Salvar un corazón. María Laura Gambero
y respiró profundamente. No lo había reconocido; no podía creer su suerte. Le temblaban las manos y empezaba a sentirse transpirado. Raudo, se dirigió al sanitario donde se encerró en uno de los privados.
Buscando serenarse, se tomó la cabeza con ambas manos. Tenía que tranquilizarse o terminaría por delatarse él mismo. Se esforzó por recuperar la calma para pensar con mayor claridad. Al final, llegó a la conclusión de que solo tenía que tratar de evitarla. Sí, solo debo evitarla, se ordenó, sin poder contener el miedo y la culpa. Ella por un lado y yo por el otro. Sencillo.
Gimena había terminado la escueta recorrida y ya se encontraba en el despacho que le habían asignado. Tenía que reconocer que el personal presencial era aun menor del que ella había aventurado; y como debería haberlo anticipado, la mayoría de la gente que allí se encontraba trabajaba para la revista de moda. Eventualmente prestaban colaboración con la publicación cultural, pero nada más. La misma Romina le había explicado que, dado que el suplemento de cultura era semestral, no tenía ningún sentido tener gente sentada sin hacer nada. La irritaba que trataran a esa revista como un suplemento y menospreciaran el trabajo que allí se difundía. Gimena la había dispensado mentalmente porque comprendió que la chica repetía con veneración todo lo que Antonella Mansi le decía.
La distrajo el apuesto fotógrafo que le había presentado. Venía de la recepción, donde seguramente había fumado un cigarrillo en el balcón; Romina ya le había enseñado que ese era el lugar para hacerlo. Bebió un sorbo de café sin apartar la vista del atractivo hombre que despertaba miradas y comentarios a su paso. Este es más que consciente de lo que genera; es de los peligrosos, pensó divertida, aceptando que era un hombre de aura oscura y que bien podía estar aprovechándose de eso. Pero ya no, concluyó al verlo ingresar con familiaridad al despacho de Antonella Mansi. Este pica alto, agregó ahora con seriedad. Y si de algo estaba segura Gimena era de que a la editora no le agradaba compartir. Mucho menos el bocado que se estaba comiendo.
–Te extrañé anoche –dijo Antonella, con voz aniñada, al verlo aparecer. Se puso de pie y mecánicamente verificó que las cortinas estuviesen corridas–. Me hubiese venido tan bien uno de tus maravillosos despertares.
–Puedo darte uno ahora si lo deseas –se ofreció besando su cuello.
–No lo digas dos veces, mi amor –se apresuró a decir Antonella, melosa–. Pero prefiero disfrutarte por más tiempo y en otras condiciones.
–Hagamos una cosa –sugirió Mirko posando sus manos sobre los delgados hombros de la mujer. Los masajeó con movimientos lentos y circulares tal como a ella le gustaba–. Podemos cerrar con llave, y adueñarnos de ese sofá –sugirió con la voz ronca, abordándola antes de que ella pudiera siquiera evaluar la propuesta. La besó intensamente provocándole un estremecimiento–. ¿Qué dices?
–Ufff, tus besos me dejan haciendo trompos –confesó en un susurro para luego morderle el labio inferior–. Aunque me encantaría aceptar tu propuesta, tengo demasiado de qué ocuparme antes de asistir a una importante reunión.
–¿Reunión?
–Sí, en un rato viene Alejandro –respondió volviendo su atención a los papeles sobre los que había estado trabajando–. Nos reuniremos con un nuevo socio. Y seguramente luego iremos a cenar con él –agregó.
Las últimas palabras de Antonella lo alertaron. Ese era el tipo de información que Garrido siempre le demandaba.
–Pues entonces lo dejaremos para otro día –deslizó acompañando sus palabras con una sonrisa cargada de promesas–. Vuelvo a lo mío.
Antonella asintió, sin demostrar mucho entusiasmo, y se volvió hacia su computadora.
Luego de informar a Garrido de la reunión y de la posible cena, Mirko se mantuvo en su escritorio. Desde allí, simulando estar trabajando en varias fotos que había tomado días atrás, procuraba seguir el movimiento de la editorial para no perderse el momento en el que De la Cruz se presentara.
