Salvar un corazón. María Laura Gambero

Salvar un corazón - María Laura Gambero


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dices –respondió el español, contrariado.

      –Te juro que ya mismo podría hacerte una gran lista de todo lo que debería modificarse en ese lugar –chilló Gimena destilando fastidio.

      –Pues a mí me encantaría leer una propuesta de tu parte –repuso José María, ahora risueño.

      –No me tientes, José, que ya mismo me pongo a escribir –agregó.

      El hombre carcajeó.

      –Pues, primero lo primero, Gimena –dijo, conteniendo la risa–. Necesito tus artículos para poder cerrar la próxima edición. De lo demás, te irás ocupando a medida que los hechos se vayan presentando. ¿Estás de acuerdo?

      –Está bien, tienes razón –accedió. Se sentó en el bar más cercano y alzó la mano para pedir un café–. Ahora cuéntame cómo están todos. No sabes cómo los extraño.

      Era ya cerca del mediodía cuando Antonella abrió los ojos. Parpadeó varias veces hasta lograr enfocar. Se sentía algo embotada y le demandó cierto esfuerzo despejar la mente. Lo primero que vio fue el brazo de Mirko cruzando su cuerpo y el bello rostro del fotógrafo enfrentándola. Antonella se acomodó mejor bajo el brazo masculino protector y suspiró. El hombre dormía luego de una fuerte sesión de sexo que los había dejado a ambos más que exhaustos.

      Incorporarlo al equipo de la editorial había sido un gran acierto. Era muy bueno en todo lo que hacía; en todo. Desde la mañana que había cedido a sus insinuaciones, algo cambió en ella. Mirko Milosevic le generaba una dependencia casi adictiva que por momentos la asustaba, pero que siempre despertaba su interés. Era potente, certero y sabía cómo provocarle más placer del que jamás había experimentado. Se le hacía agua la boca de solo rememorar las horas pasadas.

      Con desgano, procurando no romper el contacto con su cuerpo, estiró la mano hacia la mesa de noche y tanteó buscando su celular. Sorpresivamente, este vibró y Antonella se apresuró a atender. De un salto se irguió al advertir que era pasado el mediodía; si mal no recordaba, tenía agendada una reunión para las once de la mañana de ese día. Se había quedado dormida. Apremiada, atendió la llamada. Era su secretaria que le consultaba si estaba todo bien. Antonella no era de llegar tarde a las reuniones.

      –Hace casi una hora que te estoy llamando –comunicó la chica algo alterada–. ¿Dónde estás, Antonella? Hace unos quince minutos se marchó la mujer que venía enviada de la casa matriz en España. Ahora el que está sentado en la sala de reuniones es Octavio Otamendi.

      –Estoy saliendo para la editorial, Romina. Tuve un contratiempo. Llegaré en una hora –aclaró apresurada–. Dile a Abel que se ocupe de atenderlo y trata de dar con la española a como dé lugar. Debo reunirme con ella en el día de hoy. Sí o sí.

      Mirko la escuchaba simulando dormir. La oyó salir de la cama y correr al baño maldiciendo al despertador. Abrió los ojos y, apenas escuchó el sonido del agua, se apresuró a enviar un mensaje con su celular.

      Recibió la respuesta de Garrido cuando Antonella acababa de cerrar la ducha . Bajó la vista, apremiado. “Camilo ya está terminando. Avisa cuando se marche. Ya sabes lo que debes hacer para activar el sistema”.

      Al regresar a la habitación, Antonella lo encontró semidesnudo. Mientras terminaba de secarse, se deleitó estudiando cada centímetro de ese cuerpo firme y torneado; costaba creer que estuviera durmiendo en su cama. Si hasta las cicatrices que tenía en su espalda eran atractivas. Nunca le había preguntado cómo se las había hecho; no le gustaba escucharlo hablar de temas desagradables y eso debió haber sido doloroso. En cambio, le encantaba verlo dormir. Sonrió, vanagloriándose de su desempeño. Su ego la alentó a considerar que era gracias a ella que él dormía como el angelito que no era. Sin apartar la mirada, se acercó y, para despertarlo, deslizó la yema de dos de sus dedos sobre el hombro desnudo hasta alcanzar la nuca. Siguiendo el juego, Mirko se estiró como un gato mimoso.

