Salvar un corazón. María Laura Gambero
a la zona de vestuarios. Dos de ellas hablaban despreocupadamente de un desfile al que deseaban asistir; otras tres, sobre una fiesta para la que las habían contratado. Todas aguardaban confirmación para participar de otros eventos en exclusivas discotecas.
Al regresar a la mesa de tablón, miró la pantalla de la computadora. La imagen mostraba a Antonella, en actitud tensa e incómoda, conversando con una mujer morena, sentada de espaldas a la cámara. Algo estaba ocurriendo en la planta principal. Cerró la computadora portátil y la guardó rápidamente en la mochila. Tenía que intentar descubrir qué sucedía; tal vez de eso se trataba el mensaje de Claudia Garrido.
Mientras se dirigía hacia la salida, divisó a Serena Roger un poco apartada del resto. Hablaba por celular con gesto circunspecto. Sus miradas volvieron a conectarse. Ella le sonrió transmitiéndole algo que Mirko no logró detectar, pero que no le agradó. Fue un gesto presuntuoso, como si estuviese convencida de estar a punto de atrapar a la presa que venía acechando.
Inquieto por la aparición de esa mujer, apresuró el paso para salir de allí. Alcanzó la planta principal pensando en lo que era verdaderamente importante de lo que estaba sucediendo en ese lugar. Cruzó la recepción sin molestarse en saludar a Leticia, quien lo miró desilusionada. De camino a su box, chocó con Romina, que salía del despacho de Antonella llevando en sus manos la bandeja con la que solía servir café. Al verlo, la secretaria le hizo un gesto para comentarle que la cosa se complicaba.
–¿Con quién está reunida? –preguntó Mirko, intrigado.
–Con la española, Mirko –le recordó, molesta porque no prestara atención. Lo miró con detenimiento–. ¿No me escuchaste hoy? –Mirko sacudió la cabeza negativamente, de pronto algo desorientado. La muchacha le dispensó una mirada de resignación–. Te comenté que esta mañana se presentó una mujer que viene de la casa matriz, de España.
–¡Ah, cierto! –exclamó, sin comprender la importancia del caso–. ¿Y?
–¿Cómo “y”? –replicó Romina–. No estás tomando dimensión de lo que su presencia puede generar –lo amonestó–. Antes de que llegara, Antonella me dijo que está convencida de que esa mujer desea quedarse con la editorial. Ella viene haciéndose la mosquita muerta, pero Anto también tiene sus contactos y sabe que tiene órdenes de dar vuelta todo –continuó–. Parece que se va a instalar aquí por un tiempo con la excusa de preparar unos artículos para la revista de España, pero en el fondo lo que hará será analizarnos a todos –informó ubicándose en su silla y mirando a Mirko con seriedad–. Tengo miedo de perder mi trabajo.
Inconscientemente, Mirko elevó la vista y la dirigió hacia el despacho en cuestión.
–Bueno, parece que tendremos toda una situación –dijo con su atención centrada en la conversación que las dos mujeres mantenían. La conexión de España podía ser una punta–. No te preocupes, Romi, estoy seguro de que Antonella lo resolverá –le aseguró para tranquilizarla–. Voy a terminar mi trabajo –anunció–. Te veo luego.
Al llegar a su box privado, extrajo una vez más la computadora portátil de la mochila. Conectó los auriculares y se dispuso a escuchar la conversación que Antonella mantenía en su despacho. Lo primero que detectó fue que la morena con quien Antonella estaba reunida no era española; su acento era, sin dudas, argentino. Prestó mayor atención y no tardó en descubrir que la mujer en cuestión era sofisticada y estaba preparada y poco dispuesta a seguirle el juego a Antonella. Con suavidad y buenos modales, le estaba haciendo una gran cantidad de preguntas a la directora de Blooming acerca de la editorial, dejando entrever que todos los comentarios estaban basados en consultas de los directivos de la casa matriz.