No había transcurrido ni una hora cuando escuchó la voz de Romina saludándolo. Con discreción, observó al hombre de porte distinguido ingresar al despacho de Antonella. Ahora solo debía concentrarse en la información que podría surgir de esa reunión.
Como si nada estuviese sucediendo, se volvió hacia la computadora portátil y conectó los auriculares para escuchar la conversación que Antonella mantenía con su esposo. Era una bendición que hablaran con tanta soltura, pues pudo descubrir que se estaba organizando una fiesta bastante privada. La charla giraba en torno a los beneficios que les traería asociarse con un tercero.
Mirko sonrió maliciosamente al escuchar la información. Esta vez Garrido estará satisfecha, pensó. Pero la sonrisa se borró de sus labios al escuchar que, en cuanto el futuro socio se presentara, se trasladarían a la sala de reuniones, donde estarían más cómodos. Maldijo su suerte, no había tenido ocasión de plantar micrófonos allí y esa había sido una omisión imperdonable.
La voz de Gimena Rauch lo sacó del trance. La mujer pasó junto a su box hablando en francés. No solo el idioma le llamó la atención, sino también la tirantez que había en su voz al hacerlo. Se le aceleró el pulso al verla deambular entre los escritorios, tan libre, tan ajena a todo, tan peligrosamente cerca de él. Tragó. En sus oídos, el matrimonio comenzaba una discusión. De la Cruz la amenazaba con dejarla fuera del negocio; Antonella replicaba recordándole que, sin ella, él tendría que esforzarse mucho para alcanzar sus objetivos. Mal que les pesara a ambos, se necesitaban.
No lograba concentrarse en la discusión que mantenían Antonella y su esposo. Le costaba mantener la atención, más cuando Gimena volvía a pasar a su lado y su perfume sobrevolaba el ambiente. La miró de soslayo, considerando que parecía rondarlo un espectro que en cualquier momento podría arrastrarlo a las tinieblas. Tenía que tratar por todos los medios de mantener a Gimena Rauch lo más apartada posible o, como mínimo, intentar neutralizar su efecto.
Mirko se puso de pie, buscando despejar un poco su mente y quitarle así algo de tensión a la situación; necesitaba pasar por el baño.
Luego de una línea se sintió revivir. Fue por un café y por un cigarrillo.
Esto es una broma de mal gusto, pensó al salir al balcón y ver a Gimena hablando por teléfono. ¿Por qué demonios no habla en su despacho?, maldijo, incómodo. Encendió el cigarrillo y clavó su mirada en el celular para evitar cualquier contacto. No obstante, trató de prestar atención a lo que ella hablaba. Aunque no entendía una palabra, dedujo que había algún tipo de relación con su interlocutor.
Al cabo de unos minutos, Gimena Rauch regresó al interior sin siquiera mirarlo. Mirko respiró hondo sintiendo cómo el alma regresaba a su cuerpo. Definitivamente tenía que prestar más atención para evitarla a como diera lugar.
La siguió con la mirada hasta que desapareció de su vista. Agradeció que se marchara; lo ponía nervioso y tenía asuntos que atender. Desde donde estaba parado, tenía una buena visión de la recepción de la editorial, de modo que, cuando Alejandro de la Cruz y Antonella se acercaron para recibir al hombre con quien debían reunirse, pudo observar toda la escena con claridad.
Dio un paso atrás, impactado al ver a ese hombre tan cerca de él. Ocultándose detrás de los cortinados de los ventanales, estudió a Candado sintiendo que el odio renacía en su interior. A simple vista se lo veía más canoso y gordo, pero su costoso traje, sus finos zapatos y la exclusiva corbata hablaban de un muy buen pasar. ¡Maldito desgraciado!, gritó su mente furiosa. Le dio una última pitada a su cigarrillo e hizo una llamada.
–¿Cuál es la relación entre Candado y De la Cruz? –demandó sin siquiera saludar a su interlocutora.
–¿Dónde estás? –preguntó