      –Hora de levantarse, cariño –le susurró ella al oído–. Es tarde y necesito que a las cuatro te ocupes de una sesión fotográfica.

      Mirko no respondió. Simplemente escondió su rostro bajo la almohada fingiendo dormir; necesitaba retenerla lo más posible.

      –Qué dormilón resultaste –comentó, divertida–. Está bien, quédate remoloneando un rato más –murmuró al oído de Mirko libidinosamente–. Pero no te demores, ¿me oyes? A las tres te quiero en la editorial. Las modelos están convocadas para las dos y media y estamos justos de tiempo –terminó diciendo para luego estamparle un beso en los labios–. Me voy que me están esperando.

      Solo cuando escuchó la puerta de entrada cerrarse, Mirko se irguió y dejó la cama de un salto. Extrajo su computadora portátil de la mochila y se conectó remotamente a su correo interno. Camilo había preparado todo para que él activara el sistema de escucha y seguimiento en cuanto Antonella dejase su hogar. Solo debía enviar un mensaje de correo desde su puerto al de Mansi para que un troyano se disparara y comenzara a emitir.

      De: MM

      A: AM

      Maravillosa noche. Dime que hoy repetimos.

      Su mensaje parpadeó solo unos segundos y, antes de que dejara de hacerlo, Mirko pulsó dos teclas al unísono. El mensaje quedó suspendido a la espera de ser aceptado; en cuanto eso sucediese, el troyano se activaría. Listo, pensó al tiempo que tomaba su celular y enviaba a otro destinatario un corazón como contenido del mensaje. De ese mismo número lo llamaron un segundo más tarde.

      –Todo despejado –informó.

      –Perfecto –respondió la voz de un hombre.

      –Vas a entretenerte mucho escuchando todo lo que pasa en esta cama –comentó, jactancioso–. Esta noche tenemos nueva función. Presta atención, así aprendes.

      –¡No me fastidies! –ladró Ibáñez sorprendiéndolo.

      –El dispositivo del celular debería estar transmitiendo –comentó Mirko conteniendo la risa. Lo divertía fastidiarlo. Detestaba a ese hombre.

      –Lo está –le aseguró Ibáñez sin un ápice de cordialidad–. Ahora encuentra algo que conecte a Mansi con De la Cruz.

      –¿Algo como una partida de matrimonio? –sugirió, entre risas.

      –¡No seas imbécil! –exclamó–. Sabes muy bien lo que tienes que buscar. Tenemos que descubrir cuál es el circuito que utilizan. Nos estamos quedando cortos de tiempo y eso no es bueno para nadie.

      CAPÍTULO 4

      Apenas pasadas las tres de la tarde, Mirko ingresó al edificio donde funcionaba la Editorial Blooming. Había pasado por su apartamento para ducharse y cambiarse de ropa. Allí había encontrado a Garrido aguardándolo, furiosa. Lo amenazó con no suministrarle más mercancía y con quitarle su protección si no se esforzaba un poco en conseguir información en lugar de hacerse el vivo restregándole lo bien que lo pasaba en la cama de Antonella Mansi. Información, le exigía la fiscal, pero él comprendía que era otro el reclamo. No dijo nada y soportó el castigo, consciente de que su libertad dependía de ella y de cuan contenta la mantuviera. Despechada, Garrido podría ser de temer.

      Su relación con la fiscal había sufrido muchos altibajos desde el momento en que ella lo sacó de la cárcel de Batán. Mirko empezaba a hartarse de los vaivenes emocionales de Claudia, quien se mostraba seria, sofisticada y segura, pero sus ojos destellaban una mezcla siniestra de sentimientos oscuros, que solo el sexo y la droga parecían aplacar. Consumía tanto como él y muchos de sus encuentros rayaban en lo salvaje. En algún punto, Mirko reconocía que se estaba volviendo algo peligrosa e impredecible. No era nada tranquilizador


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