Salvar un corazón. María Laura Gambero

Salvar un corazón - María Laura Gambero


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Son magníficas –comentó Antonella sin apartar la vista de las imágenes–. Te estás luciendo últimamente –se detuvo en una en particular–. Esta chica tendrá un futuro impresionante si sabemos guiarla –acotó con aire pensativo.

      –¿Sabemos? –presionó Mirko comprendiendo que Antonella había cometido un desliz–. ¿Qué podemos hacer nosotros para augurarle una buena carrera?

      –Bueno, darle el espacio adecuado aumenta su popularidad –fue la respuesta de Antonella–. Mira esta.

      Mirko se acercó a ella y juntos estudiaron con detenimiento cada una de las imágenes. Estaban discutiendo las distintas opciones cuando alguien interrumpió la conversación.

      –Permiso… –dijo Gimena asomándose tímidamente. Miró primero a Antonella y luego a Mirko, como si los hubiese pescado en infracción. A ambos les dedicó una sonrisa lo suficientemente artificial como para no desentonar–. Perdón, no sabía que estabas ocupada.

      Mirko se tensó. La venía esquivando como a la mismísima peste. Para él, ella era el factor amenazante por excelencia. En algún punto lo incomodaba la manera en la que Gimena los observaba; por ridículo que pareciera, se sentía en falta. Decidió marcharse.

      –Las dejo conversar –dijo, procurando salir de ese despacho lo antes posible.

      Antonella lo detuvo tomándolo del brazo indicándole que no quería que se marchara.

      –¿En qué puedo ayudarte? –repuso Antonella.

      Lo primero que acudió a la mente de Gimena fue pedirle que le prestara a su amante por un par de horas, pero se contuvo. Contrólate, pensó con el rostro iluminado por la diversión que su propio pensamiento le provocaba. Una sonrisa genuina brotó de sus labios al mirar brevemente al fotógrafo.

      –Son varios puntos, en realidad –comenzó diciendo y, sin esperar invitación, se sentó en el sillón que enfrentaba el escritorio–. Por un lado, me gustaría saber con quién debo hablar sobre la diagramación de la revista de cultura –dijo con seguridad y un tono amistoso que irritó a Antonella. Gimena lo notó y no se amedrentó–. Tengo pautadas algunas entrevistas, que en realidad saldrán publicadas en España, pero he pedido autorización para poder incluirlas aquí también. Como me han dado el visto bueno, me gustaría coordinar las fechas de publicación, los espacios de los textos y las fotografías.

      –Ese tema háblalo con Romina –indicó fingiendo amabilidad y camaradería–. Ella sabrá indicarte. Hasta donde tengo entendido, es un suplemento con pocas páginas y de tirada baja.

      Una indignación extrema la invadió y debió reunir todo su poder de concentración para no perder los estribos. Detestaba que hablaran de “suplemento”.

      –Sí, por eso deseo hablar con el diseñador.

      Bajó la vista a su celular. Acababa de recibir un mensaje de José María. “Todo okey. Brenet lo tiene en su escritorio”, le decía. Alzó la vista, ya más segura.

      –¿Cuál es el nombre, entonces? –preguntó con gesto inocente–. Me gustaría coordinar una reunión.

      –Pídele todo a Romina –respondió Antonella con el mismo tono que Gimena había utilizado.

      Mirko había seguido la escena desde un costado. En algún punto lo divertía el modo en que ambas mujeres estaban delimitando el territorio. Entre sonrisas, los dardos venenosos iban y venían. Sin embargo, detectó en Rauch una inteligencia sutil; un humor filoso. Estaba desafiando abiertamente a Antonella, que no lo advertía y no podía disimular su fastidio. Era claro quién ganaría esa y las demás contiendas. La diferencia entre ambas era notoria.

      Gimena estaba por agregar algo más, pero la interrumpió el golpe de unos nudillos contra la puerta del despacho.

      –Gimena –dijo Romina sonriéndole, sin siquiera mirar a Antonella–, llamó el doctor Estrada, te está devolviendo el llamado.