Hasta donde había escuchado, no había nada extraño en la entrevista que Antonella y la morena mantenían. Sin desatender la conversación, se ocupó de descargar las fotos que había tomado y comenzó a trabajar en ellas. De tanto en tanto, echaba una mirada a lo que sucedía en el despacho de dirección, cada vez más convencido de que esa visita no tenía nada que ver con lo que Garrido buscaba. En cambio, parecía que Romina estaba en lo cierto: la presencia de esa mujer podría terminar afectando indirectamente su misión.
La situación era bastante singular. Antonella se defendía como podía y no siempre sus respuestas la dejaron bien parada; algo que hasta Mirko, que no conocía la temática, advirtió. No veía el rostro de la morena, pero al cabo de varios minutos de escucharla, su voz le resultó cautivante, incluso sensual. En dos ocasiones, Mirko sonrió al notar que a la enviada de casa matriz no le agradaba el tono condescendiente que Antonella utilizaba con ella; era evidente que la crispaba que la tratara como a una novata y que eso era algo que no iba a tolerar.
Sin embargo, la sonrisa se borró del rostro de Mirko cuando la mujer mencionó que, tal como le había adelantado por correo electrónico, necesitaba un espacio donde poder trabajar. Tenía que entregar varios artículos para la revista Arte Global, para la cual trabajaba. Antonella no puso objeciones y se apresuró a llamar a Romina para que se ocupara de asistirla.
–Romi, ven, por favor –decía Antonella–. Quiero presentarte a Gimena Rauch…
El impacto en Mirko fue profundo y, por varios segundos, tardó en asimilar lo que había escuchado. No, no puede ser posible, fue lo que pensó con la mirada clavada en la pantalla, pero sin poder ver lo que deseaba. Tiene que ser otra con el mismo nombre, se dijo.
Los latidos de su corazón retumbaban en su pecho, aturdiéndolo. Bruscamente, se puso de pie y se quitó los auriculares. Los recuerdos de otra época emergieron y, en su mente, comenzaron a amontonarse imágenes confusas. No recordaba su rostro con claridad. En realidad, recordaba vagamente la foto de la identificación que ella había perdido siete años atrás; pero nunca olvidó su nombre.
Ya sin poder detenerse, sus pensamientos volvieron al pasado, a ese antro de mala muerte, a esa última noche; a la redada policial y a los días de abstinencia encerrado en una celda sucia y húmeda; a los cargos que no tardaron en llegar y al infierno del que Garrido lo había rescatado.
No volveré allí, pensó, sintiendo que se le cerraba la garganta como si una cuerda lo estuviese estrangulando. No lo permitiría; antes, muerto.
CAPÍTULO 5
Estaba molesta. Puso en marcha el vehículo y se dirigió hacia la avenida Paseo Colón con destino al vecindario de Belgrano. No podía dejar de pensar en la Editorial Blooming y en Antonella Mansi. Bajó la ventanilla, ofuscada, y encendió un cigarrillo. Esa mujer la había enfadado.
En primer término, le fastidió que la directora no se encontrase en su despacho esa mañana cuando hacía más de un mes que se había acordado la reunión. Sin embargo, cuatro horas más tarde, cuando finalmente Antonella Mansi la recibió, no fue el aspecto de mujer de la noche lo que más la alteró, ni su falta de conocimiento o preparación, sino que fue la actitud altanera y arrogante lo que le causó rechazo. Menuda zorra, pensó, consciente de que en todo momento quiso sacársela de encima. Golpeó el volante, irritada.
Terminó su cigarrillo intentando comprender el motivo por el cual Antonella Mansi se mostraba tan reacia a darle mayor espacio y empuje a la revista de cultura. Manejaba el producto como un folletín o un suplemento para anexar a la revista de moda, cuando Buenos Aires era una ciudad rica en ofertas culturales. A los españoles no les agradaría enterarse de la impresión que Gimena se estaba llevando de ese lugar.
Encontró espacio para estacionar a media cuadra del restaurante que Carola había reservado. Descendió del automóvil y se tomó unos minutos para quitarse el mal humor de encima. A medida que se acercaba, fue sintiendo la emoción que le producía el reencuentro con sus amigas.
Al llegar a la esquina, contempló la vieja casona restaurada donde se había emplazado un coqueto restaurante de comida de autor. El lugar exhibía una fuerte impronta de arte y diseño que convivían armónicamente. Carola