Memoria y paisaje en el cine japonés de posguerra. Claudia Lira Latuz
que no solo actuaba como un medio para el cambio social, sino que también tenía ese efecto de unificar míticamente el pasado.
El sentimiento de culpa promovido por la “comunidad de contrición” de la izquierda de posguerra convertía en última instancia a los japoneses en víctimas de sus reminiscencias feudales. En cambio, Yoshimoto proponía sustituir la culpa por la responsabilidad que suponía entender la realidad concreta de los japoneses para no caer en los mismos errores del pasado, no impugnando la supuesta naturaleza premoderna de las masas sino haciendo un esfuerzo por comprender más allá de los grandes relatos sus relaciones inmanentes, su experiencia cotidiana, sus deseos, miedos y pensamientos. Para él, que durante la guerra había sido un ferviente seguidor de lo que después llamaría “fantasía colectiva” imperial, precisamente el brusco desarrollo de elementos del capitalismo en Japón había traído de la mano una alienación social que había hecho aflorar en la población un anhelo de comunitarismo mal canalizado por el ultranacionalismo, lo cual contradecía las teorías que achacaban a los remanentes feudales la causa del fascismo.
Desde el punto de vista de Yoshimoto, incluso los intelectuales más íntegros e insobornables de la izquierda japonesa de preguerra debían reflexionar sobre su propia responsabilidad de haber vivido ajenos a la realidad de las masas autóctonas y haber basado su política en una visión abstracta e idealista de lo que estas debían ser, pretendiendo aplicar directamente en Japón parámetros concebidos en el contexto europeo y tratando a la población como a un recipiente vacío sobre el que verter su ideología en lugar de considerarlo un sujeto del que aprender. Asimismo, los intelectuales de la izquierda de posguerra debían basar su acción política en esa responsabilidad y no caer en el mismo error del pasado.
A este cambio de paradigma que conduciría a la irrupción y desarrollo de la Nueva Izquierda japonesa contribuyeron también tres puntos de inflexión históricos, el primero de los cuales tuvo lugar en 1955. El PCJ, forzado por Moscú y Pekín, llevaba cinco años enviando guerrillas de estudiantes a las zonas rurales para hacer estallar una revolución socialista en lo que se conoce como “era del cóctel molotov” (Matsunami, 1970, p. 55)7. Pero en 1955, cuando Kruschev inició la nueva política de coexistencia pacífica tras la muerte de Stalin, el PCJ se vio de nuevo forzado por las presiones externas a cambiar de estrategia, esta vez sustituyendo ya definitivamente las armas por las urnas. En este contexto, cientos de jóvenes comunistas a los que se les había dado un fusil y se les había exhortado a dejarlo todo atrás para hacer la revolución, sintieron que el partido los había sacrificado en vano. Como consecuencia, muchos abandonaron para siempre la radicalidad política. Sin embargo, hubo algunos jóvenes que, a pesar de sentirse utilizados, no se arrepentían de lo que habían hecho, asumían la responsabilidad de sus actos en lugar de presentarse como víctimas del partido y decidieron no abandonar la acción radical. Estos fueron el germen de una ruptura definitiva con el PCJ que daría nacimiento al movimiento de la Nueva Izquierda japonesa a finales de la década (De Vargas, 2019), promovido en un primer momento por la Liga Comunista Revolucionaria (Kakukyodo), fundada en 1957, y sobre todo por la Liga Comunista (Kyosando), más conocida como Bund, fundada en 19588.
El segundo punto de inflexión en la historia política del Japón de posguerra que propició el cambio de paradigma en la izquierda se produjo en 1960 durante la campaña contra la reforma del Anpo9. El espíritu general de las protestas se basó en el miedo a que el gobierno devolviese a Japón a un pasado antidemocrático y premoderno, y empujase de nuevo a sus ciudadanos a una guerra. La izquierda institucional y los intelectuales progresistas basaron su discurso en esa misma postura defensiva. El PCJ incluso mantenía que el riesgo de retroceso se debía a que Japón era una semicolonia de Estados Unidos, víctima de sus intereses imperialistas.