      –Perfecto, Romi, muchísimas gracias –respondió con una sonrisa–. ¿Llamaron de España? –preguntó como quien deja caer un comentario.

      –No, hoy no.

      A Antonella no le causó nada de gracia el intercambio entre su secretaria y Rauch. Mucho menos le agradó que Romina se ocupase de atender sus llamados y de asistirla. Procuró que no se notara, pero la ofuscó la cercanía con que se trataban.

      –Por otra parte, porque no me queda claro –dijo Gimena poniéndose de pie y dirigiéndose a la puerta del despacho–, ¿Mirko es fotógrafo de la editorial o es solo tuyo?

      Lo nombró con tanta naturalidad y tanta familiaridad que él se irguió sintiéndose el nuevo objeto de la contienda. Miró a Antonella de reojo, expectante por ver cómo reaccionaba. Gimena no lo sabía, pero estaba tirando de la cola de un dragón; tarde o temprano todo explotaría por los aires.

      –Mirko es fotógrafo de la editorial –aclaró Antonella con voz áspera–. Si necesitas de sus servicios y no tiene nada planificado, por supuesto que podrá acompañarte –agregó. Hizo una pausa y lo miró como si acabara de recordar que él estaba allí parado–. ¿Estás de acuerdo?

      –Sí, por supuesto –fue la respuesta de Mirko, quien miraba a Gimena con cierto reparo–. Solo necesito saber las fechas para poder coordinarlo.

      Gimena le sostuvo la mirada con tal firmeza que de primer momento le heló la sangre, pero no tardó en detectar en sus ojos el brillo de la diversión. ¿Lo está haciendo adrede?, se preguntó, desorientado. Esa mujer se estaba burlando de ambos en sus propias narices.

      El teléfono volvió a sonar y alteró aún más el clima imperante en el despacho. Antonella lo atendió sin apartar la mirada de Gimena, quien le comentaba a Mirko que le haría llegar un cronograma de las entrevistas y visitas que tenía programadas para que él le informara si estaba disponible.

      Del otro lado de la línea, Romina le informaba que Juan Antonio Brenet la llamaba desde España. Antes de responder, Antonella entornó los ojos convencida de que Gimena Rauch tendría mucho que ver con ese llamado.

      –Necesito atender –anunció mirando a Gimena–. Luego continuamos.

      –Por mí ya está –repuso, consciente de que solo a ella la habían invitado a dejar el despacho. Miró a Mirko con intención de molestarla–. Luego hablamos.

      Con cierta preocupación, Antonella atendió la llamada. Su intuición no le había fallado. Durante los siguientes veinte minutos escuchó cómo el directivo de España le informaba que estaban evaluando que Gimena Rauch estuviera a cargo del área de cultura de la editorial. Todavía debían analizar el proyecto, pero todo indicaba que sería aprobado por unanimidad. Era cuestión de días para que el nombramiento se hiciera efectivo, ya que todos coincidían en que lo mejor para la sucursal argentina era dividir los productos para darles mayor independencia.

      –De más está decirle que tiene todo mi apoyo, señor Brenet –comentó Antonella con voz neutra–. La señorita Rauch puede contar conmigo para lo que necesite.

      Con el rostro crispado por la indignación, Antonella dejó el auricular en su sitio procurando digerir la noticia. No solo acababa de perder casi la mitad de su presupuesto, sino que además corría el riesgo de que la mala administración de su gestión quedara expuesta. No era nada bueno lo que estaba sucediendo.

      –¡Maldita desgraciada! –estalló Antonella, rabiosa–. Yo sabía que buscaba algo.

      –¿Qué sucedió? –la interrumpió Mirko, desconcertado.

      –¡Esa maldita está a cargo del área de cultura! Sabía que algo así podía suceder –dijo–. Conozco a una zorra cuando la veo, y esta no me engañó en ningún momento. Pero que no crea que se la voy a hacer fácil. Estoy convencida de que viene a ocupar mi lugar –agregó. Miró a Mirko y una idea comenzó a formarse en su mente–. ¿Así que necesita un fotógrafo? –dijo


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