es, por lo tanto, un hecho de naturaleza y de cultura juntamente. Angelo Serra, genetista, en un estudio sobre el tema afirma:
En realidad, en un análisis completo de la naturaleza e intensidad de esta fuerza en el hombre —análisis que no puede prescindir de una lógica meta-biológica que considera la totalidad de la persona— incluso admitiendo que el origen y la orientación están inscritos en ella en el nivel biológico, se debe reconocer que su naturaleza no es sólo de orden biológico, y su intensidad no es cuantificable teniendo presente sólo este nivel. En efecto, puede bien demostrarse que, al constituirse en su totalidad, al caracterizarse y al expresarse, intervienen simultáneamente, durante todo el desarrollo, otros componentes de orden psicológico y mental, derivados de las relaciones que se establecen entre el sujeto singular humano y el ambiente familiar y sociocultural, en el que es concebido, nace y crece, y por el ejercicio de la propia capacidad racional y volitiva, que se desarrolla a través del aprendizaje y la educación.45
Se puede sostener que la afirmación: “la mujer es igual al hombre” no es del todo precisa, pues, después de lo dicho, es patente que la mujer no es igual al hombre. Otra cosa es decir que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre. Esto es verdad, porque los derechos siguen a la naturaleza; el hombre y la mujer tienen la misma naturaleza. En el Génesis se narra que cuando Dios creó al hombre dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza […] varón y mujer los creó” (Gn 1, 26-27). Ambos tienen la misma naturaleza humana, la misma dignidad, los mismos valores. Por eso tienen los mismos derechos, porque éstos se derivan de la naturaleza ontológica. Pero puesto que tienen diversa personalidad (varón y mujer), tienen el derecho de que se observe y respete su personalidad diversa. La dualidad hombre-mujer es una completa paridad, si se trata de la dignidad humana y una maravillosa complementariedad si se trata de los atributos, de las propiedades y de los deberes, unidos a la masculinidad y a la feminidad del ser humano. Se podría afirmar que: “la humanidad está realizada en el nivel del individuo. Pero está completa en nivel de la reciprocidad sexual. La masculinidad realiza una versión esencial de lo humano. Como la feminidad es una modulación fundamental suya”.46
La dualidad y diferenciación sexual masculina y femenina es importante, pero no indica una diferencia de valor entre el uno y el otro sexo. Influyen en el desarrollo de la personalidad, sellan las peculiaridades propias de las actividades masculinas y femeninas, pero no son el uno superior al otro. Hombre y mujer están proyectados como seres correspondientes el uno al otro, en el mismo plano; se confrontan en el diálogo, en las actividades, en el sufrimiento y en la alegría, en el conocimiento y en el amor. En el mito que narra Aristófanes, en El Banquete de Platón, es precisamente el amor lo que recrea la antigua unidad.
[Si Hefesto] les preguntara: “¿qué es, realmente, lo que queréis, hombres, conseguir uno del otro?”, y si al verlos perplejos volviera a preguntarles: “¿Acaso lo que deseáis es estar juntos lo más posible el uno del otro, de modo que ni de noche ni de día os separéis el uno del otro? Si realmente deseáis esto, quiero fundiros y soldaros en uno solo, de suerte que siendo dos lleguéis a ser uno, y mientras viváis, como si fuerais uno solo, viváis los dos en común y, cuando muráis, también allí en el Hades seáis uno en lugar de dos, muertos ambos a la vez. Mirad, pues, si deseáis esto y estaréis contentos si lo conseguís”. Al oír estas palabras, sabemos que ninguno se negaría ni daría a entender que desea otra cosa, sino que simplemente creería haber escuchado lo que, en realidad, anhelaba desde hacía tiempo: llegar a ser uno solo de dos, juntándose y fundiéndose con el amado. Pues la razón de esto es que nuestra antigua naturaleza era como se ha descrito y nosotros estábamos íntegros. Amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y persecución de esta integridad. […] digo que nuestra raza sólo podría llegar a ser plenamente feliz si lleváramos el amor a su culminación y cada uno encontrara el amado que le pertenece retornando a su antigua naturaleza.47
La dualidad hombre y mujer es una uni-dualidad-complementaria. La partícula copulativa y que se pone entre los dos componentes de lo humano “hombre y mujer; varón y fémina”, tiene valor ciertamente “disyuntivo” en cuanto que indica la existencia de dos distintos seres humanos, poseedor cada uno de su propia personalidad aunque con una misma naturaleza, pero también y sobre todo tiene un valor de “conjunción”, en cuanto que las dos modalidades de lo humano están hechas para ponerse en íntima e irremovible relación dual, conyugal, con el fin de realizar, a través de la íntima unión e integración de las dos personalidades sexuadas, la totalidad y plenitud de lo humano.48
Esta uni-dualidad y complementariedad se manifiesta en la “conyugalidad”, es decir, en la unión física, psíquica y espiritual con la identidad opuesta. La unión interesa a la totalidad de la persona y no solamente a una parte suya. En el acto de amor conyugal, cuando es plenamente humano, está implicado el cuerpo, la psique y el espíritu de la persona.