En cambio, la Nueva Izquierda10 consideraba que en el Japón de la posguerra no había existido en ningún momento nada similar a un sistema de paz y democracia reales. En lugar de enfocar la campaña contra el Anpo desde el miedo a un pasado premoderno y al peligro de una guerra que afectase directamente a los japoneses, se lanzó a la ofensiva contra la democracia liberal como nueva forma de opresión y contra lo que consideraba complicidad, y no sometimiento, de la nación nipona con el imperialismo estadounidense. Pero, pese a que la Nueva Izquierda irrumpió con fuerza en la escena pública durante la campaña contra el Anpo y en cierta medida llegó a liderar las protestas, su vocación ofensiva fue minoritaria en relación al conjunto del movimiento.
Según Maruyama, los valores humanistas de paz y democracia fomentados por los intelectuales progresistas habían logrado que una sociedad civil japonesa cada vez más racional y moderna escenificase las protestas masivas que tuvieron lugar durante 1960, y consideraba que la alienación de todos aquellos que no se habían movilizado era un lastre de la premodernidad. En cambio, Yoshimoto, que fue de los pocos intelectuales que apoyó a la Nueva Izquierda durante la campaña contra la renovación del Anpo, hizo una lectura opuesta de los acontecimientos, concluyendo que la alienación era precisamente la raíz de esas movilizaciones y no la “ilusión” que Maruyama y otros albergaban respecto a la democracia liberal y el progreso de la modernidad.
El tercer punto de inflexión en el seno de la izquierda japonesa se produjo cinco años después de la reforma del Anpo, cuando Estados Unidos inició los bombardeos aéreos sobre Vietnam11. El enfrentamiento entre la potencia más poderosa del mundo y un pueblo como el vietnamita, con la determinación de resistir en inferioridad de condiciones, imbuyó a muchos activistas de un espíritu que superponía la voluntad subjetiva a las circunstancias objetivas. Además, Japón servía como base de operaciones para los ataques estadounidenses a Vietnam, por lo que muchos japoneses se sintieron responsables como ciudadanos de un país cómplice de las agresiones.
Nunca antes este sentimiento había arraigado tanto en la sociedad japonesa. Cuando durante la lucha contra el Anpo de 1960 la Nueva Izquierda condenaba la complicidad de Japón con la opresión de otros pueblos asiáticos, la gran mayoría de la población percibía ese mensaje en un plano meramente teórico y abstracto, pero Vietnam lo convirtió en una realidad tangible. Aun así, pese a tratarse de un conflicto bélico en el que Japón estaba implicado, no damnificaba directamente a sus ciudadanos, por lo que el compromiso contra la guerra debía basarse en un ejercicio de responsabilización y concienciación subjetivas; en este sentido, la expresión “interiorizar Vietnam” (Muto e Inoue, 1985, p. 58) se convirtió en una idea clave del movimiento.
Por otra parte, cabe decir que el “milagro económico” que estaba experimentando la sociedad japonesa en esa época era en parte consecuencia de la posición geoestratégica de Japón como aliado de Estados Unidos en el marco de la contención del comunismo en la región, así como de guerras que se libraban dentro de dicho marco, como la de Vietnam, que generaban grandes beneficios para el capital industrial japonés, repercutiendo en el PIB del país. El espectacular crecimiento económico, que convirtió a Japón en una de las mayores potencias del mundo, y el hecho de que semejante fenómeno estuviese relacionado con los beneficios extraídos de una guerra, contribuyó decisivamente al fortalecimiento de una conciencia victimaria y al debilitamiento de la conciencia victimista de posguerra.
Asimismo, a este cambio de mentalidad contribuyeron al menos dos factores más. Por un lado, la creciente abundancia material que estaba convirtiendo a la japonesa en una sociedad de consumo difuminaba superficialmente las diferencias de clase y, dado que las formas de opresión eran menos directas y los “enemigos” de la izquierda menos palpables, el foco se centró cada vez más en la alienación como forma de opresión, así como en el rol de la autotransformación del propio sujeto como vía para la transformación social. Y, por otro lado, cabe mencionar que la memoria de la Segunda Guerra Mundial, del fascismo y de la miseria de posguerra se iba desvaneciendo de generación en generación, y durante la segunda mitad de la década de 1960 la actitud defensiva basada en el miedo a un